Pedro de Córdoba: Precursor de una comunidad defensora de la vida
Pedro de Córdoba fue un fraile dominico cuyo talante personal posibilitó la defensa de la vida indígena en el seno de la primera comunidad asentada en la Española. Bien formado en las aulas de la Universidad de Salamanca y enraizado en el carisma dominicano, fue piedra angular de la evangelización de América frente a las explotaciones de los encomenderos. No obstante, su nombre ha quedado con frecuencia en la penumbra.
En septiembre de 1510 un grupo de dominicos —por orden del maestro general Tommaso da Vio Gaetano— llegaron a la isla Quisqueya, bautizada pronto con el nombre de Santo Domingo. Entre ellos figuran fray Antonio Montesino, fray Bernardo de Santo Domingo, fray Domingo de Mendoza, el hermano Domingo de Villamayor y fray Pedro de Córdoba, el más joven de todos. Este último será el vicario y el responsable de la nueva misión de la Orden de Predicadores en tierras americanas.
Pedro va a inaugurar una nueva relación entre el misionero y los indígenas.
Ahora bien, ¿quién es este joven dominico a quien se le encarga tan importantísima misión? En el libro Los dominicos en América (1983), de fray José Álvarez Fernández, podemos recoger algunas cualidades suyas: «… gran virtud, capacidad intelectual… era eminente predicador… Campeaba y lucía a los ojos de todos con gran admiración, veíanle muy despegado del mundo y muy ajustado con la profesión de verdadero hijo de Santo Domingo, imitador de sus raras virtudes y santidad». Los datos sobre su ingreso y primeros pasos de la Orden son algo confusos, pero finalmente Bartolomé de las Casas nos relatará que Córdoba tenía 28 años cuando llega a estas tierras.
Pedro de Córdoba vendrá a ser en poco tiempo para los naturales de estas tierras como una fuente de agua transparente y fresca, en medio de las enturbiadas y ensangrentadas aguas en la que los que se hacían llamar cristianos ahogaban a los indefensos indígenas. A pesar de que los indígenas estos ofrecieron una valiente resistencia, no les era posible competir con los españoles: no contaban con sus armas, escudos y espadas de acero, sus caballos, sus perros rastreadores y su experiencia militar; sino que usaban flechas, lanzas, hachas de piedra y otros instrumentos de caza.
Esta es la situación por las que estaban pasando los nativos a la llegada de los dominicos. Frente a tal atropello, Pedro de Córdoba y la comunidad no pueden quedarse de brazos cruzados mientras toda una raza de taínos va desapareciendo por el maltrato y los abusos de los conquistadores. El gesto de sentarse en un banco durante las predicaciones a los indígenas denota ya una manera de situarse diferente a la acostumbrada en la época: era una Iglesia con una práctica pastoral cercana y encarnada, distinta de otras al servicio de los monarcas y sus delegados locales, con mezcla de cruz y de espada. Pedro va a inaugurar una nueva relación entre el misionero y los indígenas. En ese encuentro se dará una comunicación mutua donde Pedro va a captar en los ojos de los indígenas una receptividad para acoger la palabra de Dios. Con esta primera experiencia con los indígenas, se comienza a forjar una metodología de evangelización y denuncia que hasta hoy nos sorprende por su novedad.
Así pues, la comunidad, con Pedro a la cabeza, buscaba diversas formas para responder a esta situación inhumana. Después de dialogar con las autoridades en el territorio y ver que no hacían nada para resolver el problema, no tienen otra opción que pronunciarse en público en contra de los abusos cometidos. Es entonces cuando se dan los sermones de Adviento (1511), los cuales van a poner al descubierto una realidad oculta hasta el momento ante las cortes españolas. Dicho sermones tenían unos destinatarios concretos: la clase dirigente de la colonia, delegados y encomenderos, quienes eran los responsables de la situación de injusta opresión en que vivían los nativos de aquellas tierras.
No podemos terminar sin antes expresar que esta transparencia, coherencia evangélica y entrega total a la misión de Jesús en las huellas de santo Domingo merece gran veneración, así como un mejor reconocimiento de fray Pedro de Córdoba en la historia.