La búsqueda de la contemplación dominicana
Ha costado, pero lo hemos conseguido. Fray Pascual Notari ha viajado en el tiempo, hasta los principios del s.XIV, para entrevistar a uno de los dominicos más famosos de entonces, el beato Dalmacio Moner. Escuchemos qué nos quiere decir este gran contemplador y predicador de Girona.
Para muchos eres un desconocido. Preséntate tú mismo.
Entre mi gente me conocen como Dalmau Moner. Nací en Santa Coloma de Farners (Girona). Mi vida transcurre entre 1289 y 1341. En este sentido soy "medieval". Pero, ante todo, soy fraile dominico, vuestro hermano. Así me gustaría que me conociesen.
¿Qué es lo que más recuerdas de tu juventud?
Que eran muy pocos los que entonces podían recibir una formación. He de considerarme afortunado porque pude ir a la ciudad de Girona a estudiar "Artes Liberales" (así se llamaban entonces): cursos de grado elemental y superior que, al final, te capacitaban para poder continuar en la universidad. Mi familia no disponía de recursos económicos suficientes, y para costearme los estudios daba clases particulares a gente más joven. Tuve un alumno que llegaría a ser un famoso jurisconsulto.
¿Cómo surgió tu vocación?
Estudiando en Girona conocí a los dominicos. Tenían allí un convento. Hice amistad con ellos. Era una comunidad de reciente fundación. Vivían intensamente el ambiente de oración, de vida fraterna, de verdadera amistad, de pobreza evangélica, de reflexión sobre la Palabra de Dios y de Predicación del Evangelio. A mí aquello me impactó. Fue el despertar vocacional. Pedí ingresar en la comunidad y allí hice la profesión religiosa.
¿Estuviste en otras comunidades dominicanas?
Por breves periodos de tiempo. Comencé los estudios de Teología en el convento de Girona, y los completé en el de Valencia, en el de Barcelona y en Montpellier. Enseñé algunos cursos de lógica en el convento de Tarragona y de Cervera. Fui también a consolidar comunidades dominicanas que empezaban, como la Manresa y la de Balaguer.
¿Siempre estudiando, enseñando o consolidando fundaciones?
Mi comunidad a la que siempre volvía y en la que me sentía más identificado era la de Girona. A mí lo que me atraía de la vocación dominicana era el Contemplar y dar a los demás lo contemplado, y esto fue lo que principalmente intenté vivir. Contemplar a través de la oración y de la reflexión asidua de la Palabra de Dios era una experiencia muy grata para mí. Me llenaba, me abría horizontes. Sin un trato con Dios y con su Palabra no podemos comunicar el mensaje del Evangelio, no podemos dar a los demás lo contemplado.
Decían que tenías una extraordinaria capacidad para acompañar y aconsejar a las personas.
La gente venía a verme, a hablar conmigo, a pedirme orientación; muchos acudían apurados por carencias materiales y espirituales de todo tipo. Yo intentaba, sobre todo, acoger, escuchar y ayudar a los que en aquella sociedad, e incluso en la misma Iglesia, se sentían completamente abandonados. En estos encuentros surgía la posibilidad de dar a conocer el mensaje de Jesús. Todos se llamaban "cristianos" pero la inmensa mayoría desconocía el Evangelio. Intentaba predicar también así.
El célebre historiador Francisco Diago dice de ti que eras un "pájaro solitario".
Lo dice porque cuando iba con los frailes en misión de predicación procuraba buscar momentos de soledad para orar, reflexionar y meditar sobre los evangelios. También procuraba encontrar esos momentos estando en el convento, incluso pedí permiso al Maestro de la Orden para que, en sintonía con la vida comunitaria, pudiese tener un lugar de mayor retiro en el convento, y me lo concedió. He valorado también el silencio, ese ámbito interior de la persona que sólo Dios puede llenar.
¿Es cierto que fuiste tan austero y penitente?
Ese es un lenguaje muy propio de mis biógrafos. He querido libremente vivir con sencillez y pobreza, conforme al evangelio, al estilo de Santo Domingo. El afán de los bienes materiales hace que nos olvidemos de Dios y del prójimo necesitado, y es un obstáculo para la predicación del evangelio. En lo referente a las penitencias creo que exageran. No he rehusado las que me ha deparado la vida que, por otra parte, no tenían ni punto de comparación con las que tenía que soportar tantísima la gente en la edad media.
Te consideran santo y amigo de Dios.
Santo de verdad solamente es Dios, y hemos de vivir a su imagen y semejanza. Procuré seguir a Jesucristo al estilo de Santo Domingo y de los primeros apóstoles, con rectitud de corazón y mirada limpia. Siempre quise tener a Dios por amigo y amar sinceramente al prójimo, y esto quise vivirlo en autenticidad y en verdad.
Agradecemos a Fray Dalmacio Moner, nuestro hermano y santo dominico, que nos haya dedicado un poco de su tiempo para aportarnos estos rasgos de su vocación.