Naturaleza, historia, Dios
El término naturaleza puede ser concebido de tres modos: como esencia, como identidad o pertenencia, o como ecosistema. La naturaleza como esencia la podemos atribuir a la Trinidad: tres personas con la misma esencia divina. La naturaleza como identidad evoca a nuestros orígenes. Finalmente, la naturaleza como ecosistema engloba todo lo que podemos apreciar en nuestro entorno. Vamos a referirnos a la naturaleza en el conjunto amplio de estas definiciones para decir algo sobre el Creador, pues toda la creación es capaz de mostrarnos la belleza de Dios.
El libro del Génesis nos narra que Dios vio que todo lo que había creado era bueno: eso significa que la creación entera muestra la bondad de Dios. El asombro humano ante la realidad creada lo trasciende y lo sitúa en sintonía con su Creador. El hombre puede encontrar a Dios en la naturaleza. Cada elemento creado es una obra de arte, y contemplar los detalles de la creación es en cierto modo contemplar a Dios mismo. ¿De dónde viene todo esto? ¿Quién ha hecho cuanto existe? Son preguntas que se imponen ante tanta grandeza.
La naturaleza habla del amor de Dios: fue lo primero que creó (una hermosura de amanecer, la ternura que tienen la tierra y las plantas, la sonrisa que nos ofrecen los niños cuando se divierten…). La naturaleza es la esencia de un ser vivo: caminar una tarde de sol entre los árboles, pisando la tierra, nos devuelve la sensación de pertenecer a un universo maravilloso. No podríamos sobrevivir sin plantas, flores, ríos… Es como si nada se viera completo de no estar allí para sentirlo; la naturaleza no estaría completa si no caminásemos con ella. Esto crea una relación de dependencia o de cierta continuidad entre la naturaleza y los seres humanos.
Ver el amanecer o el atardecer con porciones de cielo nublado puede compararse con la naturaleza implícita que tenemos: imaginamos el mundo o el ecosistema de otra manera, con pedacitos de aire limpio, con hojas verdes en los árboles casi en todas las estaciones del año, al menos en las zonas tropicales. Pero en las zonas donde se dan las cuatro estaciones, la realidad es otra, y tenemos hojas secas en el suelo en otoño. Eso lo saben bien los niños, que cuando tienen oportunidad de vivir un día bajo el sol, en la playa o en la montaña, crecen de forma más madura, saludable y fuerte.
La naturaleza de las cosas (su origen) da identidad de lo que ellas son, de ahí la importancia que tiene reflexionar sobre la causa primera de lo creado, esa causa como bien sabemos es Dios. El hombre es también obra del amor de Dios. Fuimos creados a su imagen y semejanza, en la raíz misma de su ser está la huella de Dios. Por eso el ser humano tiene una dignidad sin igual y nada ni nadie tiene derecho a manipular su existencia, origen y final de su vida. El hombre creado por Dios es la cumbre de la obra divina y su propia naturaleza refleja la proximidad con su Creador. En la identidad del hombre está Dios: basta observar el propio proceso de cómo comienza la vida humana; cada célula, la propia gestación, el desarrollo… todo nos remonta a Dios.
También la naturaleza o la identidad que poseemos cada uno se la debemos a nuestros progenitores, y ellos a su vez se la deben a otros. Siguiendo esa genealogía, no llegaríamos a otro que al Ser Supremo, Dios mismo, el dador de vida. Cuidemos nuestra identidad, nuestro entorno y sobre todo a los que están a nuestro alrededor, porque es un don tenerlos siempre a nuestro lado. Nuestros seres más cercanos son los que nos acompañan en nuestro día a día; los que nos han visto crecer, hacernos hombres y mujeres.