El agua de la sabiduría

Fr. Alexis Coffi González
Fr. Alexis Coffi González
Convento de Santo Domingo, Rep. Dominicana

 

La siempre joven figura de Domingo de Guzmán no es resultado de un elíxir milagroso, ni de un pacto sobrenatural, sino del manantial de la sabiduría, donde bebió con avidez y nos dejó con largueza.

Este precioso don es distinguible de la sabiduría del mundo, como ha solido llamarse a la acumulación de conocimiento, presentada tras la imagen de un rostro anciano con barba de armiño. Aquella, que viene como don, articula los conocimientos con las actitudes fundamentales de vida, de tal manera que se convierte en una fuente inagotable como la que encontró Santo Domingo.

“Dame la sabiduría asistente en tu trono” (Sb 9, 1-11) es desear aquella que está en relación directa con la búsqueda de la verdad, la que mueve y remueve, la que evoca y provoca. El amor de Dios es la verdad que mueve a Domingo como fundamento de toda sabiduría, la cual comienza por reconocer la inmensidad y grandeza que contiene nuestra limitación. El soplo de nuestro barro es el Espíritu de amor, condición necesaria para no quedarnos reducidos en los estrechos límites de las fuerzas ciegas, sino elevar nuestra búsqueda constante a la luz del Espíritu “que renueve la faz de la Tierra”.

De aquí nace la comprensión y la compasión, cuando, sobreabundados por el amor, lo demás queda supeditado, “ni la muerte, ni la vida, ni el presente, ni el futuro” (Rm 8, 35-39) pueden apartar del amor de Dios. Esta sabiduría en la verdad expande el corazón del santo de Caleruega, quien, por sentirse amado y salvado, es empujado a predicar la verdad del amor que salva.

Domingo, movido por el Espíritu, se enrola en una empresa inhóspita y árida como un desierto, en la tarea de pacificar con la verdad el crispado ambiente de error y confrontación de su época. Las controversias en temas de fe no solo podían solucionarse con el contenido doctrinal, resultado de una sabiduría acumulada, a su vez instrumento imprescindible, sino que también requerían un testimonio de vida, un estilo de vida que llenara de Espíritu la letra y avalara la verdad de la fe. Iluminado por la sabiduría interior, propone, con la itinerancia y la pobreza, un nuevo modo de predicar que se convierte en señal de identidad de sus frailes seguidores.

Esta inusitada obra, sin precedentes en la vida religiosa y en consonancia con la vida apostólica, de predicación evangélica, vida común, estudio asiduo, que inició Santo Domingo, es, sin duda, la respuesta de Dios por el Espíritu ante quienes solo veían la solución en la cruzada y la fuerza impositora. Quien se aventura a colaborar en la construcción del Reino de Dios como proyecto de salvación para todos los hombres y mujeres tiene que impetrar los dones del Espíritu, dones de sabiduría e inteligencia, de consejo y fortaleza, de ciencia y temor de Dios (Is 11,1-3), para colaborar en una obra que supera nuestras fuerzas y rebasa nuestra existencia.

La sabiduría no solo consiste en pertrecharse de instrumentos, como balde y soga, sino también en capacitarse a través de la sensibilidad y la contemplación para buscar el manantial. “Lo mejor del desierto es que esconde un pozo en cualquier parte”. Sobre la primera verdad de amor incondicional y absoluto de Dios, descansa la verdad de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestras entradas y salidas en la búsqueda de sentido. Tal como la samaritana, que olvida su cántaro junto al pozo y corre a anunciar el manantial de vida que ha descubierto, así ha de ser nuestro impulso predicador. Quien no se ve igual aun cuando todo sigue igual es que ha encontrado un pozo, fuente de sabiduría, capaz de aportar otros y nuevos criterios a la realidad del mundo.