La verdad os hará innovadores

Fr. Francisco Javier Carballo Fernández
Fr. Francisco Javier Carballo Fernández
Real Convento de Predicadores, Valencia


Santo Domingo de Guzmán fue capaz de innovar en la Iglesia de su tiempo porque le movía un deseo apasionado de búsqueda de la verdad. Por ello, como sabemos, Veritas es el lema de la Orden de Santo Domingo. Es como el hilo conductor de la Familia Dominicana en sus 800 años de historia. Nuestros deseos de innovación hoy serán fructíferos si permanecen en la senda de la ilusión por la verdad. La verdad es la profunda innovación que siempre estaremos anhelando.

  Todo el malestar que provocan el fraude, las mentiras, los engaños -en la política, la economía o el deporte, en la información y en lo virtual- indica el deseo inextinguible de autenticidad, de transparencia, de veracidad. Aunque algunos pongan en duda la misma capacidad humana para alcanzar la verdad o la posibilidad de captar lo verdadero fuera del ámbito científico, lo cierto es que nos vemos como asaltados por un anhelo de verdad y vivimos con la convicción explícita o implícita de que nos es posible acariciar algún destello de su luz, lo que revela que la verdad no está sólo al final del proceso sino en su inicio, impulsando la búsqueda de algo ya inicialmente presentido, sospechado o intuido.

  Además, por mucho que se empeñen en reducir el ámbito de lo verdadero, éste se extiende en múltiples dimensiones que afectan a todo el amplio y plural ámbito de lo humano, por lo que pensar que sólo pertenece al ámbito científico es una posición ideológica previa difícil de justificar. Y ciertamente no sólo es indignante la falta de verdad en el ámbito social, hay otro ámbito en el que nos resulta del todo intolerable: en el ámbito de las relaciones interpersonales. ¡Quién podría aceptar, como si no pasara nada, que el esposo o esposa le engañe, los hijos o hermanos nos mientan o que los amigos nos manipulen! La verdad importa.

  Santo Domingo conocía bien el Evangelio de Mateo, que era el que siempre llevaba consigo. Cabe suponer por ello que tendría muy presente la dura expresión de Jesús sobre los fariseos: “son ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo”. La raíz de casi todos los males está en la “ceguera” para la verdad. Así lo descubrió Santo Domingo en los herejes del sur de Francia en el siglo XIII. No es que fuesen malas personas, incluso a menudo tenían buenas intenciones y algunas de sus reivindicaciones eran comprensibles y legítimas, pero su problema era que no conocían verdaderamente el Evangelio. Su problema es que no conocían la verdad de la fe cristiana, es decir, la ceguera del error al no conocer bien las Escrituras y la tradición cristiana. Tenían unas ideas simples, donde las cosas parecen estar fácilmente explicadas, usaban de seductores esquemas dicotómicos que todo lo reducen a dos categorías de cosas, lo bueno y lo malo, lo material y lo espiritual, sin matices ni precisiones. Estas ideas simplistas, por desgracia incluso hasta en nuestros días, son las que más fácilmente se aceptan y se siguen, sin preocuparse por entrar en una comprensión profunda y en el esfuerzo racional por conocer las cosas en su complejidad.

  ¡Si conocieran de verdad a Jesús tal cual nos lo revelan las Escrituras, comprenderían su error y abrazarían la verdad de la fe! –venía a pensar Santo Domingo-. Por ello quiso fundar una Familia que, confiando en la capacidad de la razón y en la ilusión por la verdad, se entregara al estudio permanente para garantizar una predicación doctrinal y teológica, una predicación verdaderamente innovadora porque estaba guiada por la búsqueda apasionada de la verdad.

  Una Orden que caminara con los dos pies de la fe y la razón para aproximarse a la verdad que es el Dios revelado en Jesús de Nazaret, la verdad del Dios que es amor. De ahí que el vínculo inseparable y armónico entre fe y razón nos lleve a otro vínculo: el que existe entre verdad y amor. Se ama lo que se conoce y se conoce mejor lo que se ama. La verdad no es sólo obra de la inteligencia y de la razón. Si la verdad quiere ser luz sobre el sentido y nuestro fin último… estará siempre unida al amor. Por ello decimos que la verdad de la fe cristiana no es principalmente una idea o un conjunto de afirmaciones. En este sentido profundo, la verdad no está en los juicios o razonamientos. La verdad última que guía e ilumina el sentido de nuestra vida es una persona, Jesucristo, que nos pide entrar en una relación interpersonal con Él, es decir, nos pide entrar en una relación de amor en la amistad. La amistad nos ayuda a conocer la verdad y la verdad nos lleva a una amistad auténtica.

