La pornografía: un análisis tomista (I parte)

La pornografía: un análisis tomista (I parte)

Fr. Bernardo Sastre Zamora
Fr. Bernardo Sastre Zamora
Convento de santa María Sopra Minerva, Roma
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Este ensayo presenta un análisis del vicio de la lujuria, empleando las definiciones, categorías y distinciones propias de la teología moral del Aquinate (santo Tomás de Aquino). Se tomará como situación el caso teórico de Juan, un joven adolescente afectado por el consumo habitual de pornografía, amén de otros materiales eróticos: en el fondo son apegos similares, propios del apetito concupiscible (situado en la zona del vientre). Dichas tendencias viciosas no solo han dificultado su educación psicoafectiva, sino también degradado su madurez humana a nivel emocional, pasional e instintivo. Se concretarán también las virtudes correspondientes, como contrarresto de la lujuria. Quizá Juan no sea consciente, pero la pornografía es una realidad preocupante, especialmente dramática por la enorme cifra de páginas web de este estilo (más de 500 millones) y la temprana edad de los consumidores afectados (el 34 %, menores de edad)[1].

La pornografía tiene todas las papeletas de volverse una arraigada adicción

 

Nuestra intención es arrojar algo de luz ante este panorama desolador, así como darle a Juan algo más de esperanza. El consumo frecuente de pornografía es un mal hábito directamente relacionado con la lujuria, vicio que se opone a la virtud cardinal de la templanza. En particular, va contra la castidad, la pureza y la virginidad, tres de las partes subjetivas de la templanza (respecto a la sexualidad). De forma indirecta, la pornografía también comportaría cierta carga de intemperancia e insensibilidad (defectos y excesos de la templanza como tal), amén de incontinencia, vicio opuesto a la continencia, en cuanto parte aliada de la templanza.

La pornografía tiene todas las papeletas de volverse una arraigada adicción. Aunque aquí nos limitemos al ámbito moral de la corriente tomista, no por ello pretende este estudio cerrarse a otras investigaciones neuropsicológicas, quizá acerca de dependencias bioquímicas u otros oscuros estados mentales; de hecho, podría servirles de punto de partida y fundamento.

Juan, nuestro aficionado a la pornografía, tendría un grave desorden en su apetito concupiscible. Esta potencia alberga la virtud cardinal de la templanza, «virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad»[2]. No solo hablamos de apetencia por el placer sexual, sino en general por todo bien sensible y material (tacto, gusto…). Vemos que, en principio, Juan carecería de las virtudes aliadas de la humildad, en vistas a la moderación de los apetitos, y la prudencia, o recta razón en acción, que ordenaría el uso de los medios audiovisuales a mejores fines que satisfacción de animales deseos venéreos y delectación en otros divertimentos sexuales.

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El concupiscible se actualiza hacia bienes simples: placeres buscados y dolores evitados (amor/odio, deseo/aversión o deleite/dolor). ¿Acaso hay algo más simple que dedicarse en cuerpo y alma a rellenar la visión e imaginación con materiales tan degradantes e inhumanos? No en vano, según santo Tomás, «los placeres venéreos son lo que más degrada la mente del hombre»[3]; dichos placeres son considerados como el objeto más propio de la lujuria. Nótese que el vicio de la lujuria no es un mero concepto abstracto y mental, sino que tiene consecuencias psicosomáticas: los placeres afectan al alma sensitiva, unión intermedia entre el nivel material y el espiritual.

A medida que se sucedieran las «divertidas» sesiones virtuales de pornografía, y a pesar de carecer de pareja estable, Juan iría creando una trágica descendencia, paradójicamente. Nos referimos a las hijas de la lujuria[4], en cuanto vicio capital: caecitas mentis, praecipitatio, inconsideratio, inconstantia, amor sui, odium Dei, affectus praesentis saeculi, desperatio futuri. En general, el común denominador es la aversión del Creador por la conversión a su creación. La obcecación por los placeres habría nublado la mente de Juan y desviado su opción fundamental por Dios (cf. Veritatis splendor) y, así, causado una sensación crónica de malestar general. Y es que presunción y desesperanza son los extremos viciosos de la esperanza teologal.

Aun así, nuestro joven se justificaría diciendo que consumir todo ese material está a la misma altura moral que un capricho en McDonald’s. Sin embargo, el Aquinate le acompañaría a la cena para desmontarle su sofisma. El alimento (en pro de la perpetuación del individuo) y la reproducción sexual (por el bien de la especie) son dos niveles distintos de necesidades[5].

 

[1] Cf. Carolina Lupo, «La pornografía en internet», https://nuestrotiempo.unav.edu/es/grandes-temas/pornografia-internet

[2] Catecismo de la Iglesia católica, n. 1809.

[3] Tomás de Aquino, santo, Summa theologiae, II-II, q. 153, a. 1.

[4] STh, q. 153, a. 5.

[5] Cf. STh, q. 141, a. 6, ad 2.