"Los Dominicos y el Nuevo Mundo"

Fr. Antonio Bueno Espinar
Fr. Antonio Bueno Espinar
Convento de Santo Domingo, Almería

Me habéis pedido que reflexione sobre este tema. Creo que sugiere muchas reflexiones. Desde una mirada a la llegada de los primeros frailes a la isla Española como referente de una manera de acercarse, escuchar, examinar en común y proclamar la urgencia de una alternativa realmente humanizadora. Una Comunidad que se deja interpelar y se compromete asumiendo riesgos; con el coraje de poner en jaque a la Corona provocando una severa auto crítica, que al menos, legalmente, señala maneras nuevas. Eso no ha ocurrido en ninguno de los Imperios. Y esta es también la manera de aproximarnos al Nuevo Mundo de hoy.


Aquellos frailes y otros muchos que les siguieron, se convirtieron en voz de los sin voz. Para eso hay que escuchar mucho y pensar mucho. Hay que despojarse de ideas preconcebidas sobre la realidad que se tiene delante y dejarse abordar por ella para introducir en ella, por vía de convicción, la novedad del Evangelio. Frente a la tentación de separar, unir. Cuando fray Pablo de Torres, pide a Felipe II que los indígenas se dediquen sólo a ser instruidos en la fe, contestó el Monarca, que era bueno que aprendiesen otras artes que les ayudaran a mejorar su calidad de vida.


Recuerdo que cuando viajaba el 30 de junio de 1990 a Venezuela, durante las ocho horas que duraba el vuelo, pensé mucho y tuve la sensación de la experiencia de Abraham, cuando se le dijo: sal de tu tierra, de la casa de tu padre...Personalmente me situaba ante un Mundo Nuevo, conocido de oídas, pero sin saber nada más; con las ideas preconcebidas de quién ha escuchado muchas “historias”, siempre pobres y lejos de la realidad. No voy a negaros que un cierto temor me embargaba y me decía a mí mismo ¿quién me mandaría a mí decir que sí? Dejaba lo conocido, gratificante etc. para sumergirme en una aventura.


Aquellos frailes que salieron para las Indias, debieron sentir lo mismo. Llegar a la Española, saltar luego a Tierra Firme, sin recursos y con lo castellano en contra. Y el “casabi” que no sabía a nada. Pero..., siempre hay un pero: “todo lo puedo en quien me manda”, decía Teresa de Jesús metida en una aventura casi indiana. Y esa era la fuerza de los que partían a lo ignoto. Además, fueron creativos, arriesgados, generosos, solidarios, comprometidos. Buenas palizas se llevaron en Panamá, Fray Pablo de Torres; Montesino o Valdivieso. El pesado de Las Casas con sus análisis, a veces exagerados, aunque se explique por el mucho afán de salvaguardar los derechos de los naturales. Tocar todas las instancias y frente al inmovilismo, la dinámica del Espíritu. Aquellos tenían “alma”; eran sujetos de derechos humanos, tanto como los castellanos; tenían su Cultura; eran propietarios de una tierra.


Y todo eso había que hacerlo ver, viéndolo primero los mismos frailes, que como es natural, no todos tenían la misma percepción de la realidad. ¡Qué diferente se leen las narraciones después de haberlas vivido! Debo agradecer a Dios que pusiera en mi camino a los jóvenes dominicos venezolanos que se encargaron de introducirme en ese Nuevo Mundo. Me hicieron amar esa tierra, su cultura, sus gentes y naturalmente, aprender a dolerme de lo que les dolía a ellos y al País en el que pasé 17 años, siendo evangelizado por ellos. Ese era el Nuevo Mundo que 500 años atrás vieron los españoles y desde 1510, los dominicos, santos y sabios que supieron escuchar para luego denunciar los abusos y criterios inaceptables, los malos usos que primaban.


Hoy el reto es el mismo. Estamos cerrando un ciclo, un presente que es más pasado que futuro y enfrentándonos a un ciclo nuevo, desconocido, cambiante, vertiginoso, que sume en un mar de dudas a unos y a otros; jóvenes y mayores, tenemos que ponernos a la escucha. Es el Nuevo Mundo al que somos enviados. Tenemos que hacer lo que hicieron aquellos frailes que llegaron a las Indias: aprender el nuevo lenguaje, la manera de ser y relacionarse. Descubrir los ejes sobre los que giran los intereses de nuestra gente; las claves de la existencia y llevar la luz del Evangelio que ha prendido primero en nosotros y nos hace mirar con ojos nuevos para percibir la realidad nueva.


Hay que saber situarse. No vale cualquier modo de hacerlo. Hay que tener el coraje de dejarse mover por el Espíritu para aprender a ser más humano y desde ahí, ser mejor cristiano y por ende, verdadero dominico. Yo quiero tener siempre presente aquella experiencia de los frailes que cruzaron el Atlántico y el Pacífico, para saber llegarme a la novedad de este Mundo Nuevo emergente, percibir sus valores, reconocer sus carencias y reclamos y tener el coraje de escuchar mucho, pensar mejor y entregarme del todo, para ser yo mismo evangelizado.


Ochocientos años de servicio evangelizador en medio de la Iglesia, es una larga trayectoria llena de aciertos y errores, que la Orden, los frailes, la Familia Dominicana entera, ha sabido ir corrigiendo y adaptándose, con la conciencia clara de estar siempre frente a un Mundo Nuevo con el cual tenemos que relacionarnos teniendo a la vista los Cielos y la Tierra Nueva en que habite la Justicia.
Así, merece la pena ser dominico y para siempre. Que si el compromiso no es para siempre, no merece la pena embarcarse en esta aventura, porque, sin duda, haremos un adefesio de una vocación sublime, la misma misión del Verbo.