La virtud de la Fidelidad
En el cristianismo la realidad del Más Allá, de la otra vida, es central. La Resurrección de Jesucristo es la promesa de nuestra propia resurrección, la promesa de la unión con Dios como culmen de toda aspiración humana, la promesa de la plenitud que no tiene final.
Pero nuestra fe no mira solamente al más allá... nuestra fe es también y sobre todo para el aquí, una fe que nos habla de cómo vivir en este mundo, de cómo hacer de este mundo, de nuestra vida, un espacio lo más parecido a aquél del más allá -el Reino de Dios en la tierra...-.
De eso trata la moral, del arte de bien vivir y de vivir conforme a nuestra fe, de construir una vida plena y feliz. En ese arte de vivir conforme a nuestra fe juega un papel muy importante lo que santo Tomás de Aquino llamaba "virtudes", las actitudes que hacen de la vida una vida plena, los medios que necesitamos desarrollar para vivir libre, consciente, responsable y plenamente, para llenar nuestra vida de Vida. Para vivir bien con nosotros mismos y con los demás. Esas virtudes son conocidas: fortaleza, paciencia, generosidad, prudencia, templanza, justicia, paciencia, humildad, diligencia, honor, dignidad, fidelidad, etc.
En la vida religiosa una de las que se convierten en centrales, es la virtud de la Fidelidad.
Acercarse a la fidelidad, implica primero saber qué es. En su nivel más abstracto diremos que implica una conexión con una fuente. Su significado original está vinculado a asumir una promesa de lealtad y deber con esa fuente. Porque nos fiamos de esa fuente, porque confiamos en esa fuente, porque le tenemos fe, porque creemos -en un sentido vital, no sólo intelectual- en lo que esa fuente dice o significa, hacemos la promesa de una cierta conducta según tal fuente. Así la fidelidad diríamos que es la capacidad humana -la virtud- de dar cumplimiento a las promesas, a los compromisos, a las responsabilidades asumidas con esa fuente...
Prometer es una acción libre. Exige una gran soberanía de espíritu, una capacidad de adelantarse y de prever el mañana, pues exige decidir hoy lo que se va a hacer en adelante bajo condiciones que no se pueden conocer. El que promete, corre un riesgo serio porque se compromete a actuar de la forma que hoy juzga mejor, en situaciones que pueden llevarle a pensar y sentir de un modo distinto. El que es fiel se compromete a cumplir la promesa hecha, a pesar de los cambios en las ideas, las convicciones y los sentimientos que pudiera provocar el tiempo. El que promete se adelanta al tiempo de modo libre, asume que el tiempo podrá cambiar las circunstancias, pero que la lucidez que tenía cuando asumió su compromiso no cambiará. Y éso porque sabe, porque cree en esa fuente, porque ha experimentado -reflexionado, conocido, asumido- que lo que esa fuente dice, el contenido de esa fuente es lo mejor para uno y para su relación con los demás, es el camino de la plenitud y del sentido de la vida. Esa experiencia -una experiencia fundante- es una experiencia de lucidez.
Lo que mueve a la voluntad a mantenerse fiel es lo experimentado en ese momento de lucidez. La decisión tomada conforme a esa lucidez de construir la vida, de organizar la vida conforme al proyecto establecido en aquella promesa, es lo que sostiene la fidelidad. La fidelidad, por tanto, es siempre una actitud creativa, libre, activa, de desarrollo de lo optado, y no se reduce al mero aguante, al soportar lo que viene. La fidelidad implica vivir lúcida y activamente, de acuerdo a esa fuente por la que optamos.
Para nosotros frailes dominicos la fidelidad está en nuestra promesa explícita. La promesa se fundamenta en la lucidez experimentada ante el mensaje de Dios según el camino de Santo Domingo. La fuente no puede ser otra que Dios y su Evangelio, vivido, experimentado, desarrollado al modo dominicano. Tal es el contenido de nuestra profesión religiosa, la opción que hicimos consciente y lúcidamente de seguir al Señor Jesús tras los pasos de Domingo de Guzmán, sería la opción fundamental: vivir conforme a nuestra fe siendo frailes predicadores.
Es claro que no se puede optar por algo que no conmueva y convenza el corazón y la mente. No se puede hacer promesa de fidelidad a algo que no creemos que sea lo mejor de todo. Esa lucidez nos muestra, nos hace saber, que la vida con Dios, que el mensaje de Jesús de Nazaret, es la única vida que merece la pena vivirse, que la vida del Evangelio es la mejor vida que puede tenerse. El mensaje por el que optamos y damos la vida -al menos, por el que queremos hacerlo, el que nos sostiene en nuestro diario bregar por ser fieles- es el mejor mensaje que podría existir, la Buena Nueva de Jesucristo. El mensaje de vida, de amor, de libertad, de justicia. Y no sólo para nosotros mismos, sino para este mundo. Por eso precisamente somos capaces de soportar, de aceptar, de permanecer, de bregar, de construir, de vivir en fidelidad cuando las circunstancias no son las mejores. Porque la experiencia de que es la mejor noticia que podría tenerse, la mejor vida que podría tenerse, es una experiencia lúcida, para uno y para los demás.
La fidelidad se basa precisamente en eso. En cómo reconocemos como propio, como de uno mismo, ese mensaje, esa fuente, ese Alguien, al que le hemos profesado fidelidad. Como propio porque lo asumimos como el mejor camino para desarrollar nuestra vida. Como propio, porque está tan dentro de uno, siendo más yo que yo mismo. Como propio porque es el núcleo más íntimo de la identidad de cada uno.
Sólo puede sostenerse la fidelidad cuando el contenido de la promesa, cuando la experiencia de la lucidez, cuando la Buena Nueva del mensaje de Jesucristo se ha interiorizado, cuando se ha experimentado que en el fondo, no es un mensaje externo, no es un mensaje que viene de fuera, sino que es propio, de dentro. Toda fidelidad, para ser verdadera fidelidad, incluso la fidelidad a Dios, es así fidelidad a uno mismo.
Y tal es la clave de la fidelidad en nuestro camino. Somos fieles a Dios, a nuestra profesión, a nuestro compromiso con la Orden, con el evangelio, porque en el fondo somos fieles a nosotros mismos. Dios está más dentro de nosotros que nosotros mismos. Dios es en el fondo quien sostiene nuestra fidelidad. La fidelidad a Dios es la fidelidad a una vida que de otro modo no merecería la pena vivir. La fidelidad a Dios no pude ser más que fidelidad a los demás hombres. La fidelidad a Dios es fidelidad a Alguien que es más yo que yo mismo.