Una Semana Santa: ¿Para Qué?
Estamos en la Semana Santa. Semana Mayor para los cristianos. ¿Por qué y para qué una Semana Santa? Todas las semanas del año, y todos los días de nuestra vida son santos porque el Señor está presente y nos bendice. Son santos al mismo tiempo si dejo que actúe Dios en mi vida. Pero en esta Semana se produce un doble movimiento:
1. Por una parte, lo que vivimos en cada Eucaristía, lo “desmenuzamos” entre el Jueves, Viernes y Domingo de Pascua.
2. Por otra parte, lo que vivimos en estos días Santos, es lo que Jesús vivió en toda su vida, sobre todo, en su vida de predicación, que le llevó a la muerte en la cruz..
O sea que, al mismo tiempo, expandimos y comprimimos los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y esto lo vivimos por dentro, pero lo expresamos exteriormente en la liturgia. La comunidad cristiana vive y celebra en esta Semana el misterio de la salvación de la humanidad.
En el JUEVES SANTO coinciden tres celebraciones: la institución de la Eucaristía, la institución del sacerdocio y el día del amor fraterno. Todo se resume en una palabra: AMOR. “…había amado a los suyos que vivían en el mundo y los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Me estremece esta expresión. El “extremo” es el no va más, lo máximo que se puede amar. Y por eso nos deja la Eucaristía. Jesús quiere quedarse con nosotros, para siempre, en el pan y el vino: pan partido y repartido; vino compartido. Es su Cuerpo roto y su Sangre derramada. Por ti y para ti. ¡Tanto te ama Jesús! También por amor quiere que esto lo hagamos siempre y, aunque lo repitamos, quiere que sea como una única vez: “haced lo mismo en memoria mía” (Jn 22, 19), hacedlo y yo me hago presente de nuevo. Estoy muerto y resucitado en ese pan y ese vino. Después de la Eucaristía del Jueves Santo se hace silencio, después de la Última Cena y el prendimiento, no cabe más que contemplar y acompañar a Jesús en su dolor.
El VIERNES SANTO es el día de la muerte del Señor. El centro de este día está en la cruz. Todas las miradas se dirigen hacia ella. Jesús muere por AMOR. Una vez más, el Amor es el motor de su vida. No piensa en Él, piensa en lo que será la humanidad si no hace la voluntad del Padre. Bien sabía Dios a qué se arriesgaba haciéndose humano. Asumía todo lo que ello significa. Asumía también el sufrimiento y la muerte. Hubiera sido un fraude ser humano y no pasar por la soledad, la incomprensión, el abandono y la muerte. Y Jesús, Dios hecho carne, sube a la cruz. Como humano no quiere pasar por ella, pero lo hace por ti y por mi: “Padre, si quieres, aparte de mí este trago; sin embargo, que no se realice mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42).
Jesús muere después de ser torturado. Muere como un criminal. Muere entre dos ladrones, como si fuera uno de ellos. Sin embargo, ni ha matado ni ha robado: es inocente. Dios ya sabe lo que son los momentos más amargos para el ser humano. Ya sabe lo que sienten aquellos que han perdido a un ser querido en el reciente accidente aéreo en los Alpes. Ya sabe lo que es la angustia de verse en peligro de muerte por ser cristiano en Irak o Siria. Sabe lo que es el dolor físico. Sabe lo que es la muerte del inocente. Todo parece que ha acabado. Los discípulos de Jesús se han dispersado. Alguno ha contemplado a Jesús sin vida en la cruz. María, su madre, está allí, viendo cómo todo parece haber acabado. De nuevo se hace silencio, un silencio solamente interrumpido por los sollozos de María y de los que la acompañaban en su dolor. Jesús es sepultado.
El SÁBADO SANTO es un día de espera. Hay que asimilar la realidad. Todo parece un sueño. La vida cambia, nos va a cambiar. Seguramente que los discípulos y María pensarían que ya no iba a ser lo mismo sin Jesús. También lo pensaban los dirigentes políticos y religiosos, que, viéndole morir, se sentían más seguros, sin peligro de que nadie rompiera el orden establecido. En la noche del Sábado Santo celebramos la vigilia de la Resurrección del Señor. Es la Pascua, el Paso de Dios. El Padre no puede estar callado ante tamaña injusticia. Y resucita a Jesús. Jesús vuelve a la vida para no morir más. Con la resurrección de Jesús el Padre manda a la humanidad este mensaje: Jesús decía la verdad. Él es la Verdad. La celebración de la VIGILIA PASCUAL es una explosión de signos: luz, pregón, cantos, Palabra, agua… La resurrección del Señor entra por los ojos y los oídos. La comunidad cristiana vive el núcleo de su fe: ¡¡CRISTO HA RESUCITADO!! En medio de la oscuridad (por eso tiene sentido la celebración por la noche), el fuego enciende el Cirio Pascual. Es la luz de Cristo, que va iluminando nuestras oscuridades.
El Pregón Pascual anuncia que Cristo vive, que la vida tiene sentido y la historia de la humanidad es Historia de Salvación. Las lecturas de esta noche nos recuerdan las etapas cruciales de esa Historia. El agua bendecida, la pila bautismal, tiene, en esta noche, un significado especial: nos recuerda que por el agua del bautismo nacimos de nuevo para Cristo. Por ella somos hombres y mujeres nuevos. Y renovamos las promesas que un día hicieron nuestros padres y padrinos por nosotros. Le decimos de nuevo a Jesús: “quiero seguirte” “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. ¿Para qué una Semana Santa? La respuesta es de cada uno que se quiera hacer la pregunta. Para ello, a ti, lector, te invito a vivir el Triduo Pascual.
¡¡¡Feliz Pascua de Resurrección!!!