¿Quién eres, Señor? Soy Jesús a quien tú persigues.

 

Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles

Entre el llamamiento de Jesús a Pedro y el llamamiento a Pablo hay una notable diferencia, pero una misma gracia, un mismo en Jesús y un mismo en el Espíritu.

Pedro escuchó en vivo la voz acariciadora de Jesús junto lago de Galilea, y se fue con él para comenzar un itinerario de escucha, experiencia de vida, aprendizaje de fidelidad, bochornos de caídas y gratitudes de levantamientos, que al final tuvieron su coronamiento en el famoso interrogatorio de amor único: Pedro: ¿me quieres más que éstos?; ¿de verdad que me quieres más que éstos?; ¿hay algo que quieras más que a mí?

En esa hora de total entrega, Pedro, consumado discípulo, ya no tenía que vivir en sí mismo, sino que su vivir era en el Maestro y para la misión.

Pablo no escuchó en vivo esa voz acariciadora de Jesús sino que, a fuero de judío legalista y tradicional, cerraba los oídos a pretendidos profetismos y presumía de orgulloso defensor de la Alianza con Yahvé que hacía de Israel su Pueblo de privilegio. Y por propia confesión sabemos que, colocándose al margen del nuevo Espíritu, luchaba más que cualquier otro judío por la Ley y contra el sedicente Movimiento de Jesús que llevó la Ley a su plenitud: Ley de amor.

 La vocación de Pablo, que supuso un cambio radical en su lectura de la Palabra y un vuelco inaudito de conciencia que transformó al perseguidor en defensor, y al orgulloso Escriba o Fariseo en discípulo del Nazareno, surgió en un misterioso y doble diálogo: el de Pablo consigo mismo, en el interior de su conciencia que reclamaba atención en vez de persecución a Jesús, y el de Pablo con Jesús el Nazareno que le convocaba a la verdad y fe en la nube del éxtasis.

En el diálogo consigo mismo, Pablo, el vengador de toda traición a la Ley, se muestra como quien está en profunda niebla interior sobre el valor de la novedad de Jesús que le hiere, hasta que la luz estalla en el camino de Damasco; y en el diálogo con el Nazareno es el Espíritu de Jesús el que envuelve y revuelve para despojarlo de su yo y oír al Señor.

¡Difícil proceso en éxtasis transfigurador! Pedro, que no tenía precedentes de sabio, maestro, árbitro de la verdad, fácilmente se dejó ganar y se introdujo en el ámbito del Nazareno (como si éste fuera el de su propia casa solariega judía). Pablo, en cambio, cargado de precedentes y dispuesto a asaltar castillos con su fuerza, precisó del ímpetu arrollador del espíritu para ser derrumbarlo físicamente y transformado espiritualmente.



Y como esa obra del Espíritu no se percibe sino al correr de años de discipulado, en Pablo aconteció que, como testifican los textos del Nuevo Testamento, precisó de ‘soledad sonora’ para oír y entender el mensaje, que Ananías y otros cristianos se sorprendieran y dudaran de su nueva vida, y que manos amigas, como la de Bernabé certificaran que era verdad la obra del Señor en su perseguidor.

Qué largo camino, y cuán doloroso y singular, el de la vocación cristiana y misionera de Pablo hasta hacer de su vivir un ‘vivir para Dios’, un ‘vivir en Cristo y con Cristo’, despreciando cualquier otro valor que se presentara como tentación del maligno.

La vocación de Pablo es única, y, sin cambiar la estructura básica de su rica personalidad, el resultado fue una obra de arte realizada en la fragua del amor y dolor, de la verdad y la fe, hasta configurarse totalmente con Cristo.