Vicente Ferrer, un santo y un maestro

Fr. José Antonio Heredia
Fr. José Antonio Heredia
Casa natalicia de San Vicente Ferrer, Valencia

 

Vicente Ferrer, era un niño inquieto y juguetón, como todos los niños. Nació el 23 de enero de 1350 en Valencia en una casa que da a la calle del mar, nº 49 y que se conserva en la actualidad cuidada por el Ayuntamiento y por una comunidad de frailes dominicos. Fueron sus padres Guillermo Ferrer, y Constanza Miquel, que tuvieron tres hijas y tres hijos.

Su padre era notario y estaba bien relacionado con los representantes de la ciudad, lo que le permitió un bautizo con ilustres padrinos y el «beneficio de Santa Ana» en la Parroquia de Santo Tomás, cercana al domicilio. En ese día, 23 de enero, aun hoy, se celebra un pequeño festejo recordando aquel acontecimiento, ya que además coincide con la fiesta de San Vicente Mártir, patrono de la ciudad y por el que se le puso el nombre de «Vicente».

Sus primeros estudios fueron en Valencia, donde se inició en «estudios de latinidad». Muchos días se le veía por los alrededores del Convento de Santo Domingo, cercano a la casa paterna. En aquella comunidad de frailes él se sentía como uno más, es más, pronto se dio cuenta de que quería ser uno de ellos y eso que no lo tenía fácil, pues las veces que lo había comentado en casa no era del agrado de sus padres; pero como buenos cristianos que eran al final lo aceptaron, como lo que realmente era: un don de Dios.

En febrero de 1367 tomó el hábito dominicano y paso a formar parte de la comunidad religiosa comenzando su periodo de formación. Entre 1368 y 1375 fue enviado por sus superiores a profundizar sus estudios en Lérida, Barcelona y Toulouse. En Lérida dio clases como profesor de Lógica, donde se encontraba en su época el Estudio General de la Corona de Aragón, la Universidad.

De regreso a Valencia fue elegido Prior del Convento y comenzó su tarea de predicador, por todo el antiguo reino de Valencia. Sabemos que predicó una Cuaresma en Segorbe y otra en Valencia capital. También hay que destacar su intervención en sentencias entre religiosos, y sus clases como profesor de teología en «La Seu» (catedral) de Valencia entre 1385 y 1390. En 1394 fue elegido papa Pedro de Luna, como Benedicto XIII, y llamó a Vicente a la curia, le ofreció distinciones cardenalicias y obispados, pero Vicente los rechazó.

El cisma le causaba un gran dolor interior, y en ese momento sufre una enfermedad que parecía llevarle a la muerte. El 3 de octubre tiene una visión que cambia el rumbo de su vida y desde ese momento se dedica a la predicación itinerante, a la que se consagra totalmente, recorriendo los caminos de Europa occidental a pie.

Tras su intervención en Caspe y en sus frecuentes encuentros con el rey Fernando, Benedicto XIII y el emperador Segismundo tratan sobre la unión de la Iglesia. El 6 de enero de 1416, Vicente Ferrer en Perpiñán, leyó un documento por el que la Corona de Aragón se sustraía de la obediencia a Avignon.

Al año siguiente en 1417 fue elegido Martín V como Papa de toda la Cristiandad, con lo que se cerraba una de las etapas más dramáticas de la vida de la Iglesia.

Su lenguaje directo y claro, llegaba al pueblo y le permitió que grandes multitudes le escucharan por allí por donde pasaba. Tras recorrer muchos pueblos y ciudades de la geografía española y parte de Europa, le pidieron que asistiera al Concilio de Constanza, pero él optó por seguir con su trabajo y continuó predicando por Francia, evitando las zonas en guerra.

Recorrió el Mediodía francés, la Auvernia, pasando luego a la Bretaña, donde transcurrirán los últimos meses de su vida. Encontrándose gravemente enfermo, decidió partir hacia Valencia, pero hubo una terrible tempestad al salir del puerto de Vannes, lo que él interpretó como una señal de Dios para que volviera a Vannes a pasar el resto de sus días. Falleció allí el 5 de abril de 1419. Su sepulcro se halla en la catedral de dicha ciudad.

El día 29 de junio de 1455 tras votarlo en el consejo de cardenales, Calixto III anunció la canonización de Vicente Ferrer.

San Vicente Ferrer escribió un mensaje para que lo llevaran a todos los valencianos, y que podemos considerar como su testamento. El mensaje dice así:

« ¡Pobre patria mía! No puedo tener el placer de que mis huesos descansen en su regazo; pero decid a aquellos ciudadanos que muero dedicándoles mis recuerdos, prometiéndoles una constante asistencia y que mis continuas oraciones allí en el cielo serán para ellos, a los que nunca olvidaré.
En todas sus tribulaciones, en todas sus desgracias, en todos sus pesares, yo les consolaré, yo intercederé por ellos. Que conserven y practiquen las enseñanzas que les di, que guarden siempre incólume la fe que les prediqué, y que no desmientan nunca la religiosidad de que siempre han dado pruebas.
Aunque no viva en este mundo, yo siempre seré hijo de Valencia. Que vivan tranquilos, que mi protección no les faltará jamás. Decid a mis queridos hermanos que muero bendiciéndoles y dedicándoles mi último suspiro».