Contemplativos en la relación
Hace unos días leía un monográfico publicado en la revista de Vida Religiosa titulado «Es el momento de otro acompañamiento formativo». Su autor, Carlos Gutiérrez Cuartango, prior del monasterio de Sobrado (La Coruña), propone unas ideas muy interesantes. Entre ellas, me gustó el tema de las relaciones interpersonales «contemplativos en la relación», idea tomada del axioma jesuita «contemplativos en la acción». Pero, con permiso de mis hermanos jesuitas —a quienes admiro mucho—, tendría que decir que ambas ideas tienes su génesis en el lema dominicano «contemplar y dar lo contemplado». Ignacio de Loyola leyó dos libros que cambiaron su vida: el Vita Christi cartujano y la Leyenda de los santos, ambas obras escritas por frailes dominicos.
Volviendo al tema que nos interesa, «los seres humanos somos seres en relación», hay que decir que no hay vida sin relación, al menos vida con sentido. Entre los muchos placeres que buscamos, deseamos tener unas relaciones interpersonales sanas, que nos permitan el encuentro y la libertad, la apertura y la confianza, nuestro crecimiento humano y espiritual. La psicología positiva y otras corrientes psicológicas afirman que uno es lo que son sus relaciones interpersonales: «dime cómo y con quién te relacionas y te diré qué clase de persona eres».
En una sociedad líquida como la nuestra, las relaciones interpersonales están mediatizadas por una alta cuota de intereses personales, manipulaciones, posesiones, celos, envidias... Parece que nos relacionamos más por la apariencia personal y por los beneficios que podemos sacar que por lo que la persona es en sí misma, y confundimos lo que es una relación sana, basada en la lógica de la gratuidad, con una relación instrumentalista y utilitarista. Esta realidad se paga con bastante sufrimiento, «dime cuan solo te has quedado y te diré que relaciones has establecido». La soledad con la que viven muchas personas, la ausencia de amigos y de personas en las cuales se pueda confiar, es otro virus que nos afecta con la misma gravedad que el coronarivus, solo que de aquel no se hace tanta publicidad. Además, tenemos una vacuna a nuestro alcance, aunque no todos quieren ser vacunados: «contemplativos en la relación».
No debemos tener miedo a que nuestras relaciones cambien, se modifiquen, se purifiquen.
Desgraciadamente, esta realidad social también está presente en nuestras instituciones religiosas, al final somos copia fiel y exacta de lo que la sociedad es, y una crítica a ella es en el fondo una crítica a nosotros mismos, que también distamos mucho de ser «contemplativos en la relación». Creer que alguien nos pertenece, que los demás nos deben algo, que el otro tiene que pensar como yo… son todas creencias irracionales que confunden la relación, provocan frustraciones, nos hacen mucho daño y, lo peor, terminan enfermándonos.
Cada vez estoy más convencido de que las heridas más dolorosas que los hombres viven vienen dadas por las relaciones que han establecido, «lo que no aprendamos por convicción lo aprenderemos por compulsión». Las relaciones interpersonales suponen una cuota alta de respeto, de honestidad, de higiene. Siempre es mejor preguntar antes que sospechar, siempre es mejor confrontar antes que cotillear. La sospecha y el cotilleo son un cáncer bastante dañino en lo que al mundo de las relaciones se refiere: lo mejor es no entrar en ellos. No debemos tener miedo a que nuestras relaciones cambien, se modifiquen, se purifiquen. Aprender a relacionarse es un arte, y el proceso de convertirse en mejor persona trae consigo relaciones que deben de morir y otras que han de quedar atrás.
Por último, si nos llamamos cristianos, tenemos el deber de revisar nuestras relaciones y preguntarnos: «¿Cuánto hay verdaderamente de cristiano en nuestros modos y maneras de acercarnos al otro?». Y también tomar conciencia del perdón que debemos ofrecer por las veces que hemos fallado y por las veces que nos han fallado.