La gloria de los primeros siglos
Santo Domingo murió el 6 de agosto de 1221, fiesta de la Transfiguración, y fue enterrado en la iglesia de Bolonia, bajo los pies de sus hermanos. La Orden vivía momentos gloriosos de su historia; gozaba de vida y de entusiasmo. Sus ideales y modo de vivir estaban en armonía con los tiempos y caracterizados por una fuerza interior, que todavía no había perdido la inspiración y el empuje inicial. La Orden fue expandida por los miembros que la integraban a través de nuevos campos de apostolado. El santo fundador dejó en vida unos veinte conventos en ocho provincias y unos trescientos religiosos. Tras él, el crecimiento fue asombroso; Humberto de Romans, en una carta al rey de Francia Luis IX, habla de unos trece mil religiosos en la Orden. Con la llamada Peste Negra, se redujo de forma alarmante el número de los religiosos.
Habría que resaltar que fue el sentido vigoroso de la propia identidad lo que la Orden heredó de santo Domingo, algo que favoreció su expansión y desarrollo. Las cualidades de esta identidad fueron: el espíritu de oración, celo por la salvación de los hombres, amor a las Sagradas Escrituras, estima del estudio y la ciencia, aguda conciencia de su misión de predicar y de los medios para alcanzarla. Todo eso tiene como telón de fondo el espíritu de familia y la indestructible unidad de la misma, la uniformidad de la liturgia y la teología de santo Tomás de Aquino, como maestro de pensamiento.
Muchos frailes fueron grandes maestros, siguiendo a Tomás, en teología, filosofía, ciencias naturales, etc. Es de recordar que el estudio de la filosofía había originado en la Orden las mismas dudas y problemas que en la Iglesia. Los religiosos mayores, más conservadores, preguntaban si debían estudiar la filosofía. En cambio, otros profesores, como Fray Juan de San Gil, reconocían la necesidad de la filosofía para el estudio científico de la teología, pero dudaban en el acercamiento a los filósofos orientales. Aunque no se oponían a la filosofía, ponían en guardia a los teólogos contra el excesivo culto de Aristóteles. Los enciclopedistas Fray Alberto Magno, Fray Vicente de Beauvais y otros, con el apoyo pleno del Maestro de la Orden Humberto de Romans, habían defendido el uso de la filosofía en los estudios teológicos. Todo ello manifiesta que la Orden aceptó plenamente su misión doctrinal.
En el periodo del que hablamos, también la Orden fue afortunada con los cinco primeros sucesores de santo Domingo: Jordán de Sajonia, Raimundo de Peñafort, Juan de Wildeshausen, Humberto de Romans y Juan de Vercelli. Eran hombres eminentes en ciencia y santidad. Respetaron la inspiración original del fundador, todos promovieron un desarrollo profundo y edificaron sabiamente sobre los fundamentos que él había puesto. Fue, sobre todo, con Jordán de Sajonia cuando tuvo lugar el desarrollo fundamental de la Orden. Con su predicación y testimonio atrajo a muchos jóvenes a la Orden. Jordán de Sajonia es, sin duda, una de las grandes glorias que ha tenido la Orden. Y es el autor de la primera historia escrita de la misma. Bajo los cinco primeros sucesores de santo Domingo arriba citados, la Orden organizó y potenció su sistema académico y sus ministerios, es decir, el estudio, la predicación, las misiones extranjeras y el servicio a la Iglesia y a los hombres.
En suma, muchas razones explican la gloria del primer siglo de la Orden. Santo Domingo, padre y fundador, escuchó al Espíritu y a la Iglesia. Dada a la Iglesia por el Espíritu, la Orden respondió a sus necesidades vitales y a las de la sociedad. La Orden de Predicadores fue la primera en demostrar rotundamente las posibilidades ministeriales de la vida religiosa. Conocer esta historia y participar en ella es, ante todo, un signo de veneración para nuestros mayores en la fe y la Orden.