¿Cómo vemos a Dios?

Fr. Moisés Pérez Marcos
Fr. Moisés Pérez Marcos
Convento Virgen de Atocha, Madrid
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Epifanía del Señor


Epifanía es una palabra griega que significa «manifestación». En tiempos del nacimiento de Jesús se utilizaba para designar las apariciones públicas de los poderosos, y en concreto del emperador. La epifanía era cuando el emperador llegaba a una ciudad, rodeado de los signos que lo identificaban como mandamás, como señor. Como el emperador era considerado un dios, esas epifanías eran también epifanías de la divinidad, manifestaciones de su poder.


Podemos pensar que la epifanía de Jesús fue algo parecido. Nuestras fiestas de esta época suelen estar llenas de colores dorados, de luces, de regalos, de cosas que impresionan a la vista, cuando no la hartan. Al fin y al cabo, esperamos la manifestación de un Dios. Pero el Dios que se manifestó en Belén lo hizo de un modo muy peculiar. No hubo destellos de luz que salían del niño, como a veces se pinta en las láminas de mal gusto. Probablemente tampoco hubo una hilera de pastores llevando presentes. Quizá muy pocos se enteraron. Tal vez ni siquiera hubo buey ni mula con los que calentarse (los evangelios no dicen nada de esto). Las cosas fueron mucho más sórdidas, mucho más prosaicas: las cosas debieron ser mucho más duras, mucho más normales.


Me gusta mucho un bello poema de Luis Cernuda titulado «Palinodia de la esperanza divina». En él, Cernuda nos cuenta la experiencia (apócrifa) de los tres reyes que van a ver al niño. Cada uno va buscando una cosa, va proyectando sobre el niño Jesús sus esperanzas, sus deseos, sus anhelos. Buscan a un dios que va a colmar todas sus expectativas. El problema es que al llegar al portal, tras seguir ansiosos la estrella, solamente encuentran a un viejo y a una mujer que sostiene a un niño. Ante tal visión, el narrador dice:


Un niño entre sus brazos la mujer guardaba.
esperamos un dios, una presencia
radiante e imperiosa, cuya vista es la gracia,
y cuya privación idéntica a la noche
del amante celoso sin la amada.
Hallamos una vida como la nuestra humana,
gritando lastimosa, con ojos que miraban
dolientes, bajo el peso de su alma
sometida al destino de las almas,
cosecha que la muerte ha de segarla

En la versión de Cernuda los reyes no creen, pierden su fe, porque esperaban una epifanía quizá al modo como hemos contado: poder, ostentación, mando, dominio. Y lo que encuentran es debilidad, pañales, flaqueza, barro que grita su ser de barro. «Buscaron la verdad –dice Cernuda–, pero al hallarla no creyeron en ella». Buscaban un dios y se encontraron un niño.


El fragmento del evangelio de hoy habla de lo mismo. ¿Quiénes ven a Dios? ¿Cómo se ve a Dios? ¿Dónde? En el texto de Mateo hay un contraste interesante: por un lado, unos reyes que (esta vez sí), saben mirar, saben ver en ese niño indefenso al salvador de la humanidad. Por otro lado, el poderoso rey Herodes, que busca defender sus intereses, ve en el niño un peligro.
Cernuda, casi al final de su poema, pone en boca de su narrador: 

Buscaban un dios nuevo, y dicen que le hallaron.
Yo apenas vi a los hombres; jamás he visto dioses.
¿Cómo ha de ver los dioses un pastor ignorante?
Mira el sol desangrado que se pone a lo lejos

¿Dónde buscamos nosotros a Dios? ¿Lo vemos en el poder, lo esperamos entre resplandores y luces, entre los oros de los ricos? ¿O lo buscamos en la cuna humilde de los pobres? ¿Qué poder tiene la cuna de un niño quejumbroso y débil, que apenas balbucea siquiera un alarido, sobre el dominio de los reyes? ¿Qué regalo ha concedido Dios a la humanidad en alguien tan débil? ¿Cómo un todopoderoso va a mostrar su favor y su fuerza a los humanos desde lo más bajo? ¿Cómo es la epifanía de nuestro Dios?