Seguir a Jesús es escuchar su llamada
Cuarto Domingo de Pascua
La lectura del evangelio de San Juan nos sitúa en la como fiesta de la dedicación que nos da a conocer cual es la verdadera identidad de Jesús. Dice la escritura que los judíos lo rodearon y le preguntaron: “¿hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente” Jesús les respondió: “Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí.” Jn. 10,24-25.
El evangelio de Juan, es un testimonio acerca del Cristo encarnado, con la fuerza del Espíritu que, a la vez, conserva el recuerdo del Cristo terreno y lo actualiza para el hoy de la fe. En el evangelio de San Juan, el objeto central es la persona de Cristo, su historia y su significación. El Cristo joánico es presentado fundamentalmente como el Revelador de Dios en el mundo. Esto se da de doble forma, la de Encarnado y la de Enviado.
El Hijo de Dios preexistente que vive unido con el Padre y que es Mediador de la creación, se encarna y tiene un nombre concreto: Jesús de Nazaret. En la persona de Cristo Dios se aproxima y se hace presente de manera visible en medio de su creación y de todos los hombres. Jesús es la Palabra de Dios hecha carne. Toda la historia del hombre Jesús, sus palabras, sus obras, su vida, su muerte, deben ser leídos a partir de esta afirmación. Y precisamente porque Jesús es el Hijo de Dios preexistente hecho carne, su destino histórico puede ser presentado como una venida, como un Enviado.
Jesús critica a los judíos porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: “Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas”. ¿Qué significa esta metáfora? Jesús es claro: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna”. Jesús no obliga a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de cada uno de nosotros. Sólo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna. El envío del Hijo es en si mismo el amor de Dios en acto (Jn. 3,16). En la medida que es acogido el Cristo, el hombre recibe los beneficios de este Amor. Además la manifestación de este amor no es un evento entre otros, sino que tiene un carácter único y decisivo para toda la creación, especialmente para el destino del hombre.El ser cristiano exige tomar la decisión de vivir como seguidores de Jesús. Aunque muchas veces se dice “soy cristiano” pero no se sigue ni a Jesús ni su mensaje evangélico que no es otra cosa que vivir el mandamiento del Amor. La decisión de seguir a Jesús lo cambia todo, ya que es empezar a vivir de una forma nueva la adhesión a Cristo. Sólo desde esta perspectiva la religión cristiana cobra sentido. Por ello, lo primero para decidir el seguimiento es necesario prestar atención a la llamada, a la invitación que Jesús ofrece. No se puede seguir a alguien o hacer algo que no atraiga. Empezamos a obrar cuando nos sentimos atraídos. Así mismo, seguimos a Cristo porque su mensaje es atrayente, seductor, y nos hace sentir llamados por Él. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a Él que es fuente de vida, amor y esperanza para el hombre y la mujer creyentes.
Cuando fallamos en el seguimiento a Jesús, nuestra fe corre el riesgo de quedar subyugada a una mera aceptación de creencias y practicas de obligaciones religiosas que no conducen a nada ni salvan. Es necesario que nos dejemos persuadir por las diferentes llamadas que Jesús nos hace desde el Evangelio para intentar ser auténticos seguidores de su mensaje.
Hermanos, Cristo nos invita y nos sale al encuentro para darnos Vida Eterna, no nos obliga, nos llama a ponernos en sus manos porque una vez puestos en Él viviremos en plenitud. Amén.