El contradictorio amor de Cristo
Señora, Amor es violento,
y cuando nos transfigura
nos enciende el pensamiento
la locura.
(Rubén Darío)
Pocas personalidades son tan fascinantes como la de Jesús de Nazaret. Han pasado dos mil años desde su paso por la historia y su vida nunca agota su capacidad de inspiración y entusiasmo. Desde Jesucristo superstar hasta La pasión de Mel Gibson, podemos ver cómo nunca deja de ser un personaje que atrae y puede ser visto desde diferentes ópticas. En nombre de Jesús se han hecho grandes gestos de amor, pero también ha sido excusa para guerras y conflictos. Quizá el tradicional discurso religioso esté en crisis, pero Jesús de Nazaret continúa siendo un vital referente.
El amor es lo que explica la complejidad de la personalidad de Jesús, su inagotable juventud y su trascendencia en la historia. Pero ¡dejemos a un lado las románticas definiciones de amor! Poco pueden decirnos los hermosos versos de Bécquer en esta reflexión. Jesús amó, y fue la frescura, honestidad y radicalidad de su amor lo que hizo de él un personaje encantador capaz de inspirar a muchos a entregar su vida por la causa del Reino de Dios. El hijo de María decidió amar, y no le importó llegar hasta las últimas consecuencias. Esta decisión lo llevó a ser un signo de constante contradicción de costumbres y discursos incompatibles con el genuino amor, cuya fuente es el mismo Dios.
Ciertamente, los evangelios nos relatan duras palabras saliendo de los labios de Cristo. Jesús no tuvo reparo en enfrentarse a las autoridades políticas y religiosas de su época, ni titubeó al momento de reprender a sus amigos cercanos. Pero también son abundantes los relatos de cercanía y misericordia hacia hombres, mujeres y niños. Además, las parábolas reflejan su profunda sensibilidad poética y su capacidad para comprender la interioridad del corazón humano. ¿Cómo no dejarse entusiasmar por esta hermosa personalidad? Jesús actuaba movido por la coherencia de su amor. Sus palabras y gestos eran una voz que contradecía aquello que deshumanizaba a la sociedad. No era un espíritu infantil que contradecía por deporte, sino un corazón convencido del pronto surgimiento de una realidad según la voluntad de Dios.
Jesús observaba, juzgaba y actuaba. El episodio de la mujer adúltera (Jn 8,1-11) refleja esa pedagogía del Señor. La rapidez y volatilidad de nuestro estilo de vida contemporáneo es terreno fértil para esa forma evangélica de posicionarse ante la realidad. Ser signos de contradicción al estilo de Jesús es la clave para un mundo que pareciera apreciar al cristianismo como una poco interesante pieza de museo. Ante cualquier situación de vida, Jesús nos enseña a mirar con ojos de amor. Pero no cualquier amor, sino el amor del Evangelio, aquel que es capaz de morir crucificado y sobreponerse a la derrota del sepulcro.
«Él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el final» (Jn 13,1b). A lo largo de la historia, los poetas han cantado las maravillas y contradicciones del amor. La vida de Jesús es poema del amor verdadero. ¡Cuántas almas desesperadas necesitan el frescor de una sonrisa genuina, una palabra de aliento, una corrección firme y oportuna o una gratuita compañía! Amar como Jesús significa fidelidad, astucia, defensa y disposición para llegar, incluso, a abrir los brazos en la cruz… Es imposible agotar una definición tan profunda. Amar es el signo de contradicción por excelencia. Este es el novedoso aporte que los cristianos estamos llamados a dar en sociedades secularizadas que hoy caminan sin esperanza.