El Dominico del Futuro
“El ideal dominicano, antes que las constituciones, es Santo Domingo. Vamos a reflexionar sobre su vida”.
Santo Domingo Predicador
Apóstol infatigable, recorrió muchos países, comprobando por todas partes el olvido de Dios. De esta experiencia nacería la Orden con una visión internacional del mundo, al que era urgente evangelizar.
En Fanjeaux, ya sacerdote, decidió convivir con los herejes, consagrando a ellos su vida para atraerlos a Cristo. Domingo no sufre tan sólo por el pecado que encuentra, sino también por la pobreza y el sufrimiento de la gente:”Dios le había otorgado la gracia particular de llorar por los pecadores, los desdichados y afligidos: sus calamidades las llevaba consigo en el santuario de su compasión” (Libellus, 12). Miraba a la gente, no como el levita y el sacerdote que pasaron de largo, sino como el buen samaritano, que se acercó a mirar.
Santo Domingo Fundador
Aquel 17 de agosto de 1217 reunió a todos los frailes y los dispersó por Europa. A quienes le preguntaron: ¿qué vamos a hacer en París? Él les respondió: Predicar, estudiar y fundar un convento.
Predicar. La predicación pertenece a la naturaleza misma de la Orden dominicana. Nuestro apostolado debe ser universal, enfrentándose al ambiente incrédulo o indiferente, de un mundo que se dice postcristiano.
Estudiar. El dominico ha de estar en formación permanente, sólo así seremos contemporáneos de la realidad que nos rodea. Hay que vivir con la Biblia en una mano y el periódico en la otra, a fin de conocer los cambios que se producen en el mundo y llevarles el mensaje del evangelio.
Fundar un convento. No prepararemos el futuro sin la vida en común, nutrida del estudio y la oración litúrgica. Entiendo la vida común no como uniformidad, hacer todos lo mismo, a la misma hora, en el mismo sitio; sino como unanimidad: vivir con una sola alma el mismo ideal.
Coraje del futuro.
Frase acuñada por el P. De Couesnongle, que mejor retrata su personalidad.
No tener miedo, como no lo tuvo Domingo. A quienes se oponían al gesto extraordinario de la dispersión de los frailes, él les replicó: Yo sé bien lo que hago. Gracias a aquella decisión arriesgada, nació una Orden universal.
Coraje del futuro para hacer lo que es necesario hacer hoy y para abrir el porvenir, porque el futuro comienza hoy. Se puede caer en la tentación de querer volver al pasado. Debemos tener cuidado. No es que se haya de rechazar todo lo del pasado, inclusive sería bueno en algún punto dar un paso atrás, pero ello sería bien distinto de la actitud de quien ve en la restauración el único camino. Debemos amar al mundo tal cual es.
Coraje para constatar lo que hacemos y lo que no hacemos.
Si Domingo no apartaba su mirada de los pecadores e indigentes, el joven de hoy –además- tiene que afrontar con valentía el problema ecológico, el paro, la guerra, la violencia, el subdesarrollo, los desafíos de la ciencia, la sociedad de consumo ... Son otros tantos signos de nuestro mundo, que hay que evangelizar.
Promover la justicia es obligación de todos los dominicos y dominicas. La lucha por la justicia es un componente de su predicación. No encontrar en el Evangelio la obligación de promover la Justicia, es no leer el Evangelio íntegramente. Los dominicos/as deben denunciar la injusticia. Digo ‘injusticia’, porque hablar de justicia es fácil, mientras que denunciar la injusticia es comprometido.
La vida dominicana es itinerante, lo que no quiere decir errante. En nuestra vida debe haber un equilibrio entre el tiempo que se pasa fuera y el tiempo necesario de pasar en el convento. Hay que encontrar un justo equilibrio; si es verdad que la actividad apostólica es parte integrante de nuestra vida, también lo es que nuestra vida apostólica no expresa toda la naturaleza de la vida dominicana.
Tenemos que fundar la misión en armonía con la vida religiosa, que es vida de comunión, de profesión de los consejos evangélicos, de liturgia, de oración comunitaria y personal, de estudio y observancia regular. Sólo así nuestra palabra será una palabra vivida.
Una gran riqueza del religioso es tener tiempo del que disponer. De quienes no tienen tiempo para hacer oración, para participar en el oficio divino, en la vida comunitaria, puede pensarse que corren mucho peligro. Aconsejaría a los superiores, a los provinciales, evitar un apostolado sobrecargado: Marta, Marta, tú te preocupas por demasiadas cosas.
Muchas veces pregunto a nuestros jóvenes por qué quieren ser dominicos, qué cosa les atrae hacia la Orden, y puedo decir que la respuesta más frecuente ha sido el equilibrio de vida entre misión y comunión.
No habrá vida común ni apostolado de equipo sin reuniones comunitarias. Hay que compartir en primer lugar los ministerios que hacemos, el apostolado, las alegrías, las dificultades. Allí estamos invitados a conocernos, a amarnos, a amar nuestra comunidad y a preparar todos juntos su futuro.
No nos quedemos los frailes solos como en el pasado. La Familia Dominicana debe y puede aportar mucho a la Orden. Los Padres deben aceptar que tienen mucho que recibir de las Hermanas y de los Laicos dominicos. Porque todos somos miembros de la Familia Dominicana, es deber de todos el reunirse para rezar, vivir, trabajar juntos. Es una realidad de futuro, uno de los signos de nuestro tiempo.