"Solo la fe en Jesús nos hace ver la luz" IV domingo de Cuaresma

Este tiempo de Cuaresma es un momento ejemplar y significativo en que todo cristiano debe tomar conciencia de las deficiencias y dificultades que le impiden descubrir la luz divina que solo en Jesús y a través de Él entramos en la reconciliación con el Padre. Esta luz divina fortalece nuestra fe en Dios y nos ayuda a descubrir en Jesús, como aquel ciego del Evangelio, el verdadero y auténtico mesianismo emprendido por Él para salvar a la humanidad del pecado.


El ciego que figura en el Evangelio de este domingo representa la ceguera humana. Una ceguera total e innata, causada por el pecado y que dicha ceguera nos ha alcanzado y la hemos asumido. ¿En qué sentido y de qué forma se refleja esa ceguera en el hombre? En el endurecimiento de nuestros corazones que nos arma una constante rebeldía contra el Dios bondadoso y misericordioso que tomó nuestra carne y asumió nuestra culpabilidad para que fuéramos liberados de la oscuridad del pecado y pudiéramos ver la luz salvífica.


El conflicto que aparece en el evangelio entre los fariseos y el ciego curado presenta su núcleo en el orgullo y la soberbia que muestran los fariseos después de reconocer a aquél que fue curado por Jesús. Algunos podrían creer que el problema se versa sobre el tema del sábado, día en que Jesús untó el barro en los ojos del ciego. Pero por ahí no va el asunto; sino que los fariseos, tras haber experimentado y vivido en muchas ocasiones la actividad mesiánica de Jesús, centrada en la declaración de la igualdad de todos los hombres ante Dios; la prioridad de los valores humanos- los enfermos, pobres y personas marginadas- sobre las leyes y costumbres impuestas por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo; leyes que se declinaban y se articulaban a gusto de sus deseos y ambiciones, les rechinan los dientes y sus corazones, se llenan de envidia y rencor contra Jesús, intentan levantar falsas acusaciones contra Él utilizando el sábado como excusa de perversidad respecto a las leyes y costumbres. ¿Y aquí acaba el asunto? No, sino que los fariseos, por su iniquidad, hipocresía, carencia de justicia y amor asumen la ceguera, una ceguera incurable pero voluntaria que, aun teniendo presente la luz divina manifiesta en Jesús, cierran sus propios ojos con fuerza con la intención de no reconocer la verdad y la presencia del reino de Dios que ya se manifestaba en las palabras y obras de Jesús.


¿Cómo se manifiesta esta ceguera farisea en el mundo actual? De distintas maneras, en el orgullo, la soberbia, la hipocresía, la opresión y explotación de los pobres son unas de las formas que todavía siguen debilitando nuestra fe en Jesús y nos mantienen en esta ceguera. Los fariseos utilizan el calificativo “empecatado” para aquél que en realidad se quedó libre de sus pecados al creer que Jesús es el Señor después de ser curado. El reconocimiento de nuestra debilidad y nuestros límites, la toma de conciencia sobre nuestra culpabilidad y voluntad de reconciliarnos con Dios en la humildad, amor y sinceridad nos sirven como los únicos medios capaces de fortalecer nuestra fe en Jesús, el Dios encarnado que entregó su vida para nuestra salvación.


Otra actitud importante que revela Jesús en este texto del evangelio es la entrega incondicional al servicio de las personas vulnerables y rechazadas social y económicamente. La actitud cristiana de servicio del “yo a ti” no exige condición ni acuerdo alguno, es gratuita y manifiesta la gratuidad que recibimos de Dios en la gracia y en el amor. Existen en nuestras sociedades personas marginadas por razones sanitarias y económicas, que ni siquiera los medios de comunicación se atreven a informar de las razones que les conducen a estas circunstancias. En cambio, los argumentos de rechazo son tan abundantes y sirven de excusas para evitar la mejor atención para estas personas. Pues esta atención de Jesús al ciego abandonado y rechazado por su sociedad sirve de ejemplo para los que hemos decidido continuar esta misión salvífica de Jesús en la predicación y en los distintos carismas con los que la Iglesia se identifica como portadora de la luz y de la verdad heredadas del Señor, única fuente del amor y de la revelación de Dios.


En este tiempo de Cuaresma nos invita Jesús a abandonar nuestras actitudes y comportamientos farisaicos que constantemente producen en nosotros una ceguera incurable pero voluntaria. Una ceguera que conscientemente adoptamos con comportamientos de hipocresía y de orgullo, y al mismo tiempo que nos alejan de la verdad y del amor de Dios marcados en la persona de Jesús.