La oración cristiana

La oración cristiana

Fr. Eleandro Emilio Pérez Acuña
Fr. Eleandro Emilio Pérez Acuña
Casa Natalicia San Vicente Ferrer (Pouet de Sant Vicens), Valencia

A no pocas personas les cuesta relacionarse con Dios a través de la oración. La falta de una experiencia de encuentro personal con Dios puede estar en la base de este problema. Aún recuerdo los tiempos en que para mí Dios era inaccesible, como una especie de fuerza lejana a la que repetía oraciones aprendidas de memoria, pero que no habían pasado por mi corazón. Ponernos delante de Dios es colocarnos en la presencia del Misterio. Por ello es necesario que seamos conscientes de que ese Misterio no es «algo», sino «alguien». Hablar con el Señor es comunicarnos con un tú que tiene un rostro humano. Nuestra oración no va al vacío: cuando damos gracias, pedimos perdón o alabamos hemos de hacerlo buscando el rostro de Dios. Orar es ponernos en la presencia de nuestro Padre y dialogar con él. Ese es, quizás, el rasgo fundamental de la oración cristiana: el tratar al completamente Otro de la forma más íntima y personal posible, como a un padre o una madre.

manos

Ahora bien, esto requiere de nosotros que nos pongamos en la presencia de Dios con la confianza de un niño que busca el amor y la protección de sus padres. Sin embargo, a la vez que buscamos esa protección amorosa de Dios, nuestra oración tiene que ser para nosotros fuente de libertad y de acción transformadora. Si llamamos a Dios Padre, debemos reconocernos todos como hermanos. Eso implica que la oración y el encuentro con Dios debe guiarnos a buscar la transformación de nuestra realidad para convertirla en verdadera fraternidad. Como consecuencia de la oración nos debemos hacer responsables de nosotros mismos y de nuestra sociedad.

Hablar con el Señor es comunicarnos con un tú que tiene un rostro humano.

Por tanto, la oración no puede desconectarnos de la realidad. Lo primero es que nos tiene que conectar con nosotros mismos. Quien se pone en la presencia de Dios es uno tal cual es, despojado de adornos, complejos o autosuficiencias. Ante Dios nuestra vida cobra sentido, y también la de los hermanos. Por eso la oración debe llevarnos también a conectar de una manera diferente con la realidad. Esta perspectiva distinta nos debe llevar a verla desde la mirada de Dios que es la del amor y la justicia. Por eso ha de movernos a transformar esa realidad; en definitiva, a construir el Reino de Dios, que es un Reino de amor y justicia.