"Yo tampoco te condeno" V Cuaresma (Jn 8, 1-11)
En este V domingo, con el que entramos en la recta final del caminar cuaresmal, que culminará con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, donde se entregará en el madero por nuestra salvación, se nos presenta en el evangelio de Juan a la mujer adúltera.
El evangelista Juan nos muestra, una vez más, la gran misericordia y el amor compasivo e ilimitado que tiene Jesús sobre nosotros y, por cuya razón, siempre nos tiende la mano. Los judíos y los escribas buscaban un hecho o un dicho con que comprometer a Jesús y así poder acusarlo para luego sentenciarlo. El hecho de que le traigan a la mujer es sospechoso, porque casos iguales eran tratados por los Rabinos, es decir, los Maestros de la ley. Le trajeron este problema llamándole “Maestro”, para hacerle creer que ellos le veían como tal, cuando en realidad querían ver si se equivocaba y así poder acusarlo.
Cuando le dicen “la ley nos manda apedrear a las adúlteras” esperaban que Jesús les dijera algo como “¡en verdad os digo, quien le tire una piedra a su hermana, no verá el reino de Dios!”. De esta manera podrían alegar que estaba a favor del adulterio. Sin embargo, Jesús les sorprende con su respuesta “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra”. Tirar la primera piedra significa aquí que eres fiel cumplidor de la ley, que todo lo que haces es justo y agradable, o sea, lo que viene siendo en nuestro lenguaje diario, “eres un santo”. No un santo de cartón, y de eso se dieron cuenta todos, porque sabían que eran santos de cartón y ninguno estaba libre de culpa.
Jesús vuelve a salir vencedor en el pleito. Se marcharon todos y nadie fue capaz de tirar ni una sola piedra a la mujer. Tampoco encontraron nada para acusar a Jesús, quien aprovecha esta ocasión para darnos una nueva lección cuando le dice a la mujer “yo tampoco te condeno, vete y no peques más”. Esta es la lección que hemos de aprender hoy. Como Jesús, hemos de ser capaces de perdonar, de no vivir una vida basada en juicios y condenas de todo cuanto a nuestro alrededor no sea de nuestro agrado, de repudiar a la gente que no nos caen bien por su forma de ser o por lo que no es y quisiéramos que fuera.
Me pregunto ¿quién está libre de culpa? Todos que, de alguna forma, cometemos errores a diario, juzgamos los actos de otros en cada instante. Con frecuencia, queremos que los demás sean como nosotros queremos que sean, porque no nos gusta su modo de ser o de pensar. Criticamos y juzgamos la vida “mala” de los demás, cuando nosotros también tenemos nuestras faltas. ¿Qué poder tienes tú, que cometes errores a diario, para juzgar y condenar a otro que también los ha cometido? ¿En qué nos diferenciamos de los demás?
No seguimos el ejemplo de Nuestro Señor y no somos capaces de decirnos “no estoy en condiciones de juzgar”. Cristo dijo a la mujer, y nos lo repite a nosotros todos los días, “yo tampoco te juzgo”, y en otro pasaje “no juzguéis y no seréis juzgados”. Tratemos a las personas con el corazón en la mano, ayudemos a levantarse al que se cae de tanto ser juzgado.
En este año de la Misericordia, este Evangelio nos viene como anillo al dedo. Es Jesús mismo quien nos muestra el camino a seguir en el año de la misericordia, usando sus herramientas más favorables: el ayuno, la oración y la limosna para llegar a hacer nuestro corazón capaz de comprender y no juzgar, de perdonar y no apedrear.