Itinerario de Conversión
En muchas ocasiones lo referente a la conversión se ha teñido de voluntarismo. En otros momentos se ha visto como un hecho puntual que suponía una iluminación especial que misteriosamente nos hacía psicológicamente distintos. Sin embargo estas dos formas polarizadas de ver la conversión al final la presentan como algo alejado de la vida normal del hombre. La primera porque en esto de la vivencia humana y de la fe nunca se termina de madurar y de poder crecer más, nunca se acaba del todo. Por tanto, una visión voluntarista de la capacidad de convertirse del hombre le lleva a darse cuenta de que todos sus esfuerzos por si mismos y por bien que lo haga no son suficientes. En el caso de la conversión como una experiencia misteriosa e incomprensible también resulta algo inalcanzable para la gran mayoría de los hombres. Por todo esto, ambas visiones de la conversión nos pueden producir un sentimiento de frustración y desánimo.
Así pues, ¿Qué noción de la conversión sería más adecuada para nuestra vivencia?. Probablemente, la conversión es algo que se deba de dar en toda nuestra vida y que en realidad no dependa en primer lugar de nosotros, sino que es más bien algo que Dios nos da y que podemos ir acogiendo personal y comunitariamente. Algo que debe de ser una constante en nuestra vida y que requiere de nosotros una actitud frente al actuar de Dios en nosotros mismos. Se trata pues de algo que entra en nuestro proceso madurativo, tanto en el personal como en el de nuestras relaciones interpersonales. De esta manera, Dios nos concede ir avanzando de un deseo inconsciente a la transformación de nuestra persona y nuestro mundo. Así la conversión supone ir haciendo realidad el Reino de Dios primeramente en nuestro ser y luego en el mundo. Supone pues, también, un caminar de la persona hacia Dios que es su felicidad, su plenitud. En definitiva, esta es nuestra vocación como creyentes y como hombres y mujeres.
Pero frente a visiones falsamente espiritualistas, el hombre y la mujer no son como dos recipientes vacíos que se llenan de Dios. Así, el encuentro de la persona con Dios en su vida requiere una actitud y un proceso de adecuación de su realidad al plan de Dios. Pronto descubrimos que en todo esto está en juego nuestra propia felicidad. Pero esto, supone dejar estructuras que nos atan y relativizar muchas actitudes y disposiciones psicológicas que nos paralizan en el camino hacia nuestra realización como personas y como hijos de Dios. En otras ocasiones supone relativizar elementos de nuestra vida para retomarlos de una manera nueva, más libre. En esto consiste la necesidad humana de purificación. En realidad guarda bastante relación con la capacidad de las personas de elegir y la necesidad de ejercer esta capacidad. Ciertamente, el avance en la vida hacia la plenitud que es el encuentro con Dios, supone cambios. Supone que para centrarnos en metas mejores debemos de renunciar a otras que, siendo buenas, no nos favorecen en nuestro contexto y en nuestro tiempo. Incluso, tendremos que superar aquellas ataduras que nos coartan en el crecimiento personal y en nuestra relación con los demás y con Dios.
La conversión es algo que debe darse en toda nuestra vida
Tampoco podemos decir que aquí termine la conversión. La conversión supone ponerse en camino, supone una actitud colaboradora y constructiva con el plan de Dios en la humanidad. Este es el verdadero inicio de la conversión, el verdadero punto de inflexión personal, la conversión supone una mayor disponibilidad y predisposición con aquello que nos hace plenamente felices como personas y como comunidad humana. De esta manera se trata de un compromiso activo, y esto es lo que demuestra la veracidad y validez de todo lo anterior.
Vemos pues que en esto de la conversión el orden cuenta. Primero es un encuentro con Dios, y a partir del mismo se produce en la persona la necesidad de crecer en este encuentro con él y en el desarrollo personal que esto supone. Solo desde esta necesidad se va produciendo una toma de decisiones y la posibilidad de liberarnos de todo aquello que nos lo impide o dificulta. En definitiva, el itinerario de la conversión que debemos recorrer toda nuestra vida es el camino por el que El Dios de Jesús nos lleva. Es un camino que hace consciente el deseo más profundo de humanidad, el deseo más profundo de Dios, y va dirigido hacia nuestra realización en el amor.