Una ruta teresiana
Hacemos un paréntesis en los artículos 'normales' de esta página para compartir la experiencia que 'ser fraile' ha vivido la semana pasada en tierras castellanas. Aprovechando la semana de Pascua, los once que formamos la comunidad del estudiantado dominico de las provincias de España hemos visitado la tierra en la que vivió Santa Teresa de Jesús. La ocasión, el V centenario de su nacimiento, era propicia.
De este modo, dos furgonetas partieron de Valencia el martes 7 de abril con rumbo a Ávila. Habíamos escogido como 'base de operaciones' la residencia del Real Monasterio de Santo Tomás de esta ciudad, construido en época de los Reyes Católicos para la Orden de Predicadores, quienes todavía siguen ahí. No era mal sitio para comenzar una ruta teresiana, teniendo en cuenta que la santa en más de una ocasión se confesó en este lugar; aun a día de hoy se conserva su confesionario, aunque quizá lo más espectacular del conjunto arquitectónico sean sus tres claustros y su museo de arte oriental, con piezas tan curiosas como un buda que sostiene en su mano un rosario: sincretismo puro.
Con la idea de aprovechar la efeméride teresiana, las visitas transcurrieron por los lugares donde la reformadora del Carmelo vivió. El primero, donde empezó todo, el de la Encarnación. Allí vivió Santa Teresa durante la mayor parte de su vida, allí dio los primeros pasos para reformar las carmelitas. Un lugar donde todavía quedan testimonios del modo de vida anterior a la reforma, para mostrar cuáles fueron las inquietudes de esta excepcional mujer del s.XVI.
Tampoco faltó, en Medina del Campo, el convento de San José, primera fundación fuera de Ávila. Allí, gracias a una visita guiada, tuvimos la oportunidad de visitar la que en tiempos fue la celda de Santa Teresa, y de aprender cómo había sido la accidentada fundación de esta casa: con nocturnidad, premeditación y alevosía, para esquivar de manera astuta la oposición de otras órdenes religiosas. En esta ciudad se reunieron dos de los más altos exponentes de la mística universal, la propia Teresa y San Juan de la Cruz; así comenzaron también la reforma de la orden masculina de los carmelitas. Y, por supuesto, el viaje incluyó un desplazamiento hasta Alba de Tormes, donde Santa Teresa falleció poco después de llegar. Un lugar de peregrinación desde hace mucho tiempo para todos aquellos que sienten devoción por ella, y en cuya tumba permanece la mayor parte de su cuerpo: todo aquello que no está diseminado por otros lugares en forma de reliquia.
Muchas más visitas incluyó este viaje del estudiantado dominico, también lugares propios de la Orden de Predicadores, como la soberbia naturaleza de la Peña de Francia, o los refinados capiteles de Santa María la Real de Nieva, que cinco siglos después se conservan en estado casi perfecto.
Para terminar, una reflexión. En muchas órdenes existen 'calzados' y 'descalzos'. Es el caso de los carmelitas, y de otros fundados en la Edad Media. Estas denominaciones corresponden a reformas de la época de Santa Teresa que buscaban siempre un mayor acercamiento al carisma fundacional. En los dominicos, sin embargo, no existe tal división, y es algo digno de comentar. La Orden de Predicadores, a diferencia de otras, integró poco a poco la reforma hasta que toda entera la había aceptado. De esta manera, y no sin dificultades, todos los frailes dominicos alrededor del orbe pertenecen a la misma Orden, remando juntos en la misma dirección: la de la Predicación del Evangelio.