SED DE INFINITO: LA ORACIÓN EN TIEMPOS DE CRISIS

SED DE INFINITO: LA ORACIÓN EN TIEMPOS DE CRISIS

Fr. Marco Antonio Calero
Fr. Marco Antonio Calero
Real Convento de Predicadores, Valencia

Vivimos momentos de mucha soledad. La crisis sanitaria, los problemas económicos y la incertidumbre por el futuro pueden sumar pesados fardos (a veces inconscientes) que van mermando nuestra salud e, incluso, quitándonos la esperanza. Rodeados por muchas personas, sufrimos solos, nos encontramos ante esa dimensión del ser a la que el exterior no tiene acceso. ¿Cómo comprender la presencia de Dios ante un panorama incierto? ¿Cómo hablar de comunidad a individuos hipercomunicados a través de las redes, pero carcomidos por la soledad y un perenne sentimiento de incomprensión? O, tal vez, sintiéndonos llenos de optimismo, pero ¿dónde encontrar esos signos del Reino de Dios que Jesús, lleno de entusiasmo, miraba ya presentes en la sociedad?

La oración es un diálogo permanente entre el Señor y la criatura

El cristianismo es la religión de la palabra. El silencio, la soledad, la meditación y cualquier otro elemento espiritual que invite al recogimiento personal solo pueden entenderse desde la «comunicación con el otro», es decir, nunca desde una visión individualista, sino circunscrito en el reconocimiento de que formamos parte de una comunidad de hijos de Dios. La oración es un diálogo permanente entre el Señor y la criatura; es amor que se comunica constantemente, crece y se derrama hasta envolver al resto de la humanidad.

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En una de sus catequesis semanales, Benedicto XVI definió la oración como «sed de infinito, nostalgia de eternidad, búsqueda de belleza, deseo de amor, necesidad de luz y de verdad que impulsan hacia el absoluto». Los cristianos entendemos ese cúmulo de deseos humanos como el deseo de Dios inscrito en el corazón de cada persona. Oramos porque nos damos cuenta de que no todo es evidente; por tanto, es necesario trascender hacia «algo más» que nos espera. Poco a poco, a través del trato personal, el ser humano va conociendo a ese «alguien» (y ya no «algo») que es la fuente de la vida y punto de comunión de toda la humanidad.

La oración cristiana nos revela que la soledad es un estado subjetivo de la persona. El trato personal con Dios nos encamina hacia la esperanza, es decir, al motor que nos descubre el rostro y nos permite volver a sentir la brisa y nos motiva a seguir. Santa Teresa de Jesús nos enseña que orar significa profundizar, abandonar la superficie de vínculos efímeros y conversaciones estériles, y dar paso a un conocimiento superior que solo puede provenir de Dios. Cuando el corazón humano se llena de amor entonces es capaz de ver lo que no parecía evidente y reconocer los signos del Reino proclamados por el Evangelio.