Nuestros encuentros, Domingo II ciclo B

Fr. Manuel Santos Sánchez
Fr. Manuel Santos Sánchez
Convento de Santo Domingo, Oviedo
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   Todas las personas humanas buscamos la felicidad. En nuestro código genético está inscrita, como la necesidad de comer, el ansia de felicidad. Sabemos, a pesar de todo, que la felicidad total es una realidad que nos sobrepasa a los que vivimos en esta tierra. Pero a pesar de esta limitación, hambreamos la felicidad. Que en términos terrenos podemos traducir por que deseamos ardientemente estar a gusto en la vida, disfrutar de la vida, pasarlo bien y no pasarlo más y queremos que las realidades contrarias: el dolor, la tristeza, la angustia, la desesperación… no nos visiten nunca. En el fondo, en todo lo que hacemos, en todas las decisiones que tomamos… vamos buscando estar a gusto en la vida y no a disgusto.


   Otra de nuestras experiencias universales es que en nuestra vida, esos 20, 43, 78, 97 años que pasamos en la tierra, los encuentros con otras personas tienen una importancia muy fuerte. En realidad, la vida humana no es más que el resultado de nuestros encuentros. Cualquier vida humana está tejida por los encuentros personales. Lo sabemos bien: que logremos un alto grado de felicidad o un alto grado de infelicidad depende de nuestros encuentros. El dicho popular “dime con quien andas y te diré quién eres”, lo podemos traducir por “dime con quién te encuentras y te diré tu grado de felicidad”.


   En el evangelio de hoy, vemos cómo dos jóvenes, Juan y Andrés, andan inquietos por su felicidad. Buscan dónde encontrarla. Su maestro hasta entonces, Juan el Bautista, les ha hablado de Jesús de Nazaret y quieren probar fortuna con él y se acercan a él. Por eso, Jesús les pudo preguntar: “¿qué buscáis?”. Buscan conocer a Jesús y ver si él les puede ofrecer la felicidad ansiada. “Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde”. Y a partir de este encuentro y de muchos más encuentros posteriores con él, decidieron hacerse seguidores de Jesús y vivir en su compañía. En el encuentro y en la amistad con Jesús hallaron la felicidad deseada, el secreto de vivir a gusto.


   En términos generales, sabiendo que siempre hay circunstancias personales diversas, a todos los cristianos nos ha pasado lo que a Juan y a Andrés. La inmensa mayoría de nosotros somos cristianos desde siempre. Nuestros padres nos bautizaron de pequeños y nos educaron en esta dirección. Pero ha tenido que haber un momento en la vida en que nos ha sucedido lo que a Juan y Andrés. Un momento en que también, como a ellos, buscando luz para nuestras preguntas y dudas, hemos acudido a Jesús a preguntarle dónde vive, qué hace para mantenerse con ánimo en todas las circunstancias, de dónde saca fuerzas para seguir adelante, cuál es el secreto de su vida… para que nos enseñe a vivir.


   Y en los continuos encuentros con Jesús, él nos ha convencido de que es un ser excepcional, tan excepcional que es el Hijo de Dios, que supera al más grande de los hombres. Y no solo le hemos oído decir que viene como la luz del mundo y que el que le sigue no andará en tinieblas. Hemos dado un paso adelante y experimentado que es verdad, que sus palabras y sus indicaciones sobre el amor, la muerte, la alegría, la verdad, el dolor, el dinero, la fraternidad, la bondad de nuestro Padre Dios… iluminan nuestra vida y nos hacen estar a gusto. Hemos sentido también que nos ama apasionadamente, “hasta el extremo”, más allá de nuestros fallos e infidelidades. Por eso, su amor hace rebosar de gozo nuestro corazón y acabamos diciendo lo de Jeremías: “Tú me sedujiste, Señor, y yo me deje seducir”. Apoyándonos en su amistad, nos enfrentamos a todo lo que nos ocurre en la vida, manteniendo firme la esperanza, sabiendo, porque él así nos lo ha prometido y es Dios, que después de nuestra muerte nos espera para hacernos resucitar a esa vida de total felicidad. “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera vivirá y vivirá para siempre”. Nuestra vida, igual que la de Andrés y Juan, está marcada por el encuentro con Jesús.


   La iglesia, celebra este domingo la Jornada mundial de las migraciones. La emigración es una realidad en nuestra sociedad. ¿Cuál es la postura cristiana ante los emigrantes y exiliados? Bien sabemos que es un tema fácil para hacer demagogia de un lado o de otro. Y que estos días se vive de manera especial por los atentados de París. La solución política corresponde a los políticos y no es sencilla. Pero desde el punto de vista cristiano, tenemos que recordar que todos los hombres somos hermanos porque Dios es Padre de todos nosotros. El emigrante no es un enemigo, es un hermano y como tal debemos tratarlo. Así nos lo ha recordado en varias ocasiones el Papa Francisco.


   Ahora que sigue habiendo personas que quieren llegar a España como emigrantes, no podemos olvidar que de los años 1960 en adelante más de dos millones de españoles fueron emigrantes, tuvieron que marchar de España y deseábamos que fuesen tratados bien por los países que los recibían. Mantengamos viva la conciencia cristiana de la fraternidad universal.