Es hora de cambiar

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Convento Virgen de Atocha, Madrid

Comenzamos el tiempo de Cuaresma. Un tiempo cargado de perdón, esperanza y amor. La Cuaresma es tiempo propicio para quienes necesitamos escuchar una llamada nueva que toque nuestro corazón. Es tiempo de conversión donde hemos de abandonar ya una lectura del momento actual en términos de crisis, secularización, desaparición de la fe…e introducir en nuestro horizonte la perspectiva de que, quizás, estemos recibiendo alguna llamada para transformar nuestra manera tradicional de pensar, vivir, celebrar y comunicar la fe. Es tiempo de ayuno, pero no solo el de sustituir un alimento por otro o simplemente dejar de comer; ese ayuno legalista sólo sirve para la auto-justificación, o seguir una vieja costumbre. Nuestro ayuno tiene que ser desde la solidaridad, gritando la injusticia en que vivimos, y compartiendo nuestro pan con el que no lo tiene. Hoy sólo se puede ayunar voluntariamente luchando para que otros no ayunen contra su voluntad; ayunamos para la libertad y el amor, para liberarnos de las cosas y compartirlas. Esta Cuaresma, pongamos ceniza en nuestra frente, pero no para cumplir con un rito antiguo, sino para recordarnos que a nuestro lado puede que haya alguien al que no amamos.

A lo largo de la historia (aproximadamente desde el siglo II) la Cuaresma ha sufrido una evolución larga y compleja que no voy a detallar; después del Concilio Ecuménico Vaticano II, la Cuaresma se reformó según lo expuesto en la “Sacrosanctum Concilium” que indicó explícitamente su fundamento: “preparar a los fieles (…) para que celebren el misterio pascual (SC 109)”. Durante los cinco domingos anteriores al Domingo de Ramos seremos invitados, con una visión pascual, a revivir y tomar conciencia de nuestra realidad de bautizados en la Iglesia, es decir, volver a las raíces, a lo esencial; centrarnos con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús.

El primer domingo, nos vamos a encontrar con el episodio de las tentaciones en el desierto (Mt 4,1-11); las palabras de Jesús: “no sólo de pan vive el hombre”, no son una exhortación devota para creyentes, sino que encierran una verdad que necesitamos escuchar todos. Tenemos, como Iglesia, que rechazar hoy todas las tentaciones de poder, gloria o autoridad, gritando con Jesús: “vete Satanás”. El segundo domingo se nos propone la Transfiguración, (Mt 17, 1-19) para hacernos caer en la cuenta de que una experiencia de fe no es de verdad cristiana, si nos separa de los hermanos, nos acomoda en la vida y nos aleja de la ayuda a los más necesitados.

El tercer domingo, el encuentro con la samaritana (Jn 4, 5-42), nos expondrá claramente que es una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en sus costumbres y en sus normas. Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para ofrecerse como agua viva. Entonces todo cambia…y es posible descubrir la ternura de Dios. La curación del ciego de nacimiento, (Jn 9, 1-41) nos pondrá de lleno en el cuarto domingo mostrándonos que mientras la religión no sea humana, comprensiva, misericordiosa, restauradora…no tiene futuro en la humanidad; y esto no es sólo para el judaísmo de entonces, sino para el mundo religioso de siempre.

Ya en el quinto domingo, con la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-45), el lenguaje será totalmente de resurrección y vida. Encontramos en el relato lo que va a suceder con Jesús; Dios no lo dejará a la muerte, sino que lo resucitará. La cruz donde va a morir será el comienzo de la vida, por la acción resucitadora de Dios.

Que durante este tiempo de Cuaresma se produzca en nosotros una conversión sin precedentes, es decir, un corazón nuevo para que genere de manera nueva la fe en Jesús en el hoy que nos ha tocado vivir. Que no tengamos miedo a poner nombre a nuestros errores, sino que reconozcamos nuestra pasividad o mediocridad y nos esforcemos por un estilo de vida que nos identifique con Él: su manera de ser, de amar, de preocuparse por el ser humano, de aliviar el sufrimiento, de confiar en el Padre… este esfuerzo por aprender a pensar, sentir, amar y vivir como Jesús debería estar en el centro de nuestras vidas; de esta forma, llegaremos a la Pascua diciendo con fuerza de apasionados, fascinados, enamorados… “me has seducido Señor”.