Mi experiencia en Cuba
Soy sabedor de que cualquiera sea el relato que acote en unas pocas palabras mi experiencia en la isla de Cuba no suscitará demasiadas adhesiones inquebrantables, sobre todo porque la razón que motivó mi colaboración con nuestros hermanos que laboran apostólicamente allá fue, y es, simple y llanamente la modestia de una oferta de suplencia, un sencillo trueque entre mis vacaciones y la posibilidad de que mis hermanos dominicos pudieran disfrutar de las suyas sin quebranto de su salud y de la atención pastoral debida a aquellas iglesias.
Mi responsabilidad con la comunidad parroquial de San Jacinto no me posibilitó en su día hacer otro ofrecimiento ni en otro tiempo distinto al del verano. Y desde el año 2001 (data que para mí consta como la de las Torres Gemelas, pues me tocó vivirlo allí como impacto recrecido) vengo haciéndolo sin interrupción. Cierto es que coincidieron otros factores que facilitaron mi presencia estival en la isla más grande de las Antillas: la ausencia de mi madre desde el año 2000 que la pobre ni sabía ni po-día soportar que hiciera un viaje transoceánico, la generosidad de mi comunidad de San Jacinto que siempre se ha esforzado en multiplicar su trabajo para yo poder estar con los hermanos de Cuba, y, también, el encanto con el que aquellas buenas gentes agradecen lo poquito que uno puede hacer en su favor, factor humano que da mucha fibra a la dedicación evangelizadora.
Dicha la modestia de mi presencia en Cuba, no puedo valorar con el mismo criterio todo el inmenso acerbo que de aquellas comunidades cristianas recibo en entrega cada vez más crecida: Cuba y sus gentes me enseñan la mejor manera de vivir en austeridad creadora, en simplicidad altruista, en elementalidad de recursos. A mi manera actualizo no pocas sugerencias de mi admirada Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, según la cual uno puede servir el evangelio de Jesús más como testigo que como maestro, sin que eso suponga dimitir del servicio teológico que conlleva nuestra vida y presencias pastorales; en mi percepción, he aprendido allí a predicar desde la esperanza, cuando tan deficitaria es por el contexto sociopolítico; a mi manera, el panorama tan movedizo allá del sincretismo me provoca la necesidad de anunciar el evangelio del Señor Jesús y al Señor Jesús como evangelio con mucha vis pedagogica, con toda mi capacidad de explicación de unas páginas que, leídas sin complejos, animan a todos a buscar el rostro de Dios y el corazón del hermano. Me facilita contemplar otra dimensión de la religiosidad popular tan distinta en la forma y tan similar en el fondo a la que me rodea en el entramado andaluz y sevillano, pero tan necesitadas aquélla y ésta de contraste evangélico, cosa a la que no se prestan con facilidad ni una ni otra. Y sobre todo me siento modestamente útil sabiendo que arrimo mi no fuerte hombro al considerable esfuerzo que llevan a cabo allá, día a día, con un clima que agota, con una escasez de medios impensable para uno que esté a esta orilla del charco, pero con un entusiasmo que me edifica y enriquece. Ah!, y visto y saboreado con mis propios ojos: la hermosa y, al tiempo, grande en su sencillez, experiencia de familia dominicana que allá viven los hermanos con las hermanas; gracias a eso los hijos e hijas de Domingo de Guzmán ofrecen allá vivencias vocacionales conjuntas, momentos de convivencia y oración que son alimento y anuncio a la vez, y saborean la comunidad en el mutuo apoyo y en la valoración orante y predicadora recíproca.
O dicho a modo de resumen: mi experiencia en Cuba la traduzco en mi carga de baterías personal y pastoral. Gracias hermanos y hermanas de allá.