"Jesús fiel al proyecto del Padre" Domingo de Ramos (Lc 22, 14 - 23, 56)
En todo ciclo litúrgico la Iglesia celebra un único acontecimiento: el misterio de Jesucristo, que no es sino la manifestación de Cristo y de sus misterios en el correr de los 365 días del año. En ellos la Iglesia despliega en su amplitud todo este misterio de Cristo. Su centro es la Pascua, que se extiende, se refleja y se celebra de diversos modos y en distintas fiestas.
Hoy es Domingo de Ramos. Último domingo de Cuaresma e inicio de la Semana Santa. La semana más importante para los cristianos. Semana que ha sido santificada precisamente por los acontecimientos que conmemoramos en la liturgia, y consagrada a Dios de manera muy especial. La Iglesia, al conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se santifica y se renueva a sí misma.
Característico de este día es la procesión jubilosa «acompañando» a Jesús en su entrada a Jerusalén. Esta conmemoración, nos ayuda a resaltar de un modo especial este sentido del domingo. Nosotros, «acompañando» a Jesús con nuestros ramos y palmas, afirmamos que creemos en él, que queremos seguirle, que queremos que su Evangelio impregne totalmente nuestra vida, que estamos convencidos de que su camino es el único camino de la vida.
Las lecturas, las palabras dolientes del salmo responsorial, que tiene como respuesta el grito de la cruz: «Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; S 21,8-9) y, especialmente, el relato de la pasión, nos muestra que ese Jesús que aclamamos es alguien que ha amado hasta morir y que nos invita a asemejarnos a él.
En esta cuaresma hemos vivido o intentando vivir, tratando, como en todo tiempo litúrgico, de asimilar el misterio de Cristo; un tiempo litúrgico que comenzó con la imposición de la Ceniza, el Miércoles de Ceniza, y que acaba el Jueves Santo al atardecer, después de la hora menor y antes de celebrar la Cena del Señor (40 días). Esta celebración es el pórtico del Triduo Pascual: jueves, viernes, sábado-domingo y se cierra con la oración de II vísperas de Pascua de resurrección.
Pero a la hora de plantearnos vivir estos días, no debemos olvidar que ni Cuaresma ni Semana Santa tienen un fin en sí mismas, sino que culminan en la Pascua. El camino de conversión de la cuaresma no lo hemos hecho por simple afán de mejora, sino porque queremos celebrar con autenticidad la vida nueva de Jesús, la vida que nace de la noche de Pascua. No vaya a ser que lleguemos con esfuerzo, a lo largo de la Cuaresma, hasta la puerta del gran acontecimiento de la pasión, muerte y resurrección y no tengamos ya la fuerza o la tensión necesarias para entrar en la Pascua y vivirla hasta su final.
Esta semana se conoció también antiguamente como «la semana grande»: constituye el centro y el corazón de la liturgia de todo el año, al celebrarse en ella el misterio de la redención. Las celebraciones de estos días ponen ante nuestros ojos estos momentos culminantes de Jesús: su fidelidad, entrega y amor. Estos momentos son dolor, fracaso y tristeza, pero son al mismo tiempo Buena Noticia y anuncio de Vida. Porque el amor de Dios es más fuerte que el odio, la envidia, la guerra, las injusticias; en definitiva, que todo el mal que los hombres podamos hacer.
En las celebraciones de esta Semana Santa, comenzando con el Domingo de Ramos, son celebraciones en las que debemos participar, principalmente, por lo que significan, de manera especial la Vigilia Pascual, para nuestra vida cristiana. Y Junto a las celebraciones, en estos días, es importante, y hasta necesario, encontrar momentos personales de oración y reflexión, de lectura pausada de la Palabra de Dios que se nos proclama en la litúrgica.