Tercer Domingo de Adviento
Comúnmente hablando, este tercer domingo de Adviento se denomina “domingo de la alegría”. Desde luego, cómo no va estar la alegría en el mundo lleno de esperanza por la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Pero también hemos de saber que nuestro mundo hoy, vive situaciones de desesperanza y de tristeza que generan inquietudes alarmantes. Lo vemos bien: muchas personas están tristes porque no encuentran empleo para llevar adelante a sus familias; otras, los ancianos y ancianas también se entristecen porque sufren soledad; muchos menores, son explotados en otras latitudes del planeta y (…) ¡Ante semejante descripción diríamos que el Evangelio exagera al invitarnos a la alegría! Sin embargo, no nos engañemos. Vemos que en las lecturas de este tercer domingo de Adviento sus autores se dirigen a las personas que sufren; esas lecturas, van dirigidas a personas que están en situaciones precarias. Es lo que el profeta Sofonías intenta hacer al invitar al pueblo de Israel a regocijarse ante la mala experiencia que están sufriendo. Hace alusión al pueblo del Éxodo. La causa de esta alegría es la presencia de Dios en medio de ellos: el Señor está en medio de su pueblo, con lo cual, el miedo y la tristeza deberán desaparecer.
Esta llamada a la alegría está presente también en la Carta que Pablo dirige a los Filipenses. Lo que indica que el propio Pablo pasó por males experiencias, sufrió mucho en su propia carne antes de escribir esta carta a sus hermanos de Filipo. Pablo subraya en su carta las palabras: alegría, paz, bondad, acción de gracias. Si tenemos que estar en la alegría es por una razón obvia: el señor está cerca. La vida cristiana es una vida fundamentalmente alegre, es una vida que transmite la paz y la alegría del Dios de Jesucristo. Por eso Pablo nos recomienda estar siempre alegres en el Señor; y que nuestra mesura la conozca todo el mundo. No tiene sentido un cristianismo sin alegría, sin paz. Aunque la historia nos haya mostrado lo contrario, tenemos que llenarnos de la alegría de Dios; él es quien nos liberará de nuestras fatigas y sufrimientos. Es en esta condición que recibiremos la verdadera paz y seremos al mismos tiempo artífices de paz. Las relaciones entre las familias y entre los pueblos serían mejores si se nutrieran de esta paz.
Lucas, en el evangelio de este domingo, muestra el camino de la verdadera alegría. Los que van a Juan Bautista le hacen la siguiente pregunta: ¿entonces, qué hacemos? Pregunta que nosotros también hemos de hacernos hoy. No podemos contentarnos de las bellas palabras e intenciones de cada uno. Lo primero es el “hacer”, es obrar según nuestras convicciones de fe. Pues, esperamos la venida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo. Esta venida no debería ser de forma pasiva. Ella debe nutrirse cada día del Evangelio y de la oración. Entonces, ¿qué hacemos? La respuesta que nos propone Juan Bautista es clara: practicar la justicia y la misericordia. En palabras más sencillas del Bautista sería: “el que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga comida, haga lo mismo”. Vemos que, como dijimos más arriba, muchos de nuestros hermanos y hermanas sufren mucho hoy en día en nuestra sociedad, en nuestras casas, en nuestros barrios, en nuestros entornos; ante tal situación hoy, Juan Bautista nos recuerda que la única respuesta válida es el compartir.
Ahora vienen los publicanos, cobradores de impuestos, despreciados por todos porque se enriquecen con el dinero de los pobres. No tiene miedo de dirigirse a Juan Bautista: Maestro, ¿qué hemos de hacer? El Bautista no les recomienda hacer actos extraordinarios, sino que les anima a que hagan mejor su trabajo honestamente: “No exijáis más de lo que está establecido”. Es decir, que eviten las malversaciones, la corrupción institucionalizada y que no se enriquezcan a base del sufrimiento de los pobres.
Los militares por su parte se dirigen también a Juan Bautista: ¿qué hacemos nosotros? El Bautista les recomienda no provocar la violencia ni torturar a nadie. Pues ellos, tenían la costumbre del pillaje y son invitados a contentarse con su salario. La solidaridad y la justicia son las dos exigencias fundamentales. Sin ellas no podemos preparar la venida de Nuestro Señor Jesucristo en nuestra vida. En este tiempo de preparación y de espera deben atraer nuestra atención las personas que sufren, los excluidos, los enfermos, los sin techo, los parados, los que viven la soledad. Pues sin ello no podremos estar y gozar de la alegría de Cristo en esta Navidad que se asoma. El mismo Cristo viene a encarnarse en nuestra vida y en nuestro mundo. Por esa razón vale la pena hacernos la pregunta: entonces, ¿qué hacemos? La respuesta no ha cambiado desde los tiempos del Bautista: el respeto del otro, el compartir y la solidaridad. Así podremos encontrarnos con Jesús viviendo en el presente la alegría que nos ofrece de parte de Dios.