¿Por qué celebrar la Navidad?
¿Por qué celebrar la Navidad? ¿Qué celebramos realmente en Navidad? Pareciera que entre tantos regalos, familia, amigos, vacaciones, fiestas y comidas, se diluyera lo que realmente celebramos... ¿Es éso la Navidad? O mejor, ¿es sólo éso?
Debajo de tantas luces, brillos, espumillón, celofán y adorno, debería ser claro que celebramos otra cosa. Hay algo escondido detrás de todo el montaje de estas fechas. Y hay que saber buscar qué es. Lo cual creo que es un buen símil con la vocación... es don, pero es también búsqueda. A veces hay que ahondar, buscar debajo de lo externo para saber qué sucede de verdad. Es como la alegría navideña. La verdadera alegría está debajo de las luces de la Navidad. Hay que buscarla y saberla ver. Como en Navidad. Como en la vocación.
En estas fechas celebramos algo fascinante. Celebramos el principal misterio de la fe. El origen de toda salvación, el origen de toda plenitud, de toda esperanza. El principio de la mayor historia de amor vivida por el género humano, la que le abre a una vida plena y de verdad, a una vida realmente llena de pasión, de emoción, de sentido. Hay algo realmente importante en estas fiestas. En la Navidad está el misterio central de la Encarnación, el mensaje que Dios nos ofrece a través de su propio hijo hecho hombre. Celebramos la donación absoluta de Dios de sí mismo, de su salvación. El comienzo y el compendio del mensaje maravilloso de Dios para el hombre, el mensaje de la verdad, el amor, la plenitud, la grandeza de lo humano, de la esperanza, de la libertad, del sentido, de la posibilidad que tiene lo creado de ser un espacio de plenitud, de disfrute y pasión... el mensaje de la salvación para la humanidad.
Con ese niño llegó ese mensaje, la palabra de Dios para los hombres. Una buena noticia de esperanza, de vida, de justicia, de amor... en forma humana. En un hombre. En un niño. La Encarnación ha sido siempre algo central en la espiritualidad y la teología de los dominicos, en nuestra predicación. La confianza en lo humano, la visión de lo mejor que hay en lo creado, de la gracia y la bondad, la belleza, la verdad que refleja cuanto existe, por ser obra de Dios, la maravilla de todo ser humano, que hasta el mismo Dios se hizo hombre... las posibilidades de mejora y de crecimiento que hay en todo...
Pero me parece que no es esa la Navidad que siempre celebramos. Desde luego no es la de los grandes almacenes ni la de las películas de Santa Claus. No vemos siempre en ese niño representado en un pesebre -con mula, buey, pastores, ángeles y toda la parafernalia de nuestros "belenes"- nada de ese mensaje de plenitud y de vida, de liberación, esperanza, sentido, buena noticia, de resplandeciente gloria, de amor que rebosa Dios por el hombre, de confianza total en lo humano... Los niños de los belenes no son ya el Salvador, el Mesías, el Señor. Son lo más vacío de nuestro folclore y cultura. Una máscara de lo que fue. No son ya mensaje de buena nueva y liberación. Son poco humanos... los hemos convertido en muñecos, vaciándolos de humanidad...
A fuerza de ver la escena, de dulcificarla, la Navidad se nos ha vaciado de contenido.
Aquel nacimiento fue el de un niño pobre, que vino para los pobres, y con ello para mostrarnos que dándonos y aliviando a los que sufren se llena la vida de vida. Fue un nacimiento -oculto, desapercibido, nada importante- de la definitiva palabra de Dios para el mundo. Fue el principio del mensaje de amor de Dios para los hombres, de su confianza en lo humano, en lo creado. Tanto ama y confía Dios en los hombres, que se hizo uno de ellos. Un hombre. Un niño. Un niño como todos los demás... pero lo hizo en lo oculto. Desapercibido. Sin que nadie se diera cuenta.
En ese niño estamos todos nosotros. En el nacimiento de ese niño, nacemos todos, pues para cada uno de nosotros nace una nueva vida con él... como en la cruz en la que su vida desembocará estamos todos y cada uno de los seres humanos. En ese niño que nace, nacemos cada hombre y mujer, porque tiene algo que decirnos y que aportarnos a cada uno de nosotros.
Tal es la clave profunda de le Encarnación también. La vida de los cristianos, la vida de un fraile dominico, es una vida conformada con Cristo. Se trata de hacerse otro Cristo. La Navidad nos ayuda a celebrar y recordar también eso. Que somos mensajeros, predicadores de Cristo, porque somos como Él, porque en el Dios que se hace hombre por amor, estamos todos los seres humanos. Porque Dios se hizo uno como nosotros para mostrarnos cómo ser nosotros mismos. Dios se hizo hombre, para que nosotros nos hiciéramos como Dios.
Mirad pues que hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Por eso realmente es por lo que celebramos la Navidad. Sólo hay que saber verlo. Descubrirlo entre el misterio y lo oculto.