Solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios

Fr. Jesús Molongua Bayi
Fr. Jesús Molongua Bayi
Malabo, Guinea Ecuatorial
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Domingo 1 de enero: Santa María, Madre de Dios

Con esta solemnidad damos comienzo al nuevo año civil y concluimos la octava de Navidad. La Iglesia, con la celebración de María Madre de Dios, se dirige a todos sus fieles y personas de buena voluntad a meditar sobre los designios divinos concretados en María: la bendición divina y la paz. Se trata pues, de la maternidad divina de María, que desde el concilio de Éfeso (431), pasó a ser confesada en el símbolo de fe de la Iglesia. Es en esta línea como va enfocado lo que nos quiere decir san Pablo sobre el misterio de la Encarnación. Pablo afirma que “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la Ley” (Ga 4,4), para designar la llegada de los tiempos mesiánicos que daban cumplimiento a tan larga espera. Con ello Pablo quiere subrayar dos cosas: por un lado, que María es una criatura de Dios, una mujer, una persona sujeta a la naturaleza de la finitud humana; es decir a los sufrimientos y a la muerte, como todo el género humano. Por otra parte, resalta la grandeza de María, la Madre del Hijo de Dios. Esta exaltación a la maternidad divina de María es, para Pablo, fruto de la gracia. Es fruto de la fidelidad y el cumplimiento del proyecto divino de salvación que debe alcanzar a toda la humanidad.

También se resalta el hecho de que, a través de María, la presencia del Hijo de Dios en el mundo es visible y palpable. El Hijo de Dios viene a liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la Ley. A través de él y de María todos los hombres y mujeres de hoy han recibido la adopción filial. Es el fundamento de la plenitud del Hijo en el tiempo presente. Dios, misericordioso y paciente, ha otorgado a los cristianos y a la humanidad a María, por su Hijo, como modelo a imitar y discernir la propia vivencia existencial. María meditaba las cosas que a ella le ocurrían y las guardaba en su corazón desde el silencio. Ello invita a adoptar una actitud de oración permanente; a entrar en la dinámica del encuentro con Dios que es vida y amor.

Por eso, en la celebración de hoy, la figura de María apela y recuerda a todos los cristianos que, en la vida, es necesaria la práctica de la oración. Como María, desde la fe, el Niño Jesús se nos ha dado como Luz que alumbra a todas las naciones; que ilumina nuestra propia vida y la de las personas que nos rodean. Pero para ello se requiere la bendición de Dios. En otros términos, que todos los hombres entren en relación con Dios y que acepten su Palabra, su Hijo. La relación con Dios crea amor, paz y vida; ya que son atributos de Dios mismo y orientan a la verdadera vida. Dios bendice y protege a quien quiere, como a María; pues la bendición es un acto profético, anuncia la salvación definitiva de Dios. Pero para recibir dicha bendición se necesita acoger al Hijo que se nos ha dado, “con todo el corazón, con la toda la mente y con todas las fuerzas”. Eso lo entendió María.

Y según Lucas, los pastores no han sido engañados por el cielo y se convierten en anunciadores del cielo. María, en el fondo, está recibiendo un anuncio eminente de parte de unos pastores. Por eso lo guardó todo en su corazón. Aunque no han sido los pastores quienes hayan elegido el nombre del Niño “Jesús”, es decir “Dios salva”, sí, en sentido más profundo lucano, han querido mostrarnos que este Niño, que ha sido concebido por obra de Dios, y que es su historia, no puede ser más que una historia de Dios. Una historia marcada por el anuncio de la paz y el amor a todos los hombres.