  La búsqueda de la verdad que salva, que nos hace libres y que ilumina –que no quiere brillar sino iluminar-, la que es capaz de innovar… no se improvisa. Requiere esfuerzo continuo y compartido. De ahí la importancia del estudio y del estudio en comunidad. La presentación deficiente de la fe que a menudo podemos hacer se debe a no tomarnos el estudio con seriedad, es decir, como búsqueda compartida y dialogante de la verdad. Hay una anécdota de Santo Domingo que revela la importancia que le concede al estudio para la predicación. Cuando dispersa a los frailes en la primera misión de predicación, hay dos frailes que pronto regresan completamente fracasados de su primer destino. Precisamente los que había enviado a España. La respuesta de Santo Domingo no fueron lamentos sobre la “dura mollera” de los españoles o sus resistencias a la conversión por “empecatados”, sino enviar a los dos frailes a Bolonia, a estudiar más en su universidad. Como diciendo: si la predicación fracasa es señal de que debemos prepararnos más. No soluciona nada echar la culpa a la gente, más bien debemos pensar en nuestra propia responsabilidad en una mejor presentación del mensaje evangélico. Pensar en la propia responsabilidad es mucho más eficaz. Porque si la verdad se presenta adecuadamente… es irresistible. El estudio, el ejercicio de la razón, siempre nos llevará a hacernos entender mejor y a comprender mejor el mensaje salvífico de Jesucristo y a profundizar en su amistad. Estudiar es cuidar, mantener y crecer en su amistad, para poder anunciar la amistad de Dios al mundo. Estudiar es fuente de innovación.

  Por ello, en nuestra tradición, el estudio, la búsqueda de la verdad, el esfuerzo de la inteligencia… es un valor espiritual. Es un instrumento espiritual. De ahí que el estudio fuera una modalidad de la oración… y que un modo de orar de Nuestro Padre sea con un libro en la mano en lectura, estudio y meditación. Pasaba del estudio a la oración sin interrupción, sin solución de continuidad. Porque como dirá Santo Tomás de Aquino: donde hay verdad, allí hay Espíritu. Venga de donde venga la verdad.

  Precisamente, la catequesis que Benedicto XVI dio sobre Santo Domingo insiste en el valor espiritual del estudio, y en que nuestra principal aportación a una evangelización renovada es vivir conjuntamente el estudio y la contemplación. Es decir, unir la experiencia de Dios vivida en la fe con el esfuerzo racional por comprender y presentar su verdad en nuestro contexto cultural. A menudo, algunos se decepcionan porque la espiritualidad dominicana no tiene un método de oración ni ofrece un itinerario espiritual preestablecido. Es consecuencia de la libertad que está a la base de nuestra Orden y nuestro modo de entender la relación con Dios como amistad; y en la amistad no caben técnicas ni procesos predeterminados. No obstante, la tradición de Santo Domingo nos ofrece el estudio como instrumento espiritual y el quehacer teológico como pedagogía para aprender a amar y servir a Dios y a su humanidad.

  En el fondo, la innovación que buscamos sólo se alcanza si nos aproximamos a la verdad. Dice el Talmud judío que “al mundo sólo lo mantiene el aliento de los niños que estudian”. Y a nuestra Familia tal vez sólo la mantenga el aliento de los jóvenes ilusionados por la verdad. Quizá por ello cabe esperar que los más jóvenes sean más innovadores: porque en ellos está más viva la ilusión por la verdad. Necesitamos el aliento espiritual de los que estudian, la ilusión de quienes creen en la verdad y corren tras ella; la luz y el calor de quienes buscan la verdad con seriedad, la viven con sinceridad y como un instrumento del Espíritu. Nuestra Iglesia necesita este impulso espiritual para una nueva versión de la fe cristiana en nuestro tiempo y en la nueva situación cultural. Y todos añoramos un renovado compromiso, sin miedo, de los cristianos con la verdad para ser instrumento de honestidad y autenticidad en las relaciones interpersonales y sociales. Que nos ayude la inspiración y la intercesión de Santo Domingo para renovar la ilusión por la verdad y ella nos guíe a la innovación.