Entre el vacío y la infidelidad, mi vocación religiosa
Él nunca se olvida de sus promesas y permanece fiel.
Habiendo ya transcurrido 10 meses de haber iniciado el noviciado, a la luz de este tiempo, hago memoria del camino andado hasta ahora. En estas breves líneas quiero expresar cómo Dios ha mostrado su infinita misericordia y amor para conmigo al hacerme el llamado para vivir como consagrado. En el camino transcurrido, a mi edad, mi vida ha conocido ritmos y sonidos diversos.
El amor de Dios sobre nosotros no tiene límites.
Sentí la llamada de Dios a la vida consagrada desde adolescente y así la experimenté en un breve tiempo dentro de una comunidad. Sin embargo, también sentía otra vocación no menos importante, la medicina. En medio de la encrucijada, terminé por responder a la llamada para la profesión médica, razón por la cual salí de Venezuela –mi tierra natal– con el objetivo de cursar medicina en Cuba. Transcurridos los años en el Caribe en medio de logros académicos, regresé a mi país. Luego de un breve tiempo allí y recién graduado, se asomó la oportunidad de viajar a España para ejercer como médico, y una vez en estas tierras, seguía comprobando que el amor de Dios sobre nosotros no tiene límites; y es que, muchas veces, nos olvidamos de las promesas que le hacemos, mas Él nunca se olvida de sus promesas y permanece fiel. La vocación religiosa que sentí, aparentemente dormida por otra que crujía en mi interior, seguía allí, latente, viva. Hubo momentos en mi vida en donde estaban muy presentes dos sensaciones: vacío e infidelidad.
Dios me invitaba a una relación de amistad en donde mi corazón debería ser solo para Él.
La sensación de vacío radicaba en que, pese a la consecución de un estatus social y económico apreciable, no era feliz. Esa búsqueda de felicidad me condujo a la reflexión y oración concluyendo en una pregunta troncal: ¿cuál es mi lugar en la vida? Tras un largo tiempo de búsqueda, me di cuenta de que Dios me invitaba a una relación de amistad en donde mi corazón debería ser solo para Él. A lo largo del tiempo, surgían preguntas y respuestas que me dejaban inquieto, respuestas me conducían a otros cuestionamientos sucesivamente. Vivía con cierta añoranza cuando pensaba en la vida religiosa y en poder seguir a Jesús más de cerca; no quería llegar a un punto donde por la avanzada edad, no pudiera ser ya posible. Comencé entonces a pedirle al Señor un mayor discernimiento. Llega el año 2020 y vuelvo a ver después de 20 años a un amigo y fraile Dominico. Ese mismo día, después de una amena charla, le manifesté mi deseo que él fuera mi acompañante espiritual en este discernimiento, y comenzamos a trabajar en ello.
Mi enamoramiento con el proyecto de Dios en santo Domingo
llegué a sentir que podía haber un lugar para mí en la Orden
Debo decir que no quería ser dominico, jamás me lo había planteado; pensaba en cualquier otra familia religiosa. Después de algunos momentos en los que mantuve contacto con las comunidades de frailes despertaron en mí las ganas de conocer más sobre esa forma de vida. Iniciaba así mi enamoramiento con el proyecto de Dios en santo Domingo. Comencé a leer, y en esa búsqueda, poco a poco me fue seduciendo cada vez más... Dentro de mí, pensaba: «¡cuánta ignorancia había en mi cabeza respecto a toda esta gran familia religiosa!» Así fue como llegué a sentir que podía haber un lugar para mí en la Orden. Era el momento en que podía experimentar miedo. No obstante, la ilusión era mayor que el miedo y eso me producía mayor alegría.
Una visita al Real Monasterio de Santo Tomás en la ciudad de Ávila, marcó un punto de inflexión. Allí estuve en la ordenación sacerdotal de tres frailes, de tres países distintos. Lo viví en primera fila y descubrí que cuando Dios llama, lo hace por tu nombre y con una misión singular dentro de su viña y para su rebaño. Fue entonces cuando dije: «sí, aquí estoy Señor.»
Pasando una mirada sobre estos últimos acontecimientos y de todos esos sucesos, creo que Dios me ama. Y, a pesar de no haber respondido con tal firmeza en mi adolescencia, Él tenía un plan para mí. Supe que la manera en la que Él mismo me emplearía para la predicación sería con la experiencia adquirida como médico durante casi 18 años, como el cincel en manos del escultor. Sería, sobre todo, una predicación impregnada de compasión, a lo mejor parecida a la que vivió nuestro padre santo Domingo de Guzmán.
Dios obra en nuestros sueños como un regalo para nosotros.
Ahora estoy en Sevilla, en España, finalizando mi Noviciado, entre un grupo de hermanos que, a pesar de pertenecer a una Provincia distinta a la que estoy afiliado, nos sabemos miembros de la misma Orden, que formamos parte de la Familia Dominicana, que somos todos hijos de una sola Iglesia. Creo que la Misericordia, la Gracia y el Amor de Dios en mi vida me hacen pensar y manifestar que los «sueños» que tenemos, a veces, si no los perseguimos, acaban ellos persiguiéndonos. En ocasiones, no somos quienes escribimos esos sueños en nuestros corazones, sino que es Dios mismo quien obra en ellos como regalo para nosotros. Con la Virgen María, y nuestro padre santo Domingo de Guzmán, deseo que mis letras sean leídas por otros que se encuentren haciendo el camino, y que sirvan para animarlos a dar el paso. No importa que tengan miedo, ¡pero den el paso!, que Dios no les dejará defraudados. ¡Amén!