La coherencia y la espiritualidad del compromiso: Savonarola
Hereje o santo, precursor o superviviente, pero siempre “superando” a su tiempo, Savonarola parecía irreconciliable con una cultura por la que había sentido enorme fascinación. Se vio confrontado a un mundo que, después de escucharle con devoción por su entrega profunda, le rechazó y le destruyó. Fue la suya una vida inmersa en la problemática viva de su tiempo. No se retiró del mundo para encontrarse con Dios, sino que Dios mismo se le anunció en medio del conflicto de la vida. No huyó del ruido del mundo para encontrar en el silencio a Dios, sino que supo escuchar el silencio evocador de Dios en el ruido mismo del conflicto de la vida. Y desde ahí lo anunció con gestos proféticos, con una gran coherencia moral y una profunda espiritualidad de libertad radical, que diría nuestro admirado Albert Nolan.
Hablemos con imágenes renacentistas. El segundo panel de La creación del mundo, en la bóveda de la Capilla Sixtina, muestra a Dios creando el cielo y los astros. La cara de Dios tiene un gesto de temor, muy característico en algunas pinturas de Miguel Ángel. En esa instantánea de creación, su figura aparece flotando y con la espalda vuelta al observador. Este gesto era muy significativo en aquel contexto: volverle la espalda a alguien denotaba una actitud de total confianza en un tiempo en el que nadie volvía la espalda a otro, a no ser que se fiara plenamente de él y de su trayectoria de vida. Siguiendo con el sentido simbólico, Dios podía creer en el mundo porque el hombre todavía no había sido creado. Fue después cuando el hombre desmereció esa confianza, no sólo por la caída de Adán, sino en la forma que tuvo de expresarse la "naturaleza" humana: mientras que la physis del mundo natural reflejaba la bondad de Dios, la physis del hombre desafiaba a Dios y lo disgustaba. Pero este disgusto, si recordamos el texto de la creación de Pico Della Mirandola, era fruto de las razones del hombre mismo y no por causa de Dios. La naturaleza racional del hombre es vista como una donación de Dios. Ahora bien, su "naturaleza" de animal político (Maquiavelo) -egoísta, violento, con una inteligencia al servicio de sus propios fines- no es el fruto de la generosidad de Dios. El hombre, al expresar esta naturaleza, niega a Dios. La verdad de que el hombre tiene sus propias razones, y de que éstas no son las mismas que las de Dios, es el gran descubrimiento del Renacimiento. Savonarola participa de ese espíritu renacentista que pone el acento en una fe que se sustancia de caridad y que se celebra en la vida ciudadana constructiva. Por eso, nuestro fraile, frente a la perversa tiranía de los Medici se vincula, más de lo que parece, a la tradición de la ‘vida civil’, en la que confluyen buenas costumbres y ‘religión’, según el ideal, ya anhelado, por los aristotélicos (Bruni, Manetti, Acciaiuoli, Rinuccini) y los platónicos (Palmieri).
Creo que hoy, Savonarola nos sigue enseñando la necesidad de aportar algo nuevo y esperanzador a los conflictos humanos. A no perder la esperanza, a conservar la coherencia con nuestros principios éticos y a no aceptar espiritualidades de huida (¿del mundo?) que, con frecuencia, han favorecido actitudes fundamentalistas y neoconservadoras.
Savonarola vive proféticamente, muestra el comportamiento del profeta: cuando la amenaza a la libertad personal interior es sentida con más intensidad, crece su confianza existencial; se abre a lo nuevo de una espiritualidad y a esa mística que solo nace en los momentos de profunda crisis. Savonarola nos muestra una libertad fundada en una espiritualidad que trata de responder a las cuestiones del momento presente y responder, como siempre, desde la fe en Jesucristo. Hoy, diríamos que es también un trabajo de teología contextual, pero en nuestro caso, el contexto no sería la experiencia florentina, sino el mundo cambiante y crítico que nos ha tocado vivir. Aquel vivió las consecuencias de una primera globalización del mundo, hoy intentamos escuchar la palabra de Dios en medio del conflicto y de la crisis de esta otra globalización y de sus víctimas. Intentamos descubrir así la vida dominicana de hoy.
Esta espiritualidad exige tomarse a Jesús en serio; es decir, hacer una lectura de los signos de los tiempos, que nos permita desvelar el verdadero rostro de Cristo en medio del “ruido” de la vida, en el núcleo mismo de todo lo que lo oculta, lo manipula, lo disimula o, simplemente, lo distrae (Rom, 12, 1-2). La espiritualidad de Savonarola, diríamos hoy, fue contextual (Mt. 16, 3.4), y con ello nos dice que no podemos tomar seriamente a Jesús sin descubrir su totalidad. Tratar de buscarlo a través de un proceso que ignore esta lectura contextual de la realidad es, sencillamente, imposible.