Testimonio Vocacional de Fray Hernán Benítez, OP
Todo empezó en una jornada espiritual en el colegio; al principio miraba y escuchaba desde lejos. Sin darme cuenta, ya estaba sentado en primera fila, atento, pero sin entender mucho del personaje de quien hablaban. Sin embargo, un sentimiento me inundaba: me sentí amado por ese ser desconocido. Digo «desconocido» ya que mi familia era tradicionalmente católica pero no practicante, por lo que no nos sentíamos obligados a conocer la fe ni vivirla.
Tal experiencia me llevó a una intensa búsqueda de aquel que me descoló con sus propuestas y estilo de vida. Formé parte de la Renovación Carismática, trabajé arduamente en la Pastoral de Juventud; una vida parroquial intensa. Éramos casi un centenar de jóvenes con una opción preferencial hacia los enfermos, mucho de los cuales se conformaban con el padrenuestro, que rezabas con ellos porque el sistema de salud local no abastecía a todos. Vivir de cerca el desalojo forzoso y violento de los campesinos de sus tierras, ver el precario sistema penitenciario donde vivían hacinadas las personas y otras realidades: con todo eso trataba de armonizar mis relaciones personales, estudio y trabajo, así como otra actividad en la Fundación Arandu Rekávo, con profesionales jóvenes con el objetivo de concienciar a la ciudadanía en lo social, político, ambiental, etc.
Esa realidad se convirtió en un grito en la conciencia, llevándome muchas veces a plantear la posibilidad de una consagración más plena al Reino. Sin embargo, dejaba pasar mis inquietudes creyendo que eran ideas absurdas, surgidas por involucrarme en las actividades de la Iglesia, por escuchar de más el sufrimiento de las personas o quizá por la admiración por el párroco, sensible ante la justicia social. Por otra parte, pensaba que todo el esfuerzo hecho tratando de hacer mi proyecto de vida quedaría tirado por la borda.
Cientos de justificaciones formulaba en mi mente, tratando evadir mis inquietudes. Con esta hiperactividad llegué a saturarme de actividades, pero cada vez me sentía más insatisfecho. Esta situación hizo que me frenara, respirara, ganara coraje y me hiciera la pregunta: «¿Qué camino debo seguir?, ¿qué me hace feliz?».
Pasaba los días y, de entre todas las notificaciones que uno recibe en redes sociales, la Orden de Predicadores apareció con una propuesta: «Redes Vocacionales», un espacio de búsqueda y acompañamiento personal para jóvenes de todo el país, que organiza la Familia Dominica del Paraguay (con esto se darán cuenta de que soy de la tierra guaraní). Di un like a la publicación como símbolo de aceptar la propuesta para el discernimiento vocacional.
Avanzaba el tiempo y fui conociendo las opciones de vida dentro de la Orden: la misión, el estilo, la importancia que le daban al estudio para servir mejor y la oración. Tenía claro que este camino no lo emprendería solo, sino con otros y otras; por ende, el ambiente fraterno entre hermanas, laicos y frailes, reflejo de la comunidad, me motivó a formar parte del proyecto de santo Domingo de Guzmán. Inicié el prenoviciado en el convento Santo Domingo Ra'ykuéra (Asunción).
Actualmente estoy en Sevilla, viviendo intensamente el noviciado, profundizando en la espiritualidad, la historia y misión del carisma dominicano. Los espacios de relación con jóvenes de distintas congregaciones están haciendo que valore más la vida religiosa. La comunidad, con quien comparto día a día, hace posible que los vea y sienta como familia, lo que me permite seguir creciendo y soñando. Por lo tanto, esta convivencia me anima a seguir dando pasos más firmes por este camino, con la compañía de aquel que me llamó —lo sigue haciendo— y al cual respondo libremente. Lleno de expectativa y ganas de crecer en la esencia dominicana, con la que me voy identificando cada vez más, espero de esta manera afianzar mi opción por la vida consagrada.