Jesús envía su Espíritu

Fr. Jesús Molongua Bayi
Fr. Jesús Molongua Bayi
Malabo, Guinea Ecuatorial

 

Solemnidad de Pentecostés

Esta solemnidad de Pentecostés representa la culminación del tiempo pascual, el momento central del año litúrgico. En ella se resalta la efusión del Espíritu Santo hacia los apóstoles, el derramamiento del amor del Padre y del Hijo en el corazón de todos aquellos que creen en él. Este derramamiento del Espíritu viene a confirmar la promesa hecha por parte de Jesús a sus discípulos. El Espíritu Santo introduce a la humanidad, esos que creen en Jesucristo, en el seno de Dios, y Dios también entra en el seno de la humanidad. Es la culminación de su Encarnación.

Pentecostés era la fiesta judía que se celebraba cincuenta días después de la Pascua. Estaba vinculada a la recogida de los primeros frutos de la tierra, inicialmente, al comienzo de verano, luego pasó a ser asociada, después del destierro babilónico, con la alianza de Sinaí, es decir, la conmemoración de la entrega de la Ley. Los cristianos la celebran, como fiesta cristiana, cincuenta días después de la resurrección de Jesús. Es lo que hace Lucas cuando menciona el viento, el fuego y las lenguas, que recuerda la manifestación de Dios a su pueblo. Pero esta vez, este pueblo, ya no es el de la antigua alianza, sino el nuevo pueblo, los cristianos.

La nueva alianza fue establecida por la pascua del Hijo de Dios, es decir, la muerte y resurrección de Jesucristo. Sabemos que no puede haber vida sin soplo o aliento. El soplo o aliento están ligados a la efusión del Espíritu Santo, el espíritu de Jesús. El soplo en el espíritu del hombre da vida y se manifiesta a través de su respiración. Se vislumbra que el Espíritu Santo va a ser el nuevo aliento que insufla Dios en los creyentes. Se produce así el nuevo Sinaí. Cada cristiano, unido en la oración con los demás, compartiendo la misma fe esperanzada en Jesucristo, es la nueva “zarza ardiente” en la que Dios se manifiesta y en la que se le da culto en “espíritu y en verdad”. Pentecostés es la manifestación del soplo del Jesús resucitado que nos transmite su amor hasta el extremo a cada uno de nosotros. Así podemos realizar las maravillas de la salvación cuyo cumplimiento es el evangelio de la vida. El Espíritu Santo crea vida, siembra felicidad y amor en el corazón de todos cuantos creen en Jesucristo. El don de la Palabra que simbolizan “las lenguas” debe estar al servicio de la comunidad. Por eso, Pablo lo vincula con el don de la profecía. Es para anunciar la Buena Noticia; la salvación definitiva del hombre.

No es extraño que el evangelio muestre que la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, tiene como fruto la paz y la alegría, pues estas son las realidades que deben ser extendidas en los corazones de los hombres a través del anuncio del evangelio de la salvación. Los discípulos estarán capacitados para realizar esta tarea, esta misión de paz y alegría, porque a partir de este momento han recibido el Espíritu Santo. Los discípulos están revestidos del Espíritu Santo y tienen la autoridad de parte de Jesús para extender su obra y, así, poder actualizar su sacrificio y su misión salvífica perdonando o reteniendo los pecados, como bien enseña el evangelista Juan.

No se trata de sembrar cruces en el mundo, al contrario, se trata de una renovación completa de la humanidad. El Espíritu Santo despierta en el hombre el deseo de ser verdaderamente feliz. En un mundo como el nuestro lleno de malas noticias, cabe preguntarse por el sentido de nuestra propia vida, en quién hemos puesto nuestra confianza. Esta solemnidad de hoy nos impele a tomar posturas concretas frente al mal, ya sea propio como ajeno, afín de poder discernir con el Espíritu Santo, y optar por el amor y el servicio a tantos hermanos y tantas hermanas que sufren en el mundo: los parados, los indigentes, los pobres, los sin techos, los excluidos o desamparados, etc., y así, demos auténtico testimonio de la presencia del Resucitado en el mundo.