¿Predicamos el templo o lo humano?

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Convento Virgen de Atocha, Madrid

 

3º Domingo de Cuaresma

En Los cuatro Evangelios podemos encontrar este gesto provocativo de Jesús, donde se nos narra la expulsión del templo de «vendedores» de animales y «cambistas» de dinero. Los sinópticos, es decir, Mateo, Marcos y Lucas lo sitúan justo antes de la pasión. Juan por su parte (es el texto que toca este domingo) lo coloca al comienzo de la vida pública de Jesús. Pero colocado en un sitio o en otro, aunque tenga su significación, que no me detengo en ello, nos quieren transmitir lo mismo: lo que ocurría en el templo, aquella «cueva de ladrones», no era lo que Dios esperaba de los seres humanos.

Cuando se escribe el evangelio de Juan, el templo de Jerusalén lleva unos veinte o treinta años aproximadamente destruido. Los judíos se sentían desamparados pues el templo era el corazón y razón de su fe, de su religión. El autor del evangelio lo que quiere recordar a los que seguían a Jesús, es que ellos no han de sentir añoranza por el viejo templo; porque Jesús, «destruido» en nombre de Dios, ha sido «resucitado» por Dios mismo y por consiguiente es el «nuevo templo». Para Jesús el templo es el ser humano. Cada cristiano es el templo de Dios; y todos y cada uno de los seres humanos son piedras vivas del santuario que Dios quiere, porque sus puertas están abiertas para todos. Por razones morales, las autoridades del templo y de la religión oficial excluyeron y destruyeron a Jesús; y por razones morales también Jesús incluyó a las prostitutas y pecadores; Jesús en su tiempo, convencido de lo que hacía, incluyó a muchos de los que seguimos excluyendo de nuestro ámbito religioso de hoy.

Esta propuesta de Jesús abierta a la pluralidad, que nos narra el evangelio de este tercer domingo de Cuaresma, es la que debería marcar para siempre nuestra vocación como frailes dominicos. Nuestra predicación tiene que ser la de una religión humana que libere, comprometida y espiritual, donde lo más importante sea dar la vida por los demás. No podemos predicar para fortalecer la institución, endurecer la disciplina, y de esta manera conservar de manera rígida la tradición levantando barreras. Porque, sin darnos cuenta, podríamos caer en la situación de convertirnos en «vendedores y cambistas» que no saben hacer otra cosa más que negociar, incapacitados para amar y que han eliminado de su vida todo lo que sea darse. Si nuestra oración, nuestro estudio y predicación; si nuestra vida común fueran por estos derroteros, lo único que conseguiríamos sería rechazar la invitación que nos hace Jesús de poner «el vino nuevo en odres nuevos».

Creo que nuestra vida y nuestra predicación se tienen que centrar en el anuncio de la gratuidad de Dios. En un mundo transformado en mercado donde no hay nada gratuito y donde todo es exigido, comprado o ganado, solo lo que es gratis puede seguir seduciendo y sorprendiendo porque es el mayor y más genuino signo del amor. Los dominicos del siglo XXI, y los que os sentís atraídos por este estilo de vida y queréis formar parte de ella, debemos estar más atentos y con nuestra predicación no desfigurar a un Dios que es derroche de amor gratuito, haciéndolo a nuestra medida, a nuestra conveniencia, a nuestra seguridad.

Que no prefiramos y prediquemos el Dios de la ley y la religión del templo y los sacrificios. Que no nos sintamos dueños absolutos de la verdad, sino hermanos entre otros hermanos que queremos seguir a Jesús, abiertos a reconocer la presencia y acción del Espíritu en todos los anhelos que nos llegan por predicar la verdad, la justicia y la solidaridad. Que sembremos esperanza con nuestra predicación en el corazón de la humanidad, para que el templo sea reconstruido y levantado de nuevo porque predicamos lo que Jesús nos ofreció: una religión de vida para la humanidad.