EL RETO DE VIVIR EN COMUNIDAD
“Lo primero para lo que nos hemos congregado en comunidad es para vivir unánimes en casa, teniendo una sola alma y un solo corazón en Dios”. Con esas palabras comienza la Regla de San Agustín, que santo Domingo adoptó para su Orden y que sirven de marco a nuestras Constituciones. Los dominicos nos sentimos llamados a vivir en comunidad, pero no de cualquier forma, sino construyendo la unidad y viviéndola desde Dios.
Todos estamos llamados a la comunidad. ¿Alguien podría imaginarse a un ser humano solo o al margen de los demás? Sabemos que la plenitud de nuestra existencia está en vivir junto a otros, sencillamente porque nos necesitamos, nos complementamos. Esta necesidad de las personas se prolonga también a nuestras instituciones, a nuestras obras. Lo mejor que tenemos nos es dado o lo hemos aprendido de los demás: en la familia, en las relaciones de amistad, en el ámbito lúdico, educativo o laboral. También la fe se vive en comunidad, ¡así lo experimentó Jesús rodeándose de discípulos a los que se atrevió a llamar “amigos”! Por eso cualquier camino de fe dentro de la Iglesia no puede prescindir del elemento comunitario. La misma vida religiosa tiene como nota esencial el valor de la comunidad.
Y si todo es comunidad, ¿cuál es la nota que define y caracteriza a aquella que dominicos y dominicas nos empeñamos en construir? ¿Qué es lo propio de la comunidad dominicana? Existimos para la predicación del Evangelio desde hace casi 800 años. Y todos los elementos de nuestra vida (además de la comunidad están el estudio, la oración y la mirada compasiva sobre la realidad) se subordinan a esa misión que la Iglesia nos ha encargado.
La comunidad es la escuela donde se aprende a predicar, el lugar donde se engendran y experimentan los valores evangélicos que luego se transmiten a los demás. Pero también es el espacio donde se hace creíble lo predicado; porque no es lo que uno habla sino lo que uno vive lo que convence y contagia.
Por eso Domingo llamó a las primeras comunidades “Casas de Predicación”, no tanto porque fueran habitadas por predicadores sino porque su simple existencia pretendía ser ya un auténtico y creíble signo del Reino, un oasis de vida evangélica, un lugar donde el dominico fuese continuamente engendrado. Sí: la comunidad nos hace siempre nuevos, evita el envejecimiento del corazón, exige estar a la escucha, aviva los deseos de conversión, actualiza la vocación. ¡Por eso nuestras comunidades están siempre “en construcción”!
Para su proyecto se fijó Santo Domingo en la vida apostólica de la primera generación cristiana: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, la fracción del pan y las oraciones; todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 42ss). Y comprendió que todo movimiento de renovación en la Iglesia, todo proceso de crecimiento en la fe, debe pasar por esa misma experiencia.
La plenitud de nuestra existencia está en vivir junto a otros
Muchos hemos sido atraídos a la Orden por su vida comunitaria. Tal vez por su realismo y riqueza, por la libertad tan dominicana, por nuestro estilo democrático, nuestra alegría y buen humor, por la amistad entre los hermanos (y hermanas) que deseamos construir, por la calidez de nuestras relaciones. Esto, que no siempre es tan fácil como se puede pensar, sigue siendo una exigencia y un compromiso en el que intentamos poner lo mejor de cada uno. Sólo así podemos hacer más creíble la Palabra que predicamos y que se nos revela junto a los hermanos y por medio de ellos.
Y algo más todavía: estamos reunidos para ser parábola de la misma Trinidad, de ese Dios que es comunidad y que desde la diversidad crea la unidad, profecía para el mundo. Nos reunimos como hermanos para ser signo de la Belleza del Señor que se deja ver “donde dos o más se juntan en su nombre”. Vivimos juntos para anunciar que toda la humanidad está llamada a la solidaridad fraterna y a la comunión con ese Dios que tiene un plan de amor y eternidad para todas sus criaturas.