La Inmaculada Concepción
«La belleza incontaminada de nuestra madre es incomparable, pero al mismo tiempo nos atrae.»
Antes de darnos el don de sí mismo mediante su Encarnación, Dios nos dio el don de la santísima Virgen María. No podemos concebir la magnitud del don de la vida y del papel materno de Nuestra Señora en la historia de la salvación y en cada una de nuestras vidas. Esta solemnidad de la Inmaculada Concepción, sin embargo, nos permite vislumbrar el insondable amor de Dios por nosotros a través de la creación de su mayor obra maestra: su Madre.
La Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de la santísima madre en el vientre de santa Ana. Cuando Nuestra Señora se formó en el vientre de su madre, Dios la preservó del pecado original, es decir, de la mancha del pecado, de la inclinación al pecado y de la corrupción causada por el pecado. A diferencia de cualquier otra persona excepto Jesucristo, Nuestra Señora nunca cometió un pecado y nunca deseó pecar.
Sin embargo, a diferencia de Cristo, la Virgen no es divina: es humana como cada uno de nosotros. De este modo, unida a Dios en su pureza y unida a nosotros en nuestra fragilidad humana, nuestra amada madre celestial es nuestro vínculo especial con el cielo. Más aún, ella es nuestra madre que nos ama, nos protege e intercede por cada uno de nosotros como si fuéramos sus propios hijos.
El Papa Pío IX pronunció y definió que: «Por inspiración del Espíritu Santo y por la autoridad de Jesucristo nuestro Señor, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, y por la nuestra: Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina [de la Inmaculada Concepción de María] es una doctrina revelada por Dios y que, por tanto, debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles.» A esta afirmación, el difunto cardenal Francis George de Chicago, oblato de María Inmaculada, dio la razón: «El significado del dogma de la Inmaculada Concepción es que María siempre dependió totalmente de Dios, que su misión en la vida le fue encomendada y que nunca hizo nada por su cuenta, sino que siempre hizo las cosas a la manera de Dios.»
María siempre dependió totalmente de Dios.
Celebremos esta fiesta con el corazón lleno de alegría en nuestro Dios salvador y con María. Alegrémonos también en el Señor que nos ha revestido con una túnica de salvación y nos ha envuelto en un manto de justicia (cf. Is 61,10). El Papa Francisco dice: «La belleza incontaminada de nuestra madre es incomparable, pero al mismo tiempo nos atrae. Confiémonos a ella y digamos 'no' al pecado y 'sí' a la gracia de una vez por todas.» La Inmaculada Concepción es «una de las maravillas de la historia de la salvación».
Concluyo esta reflexión con las palabras de san Anselmo: «Dios dio a María su propio Hijo, el único semejante a él, a quien engendra de corazón como si se amara a sí mismo. Valiéndose de María, Dios se hizo un Hijo, no distinto, sino igual, para que Dios fuera hijo, no Hijo de Dios y de María. Todo lo que nace es criatura de Dios, y Dios nace de María. Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo por medio de María; y así, hizo de nuevo todas las cosas que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido profanado» (San Anselmo, sermón 52: PL 158,955-956).
REFERENCIAS
[1] Velasco, J. «Solemnity of the Immaculate Conception of the Blessed Virgin Mary» [acceso 05-12-2023] https://www.ateneo.edu/features/2022/12/05/solemnity-immaculate-conception-blessed-virgin-mary