Amar, solo amar

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Convento Virgen de Atocha, Madrid

 

6º domingo de Pascua

En el evangelio de este domingo, se pone en boca de Jesús parte del discurso de despedida. En él se recogen con intensidad algunos rasgos fundamentales que han de recordar sus discípulos a lo largo de los tiempos, para ser fieles a su persona y a su proyecto. Un proyecto que todo él se expresa con una palabra: AMOR. Amor es sinónimo de libertad y un canto a la amistad. De todo lo que se ha escrito a lo largo de la historia sobre la amistad, me quedo con lo dicho por Santo Tomás de Aquino: « es la expresión máxima del amor». En ella está el respeto, la franqueza, el cariño, la generosidad y la aceptación de los fallos; la imaginación frente al peligro del aburrimiento, y la apertura, puesto que no es algo cerrado entre dos.

Jesús no dudó en decir a sus discípulos que eran sus amigos, porque les había dicho todo cuanto sabía de su Padre. La amistad es confidencia; más que simple sinceridad, es intimidad compartida y por eso Jesús en el evangelio de hoy nos propone esto: «Permaneced en mi amor» o lo que es lo mismo: sed fieles a nuestra amistad. Esto es lo primero; no hay otro mensaje, ni otro mandamiento, ni otra consigna más definitiva. La cuestión no está en ¿qué tenemos que hacer? sino ¿cómo tenemos que vivir? Pero no sólo de vivir en una religión, sino de vivir en el amor con que nos ama Jesús, que es el amor que recibe del Padre. Nuestra vida en la Orden no es en primer lugar un asunto doctrinal; nuestra predicación no es un asunto doctrinal, es una cuestión de amor.

Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico ni vacío de contenido. Consiste en «guardar sus mandamientos», que él mismo resume enseguida en el mandato del amor fraterno: «Éste es mi mandamiento; que os améis unos a otros como yo os he amado». Encontramos en nuestra religión muchos mandamientos y ritos, algunos vacíos y sin contenido; su origen, su naturaleza y su importancia son diversos y desiguales. Con el paso del tiempo, las normas se multiplican y nos dedicamos a recuperar y potenciar cosas obsoletas. Sólo del mandato del amor dice Jesús: «Este mandato es el mío».

Jesús no lo presenta como una ley que ha de regir nuestra vida haciéndola más dura y pesada, sino como una fuente de alegría: «Os hablo de esto, dice el evangelio de hoy, para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». Cuando entre nosotros falta verdadero amor, se crea un vacío que nada ni nadie puede llenar de alegría. Sin amor no es posible dar pasos hacia una comunidad más abierta, cordial, alegre, sencilla y amable donde podamos vivir como «amigos» de Jesús. A veces puede que a nuestra vida le falte la alegría de lo que se hace y se vive con amor; a veces a nuestra vida le falta orar, estudiar, convivir y predicar con y desde el amor. A nuestro seguimiento a Jesucristo le falta el entusiasmo de la innovación, y le sobra la tristeza de lo que se repite sin la convicción de estar reproduciendo lo que Jesús quería de nosotros.

Cualquier relación con Dios sin un amor manifestado en obras, será pura idolatría. Pero claro, esa manera de actuar tiene que surgir desde lo hondo del ser, y no de una obligación externa. Una comunidad no se caracterizará por doctrinas, ritos, ni nubes de incienso. La base y fundamento de la comunidad tiene que ser la vivencia, nunca la puesta en escena.

Nuestra vida de frailes predicadores es experimentar a Dios como amor, e imitarlo amando como Él ama. Nos vendrán incertidumbres, conflictos y dificultades de todo orden. Lo importante será siempre no desviarse del amor.