"Vitamina para el espíritu: Fe" Domingo XIII del T.O Ciclo B (Mc 5, 21-43)
Estimado hermano en Cristo, en estos días en que la canícula acaba de empezar y apetece tomar alguna bebida fría para refrescar el cuerpo, también hoy la Palabra del Señor -que es el alimento espiritual de todo el que se precie de ser cristiano- nos ofrece un sorbo refrescante para el espíritu y así seguir aguantado el estío. El evangelio nos presenta dos situaciones que son muy humanas: la impotencia de un padre ante la muerte de su hija y la enfermedad de una mujer. Pero estas dos situaciones no son determinantes en la vida del ser humano cuando por medio está aquello que el mismo Jesús dice varias veces: «tu fe te ha curado», «no temas; basta que tengas fe». A ambos, Jesús les muestra que la fuente de la riqueza personal es la fe.
Para sentirse creyente y vivir la fe con verdadera convicción es necesario tener la experiencia de que la fe hace bien. De lo contrario, tarde o temprano, uno prescinde de la religión y lo abandona todo. Para una persona sólo es vital aquello que la hace vivir. Lo mismo sucede con la fe. Es algo vital cuando el creyente puede experimentar que esa fe le hace vivir de manera más sana, acertada y gozosa. La fe no es insana, al contrario, te ayuda a vivir en esperanza y a mirar las cosas con sentido. Aquel que diga “yo no tengo fe en nada”, se miente a sí mismo, porque hasta el que no es creyente confía o espera “algo”. La fe en cristiano es la confianza, es la esperanza, es una experiencia personal con ese Dios Amor que nos sale al encuentro a ti, a mí, en cada momento, circunstancia y situación de la vida.
Nos vamos haciendo creyentes en la medida en que vamos experimentando que la adhesión a Cristo nos hace vivir con una confianza más plena, que nos da luz y fuerza para enfrentarnos a nuestro día a día, que hace crecer nuestra capacidad de amar y de alimentar una esperanza última.
La fe es una experiencia personal que no puede ser comunicada a otros con razonamientos y demostraciones, ni será fácilmente admitida por quienes no la han vivido. Pero es la que sostiene sacramentalmente la fe del creyente, incluso cuando se presentan los momentos de oscuridad del corazón. Creo que debo matizar: los hechos de la fe, aun no siendo demostrables mediante presupuestos empíricos, no son contrarios a la razón humana, sino que la complementan. Por eso, se afirma en la sana doctrina que “la gracia no anula la razón del hombre sino que la complementa”.
Hermano, muchas veces la enfermedad está en el espíritu, es decir, en lo profundo de nuestro ser, y, en ocasiones, la somatizamos al exterior: estrés, tensión, depresión. Pero cuidado, la fe no hay que usarla como uno de tantos remedios para tener buena salud física o psíquica; la razón última del seguimiento a Jesús no es la salud, sino la acogida del Amor salvador de Dios. Una vez establecido esto, hemos de afirmar que la fe posee fuerza sanadora y que acoger a Dios con confianza ayuda a las personas a vivir de manera más sana. Porque el yo más profundo del ser humano pide sentido, esperanza y, sobre todo, amor. Muchas personas comienzan a enfermar por falta de amor. Por eso, la experiencia de sabernos amados incondicionalmente por Dios nos puede curar. Los problemas no desaparecen. Pero saber, en el nivel más profundo de mi ser, que soy amado siempre y en cualquier situación, y no porque yo soy bueno y santo, sino porque Dios es bueno y me quiere, es una experiencia que genera estabilidad y paz interior.
¿Te sientes amado? ¿En verdad, crees que te aman? ¿Has experimentado esa fuerza de Dios que nace de la fe? Para empezar amar a otro/a hay que empezar por uno mismo y creérnoslo.