La verdad importa
Hace ya unos cuantos años entró en nuestro diccionario la palabra “posverdad”. Según algunos pensadores vivimos en la época de la posverdad, quizá no tanto porque no exista la verdad, sino porque la verdad ya no importa. En la sociedad de la posverdad los hechos no importan, solo la opinión subjetiva sobre los mismos, solo lo que uno siente sobre las cosas. Lo que conduce inevitablemente a un relativismo impracticable. Es fácil darse cuenta de que una sociedad sin verdad es una sociedad peor:
- En la época de la posverdad un político puede mentir… y no pasa absolutamente nada.
- En la época de la posverdad no puede haber justicia: ¿cómo defender a las personas de la injusticia si los hechos no importan?
- Las relaciones interpersonales enriquecedoras y profundas, la comunión con los demás, son imposibles sin la verdad: ninguna relación auténtica y humanizadora se puede cimentar sin ella.
- ¿Qué será de la ciencia futura si la verdad o los hechos son irrelevantes? ¿Por qué habríamos de seguir intentando hacer ciencia si no es para conocer cómo son las cosas, si no es para acercarnos a la verdad?
- En la época de la posverdad… ¿qué puede significar la religión sino una preferencia subjetiva sin más, como quien en el supermercado prefiere pasta de dientes de fresa en vez de menta?
- En definitiva, cuando se deja de lado la verdad, resulta que la vida personal, comunitaria y social están gobernadas por el bulo, el chisme, el cotilleo, la difamación, las fake news (que se dice ahora), la injusticia, la ley del más fuerte o la ley del que mejor y más medios tiene para mentir...
Nuestra sociedad, la Orden de Predicadores, La Iglesia y nuestro propio corazón están heridos por la posverdad, que quizá no es sino otro modo de hablar, eufemísticamente, de la mentira. Con la mentira campando a sus anchas solo gana lo diabólico, lo que divide, lo que nos arrebata la vida y nos mata. Solo el mal gana, por eso Satanás es llamado también “padre de la mentira”.
Creo que una de las cosas que podemos aprender de santo Tomás es que la verdad importa. El santo dominico tuvo durante toda su vida esta pasión: buscar la verdad. Sin esa búsqueda ningún ser humano puede ser feliz, ninguna sociedad se puede asentar sobre bases firmes, ninguna religión merece la pena ser practicada. Sin la verdad todo pierde su sentido.
Santo Tomás buscó esta verdad con todos los medios a su alcance, empleó en esta búsqueda todas las potencias de su alma, le dedicó todo el tiempo que tuvo. Algunos elementos de su búsqueda pueden ayudarnos también a nosotros. Enunciaré solo algunos.
[1] Primero, santo Tomás fue humilde. Supo reconocer que en esa búsqueda no se bastaba a sí mismo. Supo contar con otros, acudir a ellos. Santo Tomás sabía que la búsqueda de la verdad es una cuestión comunitaria. Su maestro, san Alberto Magno, le había enseñado que hay dulzura en la búsqueda compartida de la verdad.
[2] Por eso, en segundo lugar, el Aquinate no tuvo inconveniente en acudir a las obras de los más variados pensadores: debe buena parte de su pensamiento a Aristóteles, autor pagano por aquel entonces muy mal visto. Se acercó con gran provecho a las obras del musulmán Averroes. No tuvo inconveniente en reconocer que el judío Maimónides inspiró algunos de sus más importantes pensamientos. La comunidad de aquellos con los que se busca la verdad no es solo la de los que piensan como nosotros o están más cerca: a veces hay que salir, acercarnos a los que son diferentes, intentar aprender de ellos lo que podamos. Santo Tomás dejó escrito: “Toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo”.
[3] En tercer lugar, santo Tomás nos enseña que en la búsqueda de la verdad es necesaria tanto la razón como la fe, tanto la inteligencia como la devoción, tanto el estudio como la oración:
- La devoción sin una fuerte tradición intelectual degenera frecuentemente en sentimentalismos y formas falsas de piedad, cultivo ideal para neurosis y manías personales.
- La reflexión sobre la verdad sin devoción conduce a un pensamiento árido, seco, yermo, alejado de la aspiración a la santidad y al camino espiritual.
Santo Tomás fue un pensador arrodillado: confió en la razón y la siguió hasta donde fue capaz de llevarle. No temió a los razonamientos ni a la investigación racional. Pero supo que la madurez de la razón desemboca en la fe, igual que el fruto maduro del tiempo es la eternidad. El Aquinate fue un gran teólogo, pero porque antes fue un gran místico.
[4] Como aplicación de esto, en cuarto lugar, podemos aprender de nuestro santo, que no hay ni puede haber contradicción entre la ciencia y la fe. Son muchas las voces que hoy intentan convencernos de que a más ciencia menos Dios. Santo Tomás supo ver que una investigación serena de las cuestiones conducía más bien a la opinión contraria. Estudiar un poco de ciencia puede alejar de Dios; estudiar mucha ciencia nos conduce de nuevo a Él.
En el tiempo de la posverdad, hermanos, tenemos aún mucho que aprender de santo Tomás. En su vida tenemos un ejemplo, en sus obras una fuente perenne de inspiración, y en su santidad una fuente de consuelo, pues sin duda él intercede por nosotros en el Cielo.
Uno de los testigos de la muerte de santo Tomás nos ha transmitido sus últimas palabras. Mientras recibía en viático dijo: “Oh precio de mi redención y alimento de mi peregrinaje, te recibo. Por tu amor he estudiado y me he esforzado y he mantenido la vigilia. Te he predicado y enseñado. Nunca he dicho conscientemente una palabra contra ti”.
Dios quiera que en el momento de nuestra muerte podamos decir lo mismo… y que sea verdad.