Y.Congar: Un Infatigable promotor de la comunión
Mis jóvenes hermanos de comunidad me pidieron que hiciera una breve semblanza de la figura de Yves Marie Congar. Hablar de Congar es adentrarse en el territorio fascinante de un hombre enorme, de un verdadero gigante por diversos capítulos: su rica personalidad humana y dominicana, su teología, su producción, el influjo que ha tenido en la Iglesia y en el pensamiento de la fe cristiana.
Por lo tanto, no es sencillo compendiar con competencia las líneas maestras que recorren la vida y la obra de este gigante. Pensando sobre este fraterno encargo, vino a mi memoria Juan Bosch, fraile dominico valenciano, fallecido prematuramente, enamorado del ecumenismo y gran conocedor de nuestro personaje. No me lo pensé demasiado. Nadie mejor que él podría realizar una presentación de Congar de acuerdo a las características solicitadas. Y me puse a la obra para rescatar de sus escritos sobre Congar el material necesario. Las líneas que siguen a continuación, pues, no son mías, son de Juan Bosch. Sirvan de pequeño homenaje a su vida y a su entusiasmo ecuménico. Gracias (Vicente Botella Cubells OP).
Principales aportaciones de Yves Marie Congar a la teología
La aportación del P. Congar a la renovación de la teología católica ha sido de tal calibre que numerosos estudiosos lo colocan como uno de los más importantes teólogos del siglo XX. Formado en el pensamiento de Tomás de Aquino —estudiante y profesor de la Escuela de Le Saulchoir— aprendió muy pronto a ubicar a Santo Tomás en su contexto histórico y a forjar un tomismo que se separaba del «neotomismo» tan en boga a finales del XIX y en la mayoría de los manuales de teología de inspiración romana.
Las principales aportaciones de Congar deben ubicarse en el campo de la eclesiología, del ecumenismo, de la teología ministerial y de la historia de las ideas teológicas.
Su dedicación a la eclesiología se había iniciado con su tesina La unidad de la iglesia y su inmediata incorporación al claustro de profesores enseñando el tratado De Ecclesia. Tanto sus numerosas publicaciones sobre el tema, como la creación de la famosa colección «Unam Sanctam» que tanta influencia tendría en la renovación eclesiológica, han hecho de Congar seguramente el más grande eclesiólogo del XX. En el fondo trató de renovar la visión que la Iglesia tenía de sí misma, superando tantas presentaciones demasiado jurídicas que parecían ser «tradicionales» cuando en realidad eran producto de una estrecha visión barroca y postridentina. Para superar estas presentaciones, Congar trató de «volver a las fuentes más profundas de la tradición de la Iglesia», fuentes bíblicas, patrísticas y las mejores medievales. Y en su necesaria reforma intentó presentar el rostro de la imagen del misterio de la Santa y Única Iglesia de Jesucristo. En los años más duros de su postergación decía: «No gusta mi visión de la Iglesia, pues pone en entredicho el sistema piramidal, jerarquizado, jurídico, puesto en marcha por la Contrarreforma. Mi eclesiología es la del ‘pueblo de Dios’... Roma no aprecia que preconice la vuelta a las fuentes...».
El campo del ecumenismo es quizá el que ha dado a Congar mayor singularidad. Supo unir desde el principio la experiencia ecuménica —se acercó a los grandes reformadores, principalmente a Lutero, a los grandes maestros del XX, especialmente a K. Barth, visitó numerosas veces Alemania e Inglaterra para conocer «desde dentro» el humus protestante y anglicano—, con la espiritualidad ecuménica —predicó en numerosas Semanas de la Unidad, oró fervientemente por la unidad cristiana, glosó a los maestros espirituales del ecumenismo—, y con el trabajo propiamente intelectual en el terreno ecuménico. Su libro Cristianos desunidos (1937) fue calificado como «el primer intento de definir teológicamente el ecumenismo». Obras como Verdaderas y falsas reformas en la Iglesia, Cristianos en diálogo, Martín Lutero. Su fe, su obra, sus conferencias a los Obispos católicos en diferentes colegios romanos durante el Concilio Vaticano II y su actuación como miembro de la Comisión católica para el Diálogo con la Federación Luterana Mundial, han hecho de Congar un hito en la historia del movimiento ecuménico.
La teología de los ministerios es el tercer bloque de las grandes aportaciones de Congar desde su eclesiología. La Iglesia no se identifica con la jerarquía, ya que está compuesta —como Pueblo de Dios— de seglares sus ministros-servidores. Los trabajos de Congar sobre el sacerdocio ministerial se remontan al menos a 1946 y durante el Concilio ayudará eficazmente a la elaboración del decreto PO. El laicado, sin embargo, sería una de sus grandes preocupaciones. En obras anteriores a 1953 había distinguido entre «estructura» y «vida» de la Iglesia lo que le permitió el análisis de las relaciones entre lo institucional y carismático en la Iglesia. Si la Iglesia es una comunión y no simplemente una institución, se hace necesario estudiar el estatuto teológico de quienes —desde hacía siglos— habían sido marginados de la Iglesia: los seglares. La publicación de su Jalones para una teología del laicado (1953) fue decisiva para que la Iglesia toda tomase buena nota de un vacío teológico y existencial que arrastraba desde mucho tiempo atrás. Jalones no pretendió ser un tratado completo de eclesiología pero ofreció el lugar adecuado para clarificar las relaciones entre «vida» y «estructura» de la Iglesia. Relación que le permitió sacar del principio general: la Iglesia como Pueblo de Dios, las aplicaciones particulares necesarias: los derechos del laicado a partir del hecho fundamental del «sacerdocio de los fieles».
Cabría hablar de muchas otras aportaciones de Congar a la teología. ¿Cómo no recordar su contribución a la cristología con su libro Jesucristo; a la historia de tratados teológicos con su Eclesiología. Desde San Agustín hasta nuestros días; a la pneumatología con una de sus últimas obras Creo en el Espíritu Santo. Valgan estos breves trazos para recordar la fuerte huella teológica que ha dejado este dominico en el siglo XX. Teólogo que pasó por la cruz de la incomprensión romana, pero cuya gloria fue el servicio teológico al Pueblo de Dios.