«¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10,29)
La situación actual es inédita para la humanidad. La pandemia ocasionada por la COVID-19 implica una situación sanitaria alarmante a nivel mundial, cuyas consecuencias en las distintas áreas del quehacer humano y en la vida de las personas, pueblos y naciones, son cada día más difíciles. Muchas personas durante esta pandemia han tenido que experimentar la soledad y la tristeza, ante la muerte que llega sin preguntar, ante un virus para el que no estamos preparados.
Con el paso de los meses el virus nos ha exigido cuidar aún más de nuestra salud, para así hacernos cargo de los que nos rodean. Nos ha hecho hacer un stop en nuestra vida cotidiana, que muchas veces va muy de prisa. Hoy echamos de menos lo que hace unos meses poco nos importaba. Al tener que pasar más tiempo en casa, también ha sido un buen momento para reflexionar y, por qué no, para preguntarnos sobre esta pandemia y dónde se encuentra Dios en medio de esta situación extraordinaria. Ese Dios que es todo amor, que no nos abandona y que cuida de sus hijos, ¿dónde lo sentimos hoy?
Hoy ¿dónde está mi prójimo?, ¿quién es ese prójimo? No será acaso ese que por su labor tiene que levantarse cada día para para asistir a los enfermos, para ofrecer los servicios de primera necesidad. Estamos llamados a ser más cercanos, desde la distancia. Velar por los que no tienen las mismas posibilidades de quedarse en casa para cuidar y cuidarse, siendo solidarios y colaborando en y con lo necesario.
Después de casi un año de pandemia, hemos aprendido a valorar los pequeños detalles, la simplicidad de un abrazo y la importancia de vernos desde Dios. De ver en el otro a un hermano, no un rival. Es allí donde está mi prójimo. La vida ha dado un giro: «nada es igual» dicen muchos, y así es, pero ese cambio ha de verse en nuestras vidas, en el sentir y en la praxis; es necesario saber y sentirse hermanos.
Pasado la COVID-19, nada será igual y todo será distinto. Es momento de encender y avivar la llama de la esperanza, la confianza. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros como hermanos.