8ª Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

 

8ª Estación del Vía Crucis, IV Semana de Cuaresma

 

Al levantarse de su segunda caída, para llevar la cruz hasta el final aún con más coraje, oye a unas mujeres compadecerse de él. Esta es la primera vez que se oye hablar a Jesús camino del calvario: “no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos”. Jesús hace saber a aquellas hijas de Jerusalén las calamidades que amenazan a su ciudad, a ellas mismas y a sus hijos. Aún le queda vista y voz suficiente para taladrar la historia.

Lloramos por los hermanos sometidos a una siniestra soledad; nos compadecemos hasta llegar a la protesta valiente contra la desnutrición a la que son sometidos niños; deploramos la explotación en el trabajo. Esta actitud es expresión de solidaridad, pero no llega a la raíz del problema. Sigue habiendo acumulación de bienes en unos pocos y en detrimento de muchos. La práctica cristiana tiene que ayudar a la transformación de las relaciones humanas; por medio de la compasión se anticipa y concreta el Reino de Dios.


La compasión es la respuesta al sufrimiento ajeno; sería ideal que fuera la respuesta ante la falta, en el otro, de lo necesario; quizá de aquello que le trae un mínimo de dignidad y un esbozo de felicidad. La compasión tiene que ser nuestra respuesta inmediata, movernos inmediatamente y sin pensarlo reaccionando ante el sufrimiento ajeno. Esto forma parte de lo que significa ser humano; esto es, siguiendo la actitud que encontramos en esta estación, lo que se nos pide.

El día en que nadie se compadezca ya de nadie, será señal de que se ahogó completamente la esperanza y que lo contrario al bien se propaga por la humanidad. Por eso Jesús se reconforta con las lágrimas compasivas de las mujeres. La mayor y más profunda miseria humana no proviene de la infelicidad sino de la injusticia. Jesús conoce y es consciente de su inocencia y por ello exhorta; calma un llanto de súplica al cielo que pide misericordia. Lo calma porque sabe que él redime a la humanidad, a la que ofrece una vida liberada por la que ya no será preciso llorar ni lamentarse.