De heridas y justicia: la libertad del perdón

Fr. Antonio Praena
Fr. Antonio Praena
Convento de San Vicente Ferrer, Valencia

HERIDAS


La larga historia del sacramento del perdón desemboca en la perspectiva personal que en sus documentos subraya especialmente la Iglesia. No puede ser de otra manera en un mundo como el nuestro. Porque las personas están heridas. Porque estamos heridos. Porque incluso nuestras relaciones heridas tienen un eco personal hondo. Porque tampoco pueden repararse las relaciones sin reparar a la persona.


En este sentido. El perdón desciende a la sombra que se esconde y se adensa en el fondo de nuestras llagas no cerradas. En ese fondo reconoce, acepta y carga sobre su debilidad, la escandalosa debilidad del perdón, nuestra sombra y se la lleva consigo. Sólo a quien nos quiere podemos confiar nuestra miseria. Sólo quien nos conoce puede querernos. Y sólo Dios conoce el fondo en una forma en la que conocer y amar son la misma cosa.


JUSTICIA

No es infrecuente hallar la contraposición entre perdón y justicia. Se trata de quienes piensan -nosotros mismos lo pensamos más inconscientemente de lo que imaginamos- que el perdón no hace justicia al mal recibido, a la ofensa, al desprecio, a la calumnia... ¿Y si pensamos en los crímenes, los abusos, los genocidios? ¡Tanto se podría decir! Teniendo presente que el perdón, el verdadero perdón, no exime de reparar el mal hecho y sus consecuencias, pues es el signo de que el perdón ha calado y su bálsamo más penetrante, hay que decir que para Dios perdonarnos es hacer justicia. Su justicia, la ajustada a su medida y, si no ajustada a la medida nuestra, sí ajustada a la criatura que espera de nosotros y que ve cuando nos mira.


Su perdón es justicia, porque es el instrumento capaz de mover los resortes que nos ajusten a la verdadera medida del hombre justo. Pon amor y sacarás amor, decía San Agustín. Nada obliga a Dios a perdonar dando un amor antecedente e injustificado. Nada sino su ser mismo. El perdón de Dios no se detiene en hacer justicia: busca hacer justos.

LIBERTAD

El perdón es la libertad. La libertad de Dios, pero también la libertad del hombre. Perdona y serás libre. No perdonar nos vuelve esclavos de la ofensa. No aceptar el perdón de Dios nos vuelve esclavos de nosotros mismos.

Y no, no se trata sólo de esa sana pero insuficiente tranquilidad de conciencia. Se trata de algo más, la posibilidad de emprender un camino nuevo. La posibilidad de ser otro distinto del que hemos sido, la posibilidad de vivir otra vida que no hemos vivido. Perdonar libera también al otro de nosotros mismos, al menos de nuestra peor parte. Perdonar regala al otro una vida distinta que tampoco ha vivido. Exactamente como hace Dios cuando perdona.

No hay libertad más honda que el perdón.

REVOLUCIÓN

Lo diré con las palabras de un poeta amigo, a propósito de los ataques contra una capilla en la que jóvenes universitarios celebraban la eucaristía: “entrar en pelotas en una capilla se queda en una travesura adolescente. Es obvio. La revolución está en ese sacerdote que dice que aquí no pasa nada y a otra cosa.”


Decía Karl Marx que la vergüenza es un sentimiento revolucionario. Y es cierto: si al menos no nos mueve el amor, siempre estará la vergüenza, al menos como un resquicio desde el que arrepentirnos ante el rechazo de los otros.


Pero la cita de Marx se queda muy corta: lo revolucionario es el perdón. Porque subvierte el orden de la rectitud introduciendo en este mundo el orden de la misericordia. Porque muestra la grandeza de los que son tenidos por débiles para el mundo, los que han sido humillados y olvidan, sin embargo, y perdonan. Pero también de los que un día dañaron y han sido resanados en su daño por quien los miró como nadie antes los había mirado, los miró como nadie los habría mirado en su estado de culpa. Los miró amándolos.


Un Dios que perdona es un Dios diferente. Revolucionario es el perdón porque no se le esperaba. Como las cosas que de verdad importan.