Dominicos en el siglo XX

Dominicos en el siglo XX

Fr. Moisés Pérez Marcos
Fr. Moisés Pérez Marcos
Convento Virgen de Atocha, Madrid

 

Durante el siglo XX las aportaciones de la Orden de Predicadores a la Iglesia y al mundo fueron muy relevantes. El XX es el siglo del Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia se repensó a sí misma, su naturaleza, su identidad, su modo de estar en el mundo, etc. La renovación o el nuevo impulso que supuso el Concilio no surgieron, evidentemente, de la nada. Es lugar común afirmar que las grandes corrientes que había antes del Vaticano II y debajo de él, sustentándolo, eran la renovación de los estudios bíblicos, el movimiento ecuménico, la recuperación de las fuentes patrísticas y el movimiento litúrgico. Pues bien, los dominicos hicieron aportaciones de gran calado y relevancia en la mayoría de estos ámbitos.

Piénsese, por ejemplo, que la fundación de la Escuela Bíblica de Jerusalén en 1890 por Marie-Joseph Lagrange OP supuso un gran avance para la exégesis bíblica católica, que indudablemente sufría por aquél entonces cierto retraso con respecto a la exégesis protestante y reformada. Con la Escuela Bíblica no sólo se iniciaron estudios de alta calidad científica de los textos, sino que esos estudios se ponían a disposición de los lectores e investigadores a través de publicaciones o traducciones. La Escuela Bíblica no solamente supuso la aparición de grandes exégetas en el mundo católico, como por ejemplo Marie-Émile Boismard OP, sino que ayudó a generaciones enteras de dominicos a utilizar convenientemente la Biblia en sus reflexiones teológicas, como es claro en las obras de Chenu, Congar o Schillebeeckx.

Si nos fijamos en el movimiento ecuménico tenemos que destacar a Yves Congar OP, cuyas reflexiones sobre la Iglesia influyeron notablemente en los documentos del Concilio Vaticano II, en el que participó. Se ha llegado a decir, no sin razón, que fue uno de los más importantes teólogos del siglo XX. Su libro Cristianos desunidos, de 1937, ha sido caracterizado como el primer intento de definir teológicamente el ecumenismo. Destacan también sus ideas sobre la participación de los laicos en la Iglesia. Para Congar la Iglesia no debía identificarse en la reflexión teológica con la jerarquía, sino que había más bien que caracterizarla como Pueblo de Dios, lo que le permitió desarrollar nociones como la del sacerdocio de los fieles.

Congar era miembro del centro de estudios que los dominicos tenían en Le Saulchoir. Allí se cultivó una forma nueva de hacer teología que se basaba en lo mejor de la tradición (Escritura, Padres de la Iglesia, Tomás de Aquino) y nacía del contacto directo, de la implicación con la realidad histórica concreta del mundo circundante. Aunque fue duramente criticada al principio, esta forma de hacer teología recibió aprobación en el Vaticano II. Otro de los más famosos miembros de Le Saulchoir fue Marie Dominique Chenu OP, que utilizó las herramientas que la sociología le ofrecía para la reflexión teológica. Chenu reflexionó sobre la importancia del trabajo, y fue uno de los primeros teólogos en acercarse al movimiento obrero, en lo que algunos han caracterizado como los antecedentes inmediatos de la teología de la liberación. Chenu supo enriquecer la realidad concreta de los obreros con sus reflexiones teológicas, y a la vez sus reflexiones teológicas eran respuesta a esa realidad vivida por los obreros. El famoso movimiento de los “curas obreros” tiene aquí una de sus fuentes. También el pensamiento de Chenu influyó grandemente en los documentos del Concilio, en cuya redacción él mismo participó.

Otro de los teólogos que más han influido en el siglo XX es Edward Schillebeeckx OP. Con una gran formación filosófica, el teólogo belga supo introducir las nuevas corrientes de la filosofía hermenéutica en la reflexión teológica. En su reflexión teológica destaca el intento de comprender la experiencia cristiana a la luz de la experiencia humana, y viceversa. Se puede afirmar, por tanto, que Schillebeeckx fue un teólogo de frontera, en el sentido de que sus reflexiones se movieron siempre en ese ámbito en el que teología y antropología se confunden, en el que lo humano y lo divino se mezclan.

Aunque hasta ahora hemos destacado la aportación teológica, podríamos mencionar a dominicos embarcados en otras actividades, como el sociólogo belga Dominique Pire OP, que recibió en 1958 el premio Nobel de la Paz “por su acción de ayuda a los refugiados a salir de los campos y a encontrar una vida en libertad conforme a la dignidad humana”. O a los dominicos artistas, como el pintor coreano Kim En Joong OP, o el arquitecto Francisco Coello de Portugal OP. También los hay poetas, políticos, filósofos, misioneros, juristas… Durante el siglo XX podemos encontrar dominicos dedicados prácticamente a cualquiera de las actividades que hacen mejor una sociedad, que hacen la vida más humana. Algunos son conocidos, pero podemos mencionar también a miles de dominicos que, aunque no son conocidos para casi nadie, han sido un ejemplo gracias a su vida de contemplación, trabajo, reflexión, predicación y servicio. En último término, eso es lo más relevante que se puede decir de un dominico: no que haya conseguido este o aquél éxito, que haya desarrollado ésta o aquella carrera profesional o artística, no que haya sentido la felicidad pasajera de la que a veces se habla, sino que haya entregado su vida incondicionalmente y por entero a Dios, a la Orden, a la Iglesia y al servicio del mundo.