III DOMINGO DE LA CUARESMA - “LA HIGUERA CRISTIANA”

Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Real Convento de Ntra. Sra. de Candelaria, Tenerife
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El Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma presenta a Jesús, al Hijo amado del Padre, exponiendo una parábola a la que sus oyentes deben prestar un interés particular, ya que en ello se van a jugar la propia existencia, la vida misma: «Si no os convertís, todos pereceréis». Por tanto, en este tiempo de Cuaresma el mensaje de Jesús quiere hacernos caer en la cuenta de que estamos en un tiempo oportuno, propicio, de conversión; tiempo de gracia que nos da el Señor y que no dura para siempre, sino que tiene que remover nuestra conciencia para de este modo no perder la vida. Esta parábola quiere hacernos caer en la cuenta de que el Hacedor viene a sacarnos de todas aquellas situaciones de nuestra vida que son estériles.

Otra vez Jesús nos acerca al mundo rural con sus parábolas. A través de un lenguaje sencillo acerca a sus contemporáneos unas experiencias y una simbología que el pueblo es capaz de entender con facilidad porque está vinculado a esa realidad, y le da una carga espiritual. De este modo, la enseñanza revela el significado profundo de lo que Dios quiere para su pueblo elegido y para nosotros hoy día; aunque nos queden ya muy lejos esas imágenes agrícolas, tienen como objetivo que caminemos hacia la resurección.

Si nos centramos en la figura de la higuera, podemos sacar una serie de claves que nos ayudan a entender mejor esta relación que se establece entre Dios y la higuera. En tiempos de Jesús la higuera era un árbol muy apreciado por varios motivos. Uno de ellos es su capacidad de adaptación a todo tipo de suelos (escarpado, pedregoso…): resiste bien las inclemencias del tiempo, tanto el invierno como el caluroso estío, proporciona una fresca sombra debido a la frondosidad de sus hojas y produce abundantes frutos dulces. De este modo podemos hacer una extrapolación de lo que representa la figura de la higuera a lo que debe de ser la vida cristiana. El cristiano tiene que ser capaz de adaptarse a las durezas que se van presentando en la vida, debe resistir inclemencias abrazado a la cruz de Jesús, debe ser capaz de proporcionar una sombra para el que lo necesita y debe dar su mejor dulzura.

La higuera, por su capacidad de adaptación, se podía encontrar en muchos ambientes distintos: en la viña, en los patios de las casas, al borde de cualquier camino… Podemos decir que bajo la frondosidad de sus hojas, especialmente durante el verano, el pueblo de Israel disfrutaba de un clima de reunión, de descanso, sosiego, encuentro. Estas higueras cristianas, que somos cada uno de nosotros, están llamadas a dar frutos amorosos de hospitalidad, donde el cansado, agobiado, marginado, peregrino, el refugiado, el sinvoz y el diferente puedan recomponerse en la frescura de su sombra.

A la higuera, por sí misma, en terrenos pobres, pedregosos y escarpados le resulta complicado dar la dulzura y abundancia de sus frutos. Necesita la ayuda del hortelano que la siembre, riegue, pode y abone para que dé la esencia de sí misma. Nosotros también necesitamos de ese “Hortelano” que nos contraste la vida, que cavando nuestras miserias nos haga capaces de nacer a algo nuevo y mejor; que nos ofrezca la abundancia de esa agua como la samaritana, para que no tengamos necesidad de ir mendigando otras aguas que no sacian en los rigores del estío; que nos pode de orgullos, de exigencias, de vanidades, de creernos superiores a los demás, de no tener un corazón de carne que acoge y perdona por igual, de no tener una vida centrada en Él; que sea la fertilidad de su palabra la que llegue a lo íntimo de nuestro ser para que de este modo demos los frutos de la proximidad de su Reino.

Esta higuera muestra una capacidad de adaptación a todo tipo de terrenos, pero también es un árbol que aporta una gran cantidad de alimento. En verano, en pueblos pequeños, aun hoy en día es común ver en terrazas higos secándose al sol, una actividad que es muy simple pero que te permite tener todo el año este fruto y poder degustarlo en todas esas reuniones familiares que son tan importantes. Otra cualidad de esta higuera es que permitía a cualquier familia, por pobre que fuera, tener el sustento básico para su alimentación, y una alimentación muy energética. Esta higuera cristiana muestra también el ideal de una justicia social comprometida con todos los pobres, descartados, los que viven en las periferias de tantos lugares del mundo y que en este tiempo de Cuaresma se nos hace el llamado a la caridad. Una caridad que comparte, que entrega, que agradece porque experimenta en primera persona que recibe gracia sobre gracia del “Hortelano” que da beneficios sin medida.

El “Hortelano” hace en nosotros lo humanamente imposible: es capaz de llevarnos mucho más allá de nuestros propios límites si nos dejamos hacer por Él. Con esta parábola vemos la inmensa paciencia que Dios tiene con cada uno de nosotros, que nos llama a la esencia de nuestro propio ser cristiano: la capacidad de dar frutos en cada uno de los contextos en los que nos encontramos. Esta parábola de la higuera, junto con el tiempo cuaresmal, no quiere sino movernos a esa conversión que nos pide Jesús; que seamos capaces de rasgarnos el corazón, de vivir una vida entregada totalmente a Dios para dar la dulzura de los frutos del Reino y de Dios. Por tanto, atrévete a ser esa higuera cristiana que, plantada en la palabra de Dios, da fruto en su sazón.