Estudiamos para ver el rostro del mundo
Hay algo que caracteriza nuestro tiempo. Se trata de la acumulación de información, de ideas y de conocimientos en gran parte debido a la revolución que Internet ha supuesto para las relaciones humanas.
Pero no se nos puede ocultar que tal cúmulo de ideas, información, opiniones, datos, textos… tiene igualmente un efecto de saturación que puede, lejos de acercarnos a la verdad, lejos de otorgarnos una experiencia de sentido y luminosidad, acabar ofuscando toda posibilidad de claridad, de sentido para nuestra vida, de paz para nuestra inteligencia, poniendo ante nuestros ojos un caos, una sobreabundancia saturante y desconcertante, un paisaje pleno de contradicciones en el que, más que encontrarnos con nosotros mismos y con nuestros semejantes, podemos acabar exhaustos, desengañados, perdidos. Lo peor es que un cierto escepticismo frente a todo se apodere de nosotros ante la imposibilidad de sacar nada en claro, de encontrar una visión y un sentido desde el que tratar de comprender, comprendernos.
Ahí es donde quiero situar el sentido del estudio dominicano. El dominico, la dominica, no estudia para acumular datos, ideas, opiniones. No para ser un erudito o un sabio que asombra a todos con la vastedad de sus conocimientos. Estudia para encontrar claridad y difundir claridad, para reflejar la luz más en la luz misma.
Parte de una luz que le antecede, la Luz de Cristo contemplada en su Palabra que todo lo hace nuevo, todo lo trasmuta de esperanza y claridad, y, guiado por esa misma luz amorosa –pues es la luz de la fe y el amor de Jesús mismo la que pone en nuestro ser su realidad personal- puede descubrir el porqué de las cosas sin que el cúmulo de palabras e ideas lo hagan perderse, desesperanzarse, ensoberbecerse. Se trata de ayudar, de intentar hacer de este un mundo mejor y un ser humano mejor por el camino del conocimiento, de la razón, del diálogo…
Y sólo así puede iluminar a los demás. Antecedido y sostenido por la luz de la Palabra de Dios que nos muestra el rostro del mundo y de la historia desde una perspectiva amorosa, llena de sentido y de porqué misericordioso, el dominico puede hablar, pensar, crear, razonar haciendo ver que nuestra vida, nuestro cosmos y nuestra historia tienen un sentido y están destinados a una plenitud, una felicidad y una alegría más allá de las actuales contradicciones y coyunturas dolorosas por las que pueda atravesar.
Por eso el dominico debe estudiar siempre con esta alerta encendida: “¿de qué manera esta idea, este descubrimiento, esta teoría puede hacer mejor la vida de los hombres y mejores a los hombres mismos?”. El dominico debe estudiar preguntándose siempre: “¿qué ángulo de luz, de paz, de gloria quiere Dios hacer llegar a mis hermanos los hombres a través de esta ventanita de conocimiento que por la que ahora me asomo?”
Para ello el dominico cuando estudia debe trasmutar sus ojos no con extrañas luces, sino con misericordia radicalmente humana. Como la radical locura de misericordia que tantas veces ha contemplado en la cruz de Jesucristo transformada en triunfo de la vida en el acto aún en activo de su resurrección en la que todos vamos siendo vivificados a pesar de las muertes de cada día.
Y algo más. El dominico cuando estudia no camina por las sendas del conocimiento de manera solitaria. No se trata de un estudio egoísta: que solo brota de sí mismo y la propia razón y solo se comparte con uno mismo. No: el estudio dominicano bebe de cuanta verdad encontramos en la razón, en la vida, en la reflexión, en la experiencia de los demás, comenzando por los más cercanos, nuestros hermanos de comunidad. E, igualmente, a través de la predicación, de la enseñanza, de la publicación o del arte se dona, se da, se regala con alegría. Porque se trata de estudiar para los demás, para hacer su vida más plena, más feliz, ayudándola con la sabiduría, el conocimiento que brota de Dios y que quiere que el hombre sepa, por todos los caminos posibles, que su vida es hermosa, tiene sentido y es amada por Dios.
Este es nuestro estudio, el de dominicos y dominicas. Ojalá sepamos dejarnos encender por esta verdad y hacer de este mundo un lugar más habitable.