San Raimundo de Peñafort
En aquel “bullicioso” siglo XIII que despuntaba, dónde nuevos aires se respiraban y nuevas necesidades surgían un ya reconocido clérigo, maestro en derecho y teología, se vio atraído por la forma de vida religiosa que acababa de fundar Domingo de Guzmán. Era Raymundo, de noble familia barcelonesa, que pasados ya los 40 años, y no con un brillante provenir, si no con una posición académica y eclesial envidiable, ingresa en la Orden de predicadores en el recién creado convento de Barcelona.
Estamos en 1222. ¿Qué pudo atraer a la Orden a uno de los mejores profesores de Bolonia, seguramente la sede principal de los estudios jurídicos del mundo de entonces? Seguramente lo que a otras tantas figuras de la Iglesia y de la sociedad que por esas fechas, recién muerto el fundador, ingresan en nuestra Orden: la apertura a un mundo cambiante y apasionante, que requería del estudio, de la profundización, del cambio de esquemas, para poder afrontar los nuevos retos sociales y eclesiales. Quien tenía fama, y seguramente medios de todo tipo, abraza la pobreza evangélica y la vida común en el convento de su ciudad natal.
Pero Raimundo era demasiado conocido y valorado; ya había realizado varias compilaciones jurídicas y morales, y hacia 1230 el Papa Gregorio IX, amigo personal de Santo Domingo y su “canonizador” requiere sus servicios para compilar todo el Derecho de la Iglesia de aquel llamado Siglo de Oro del Derecho Canónico. En 4 años Raimundo realiza un trabajo que le convierte en el “abogado” y “teórico del Derecho” número uno del mundo. El resultado: las Decretales de Gregorio IX.
San Raimundo de Peñafort, Luneta, Museo de san Marco, Florencia
La fama de buen organizador de Raimundo era evidente, lo que no iba unido a su deseo de gobierno, pues rechazó continuamente las presiones del Papa para ordenarlo Obispo y nombrarlo Cardenal. Sin embargo, las presiones no cesaban, ahora desde su Orden, que en 1238, a la muerte de Jordán de Sajonia, le pide desde el Capítulo General de Bolonia, que sea el segundo sucesor de Santo Domingo. Parece que a Raimundo “mandar” no le iba nada, se niega, pero se le suplica que acepte su elección, según nos dicen historiadores de la Orden, argumentando que sólo él sería capaz de aunar distintas sensibilidades y facciones. Y durante dos años es Maestro General de la Orden. Después ruega encarecidamente que le acepten la dimisión, por enfermedad y avanzada edad. La presión del poder no era para él, la edad y enfermedad duraron otros 35 años, pues murió casi centenario en su Barcelona natal en 1275.
No fue motivo de desaliento para Raimundo su dura experiencia de gobierno, al contrario. Siguió realizando una actividad bien intensa una vez acabado su periodo de General. Confesor y preceptor del rey de Aragón y Cataluña, Jaime I, no sólo tuvo relación con la realeza y la nobleza de su entorno, sino que siempre se le ve sensible a las necesidades de los más necesitados, tomando varias iniciativas en este sentido, sobre todo ayudando a San Pedro Nolasco en la creación de la Orden de la Mereced para la redención de cautivos. Y su afán evangelizador le mantiene vivo y activo, pero no pensando en imposición y conquista. Crea varios centros de preparación para misioneros, instando siempre a los frailes al estudio de la cultura y la lengua árabe, y de su Libro Sagrado, el Corán, para así poder llegar y contactar mucho mejor con ellos. Ecumenismo en estado puro en un humanista cristiano y medieval.
Conocido y reconocido, humanista, jurista, fabuloso organizador y compilador, consultado por todos, venerado, pero profundamente humilde; parece que lo único que no soportó en su vida fue el peso del poder En su magnífico sepulcro de la catedral de la ciudad que lo vio nacer y morir, descansa el fraile universal, que en su búsqueda de la verdad aunó ciencia y humildad, caridad y prestigio, sabiduría y pobreza.