Yves Congar y la Unidad de los Cristianos

 

Del 18 al 25 de Enero el mundo Cristiano celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Desde aquellas palabras de Jesús, recogidas en el Evangelio de San Juan -"Padre, te ruego por ellos, para que sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea"- nunca en la Iglesia se ha dejado de orar por la unidad. Cuando las polémicas y enfrentamientos se consumaron y dividieron el cristianismo en Iglesias enfrentadas, la urgencia por la vuelta a la unidad visible se hizo un grito. Es así que cada año desde 1966 en estas fechas de enero se celebra esta semana que pide a Dios el don de la Unidad.

El dominico Yves Congar fue un pionero del ecumenismo -término con el que se designa las relaciones entre las Iglesias Cristianas en esa búsqueda de unidad-. Él y Paul Couturier fueron principalmente los teólogos que prepararon el camino para la redacción del decreto del Concilio Vaticano II "Unitatis Redintegratio" (La recuperación de la unidad), en el que el Concilio afirma que la restauración de la unidad entre los cristianos es una prioridad para la Iglesia.

En Ser Fraile Dominico queremos hacernos consciente de esta Semana de Oración y para ello traemos a nuestra página una oración creada por el propio Yves Congar, la oración que escribió poco después de su ordenación sacerdotal y en la que pueden encontrarse ya los elementos básicos de lo que sería su compromiso teológico y su entrega al servicio de la misión universal del evangelio. Esa oración constituye un programa de vida y acción misionera, y está fechada en el convento dominicano de Düsseldorf, Alemania, el 17 de septiembre de 1930, dos meses después de su ordenación: 

¡Dios mío, sabes que amo tu Iglesia! Pero veo que en otros tiempos, tu admirable Iglesia tuvo, en la vida civil, en la vida humana total, un ingente y espléndido papel, mientras que ahora apenas le corresponde ninguno. ¡Dios mío, ojalá tu Iglesia fuera más comprensiva, más estimulante! ¡Dios mío, tu Iglesia es tan latina, está tan centralizada! Cierto es que el Papa es el "dulce Cristo en la tierra", y que nosotros sólo vivimos de Cristo, vinculados a Cristo. Pero Roma no es el mundo; ni la civilización latina, ni la humanidad. Dios mío, que has creado al hombre y que sólo has podido recibir una alabanza digna (o menos indigna) multiplicando las razas y naciones. ¡Dios mío!, que quisiste que tu Iglesia, ya desde su cuna, hablara todas las lenguas para que la verdad fuera inteligible a todos los oídos humanos. ¡Dios mío, ensancha nuestros corazones! ¡Haz que los hombres nos comprendan y que también nosotros comprendamos a todos los hombres!

¡Dios mío! No soy más que un pobre pequeño; pero tú puedes dilatar y abrir mi corazón a la medida de las necesidades del mundo. Estas necesidades que tus ojos ven; muchas, muchas más de las que yo pueda expresar. ¡Dios mío! Danos muchos obreros y, sobre todo, obreros con un gran corazón... El tiempo apremia. Hay mucho trabajo. ¡Dios mío! Haz mi alma conforme a tu Iglesia. Tu Iglesia es ancha y prudente, rica y prudente, inmensa y prudente ¡Dios mío! Basta ya de banalidades; no tenemos tiempo en entretenernos en banalidades. ¡Cuánto trabajo hay, Dios mío!

¡La Unión de las Iglesias! ¿Por qué, Dios mío, tu Iglesia, que es Santa y Única, santa y verdadera, tiene a menudo un rostro austero y ceñudo, cuando en realidad está colmada de juventud y de vida? En realidad, el rostro de la Iglesia somos nosotros; nosotros somos los que hacemos su visibilidad. Concede, Dios mío, a tu Iglesia un rostro auténticamente vivo. ¡Me gustaría tanto ayudar a mis hermanos a ver el verdadero rostro de la Iglesia! ¡Dios mío! En las distintas confesiones cristianas hay errores, es cierto. Pero ¿vas a permitir que tu Iglesia cierre sus párpados pesados y prietos ante lo Verdadero que ellas poseen y, sobre todo, ante lo Verdadero hacia lo que ellas tienden? ¿No encenderás más bien en sus ojos aquel fulgor de inteligencia y de ánimo cuyo secreto tiene la Esposa y, sobre todo, la Madre? ¡Dios mío! ¡Cuántos trabajos inmensos, qué misión tan desproporcionada para unos hombros tan humanos! ¡Ayúdanos! ¡Ensancha, purifica, ilumina, organiza, inflama, llena de prudencia, y aviva nuestras pobres almas! Amén.