Dejarse iluminar para vivir en paz - IV Domingo de Cuaresma

Fr. Alexis Coffi González
Fr. Alexis Coffi González
Convento de Santo Domingo, Rep. Dominicana

Dejarse iluminar para vivir en paz

En el itinerario cuaresmal de camino a la Pascua, una palabra clave es la conversión, el cambio de actitudes y de modos de conducir la vida para volver a los valores del evangelio. En este IV domingo de cuaresma la propuesta de conversión nos llega a través de la imagen de la luz. La luz como elemento nos permite distinguir las cosas y poner en claridad el mundo en que vivimos. Por el contrario, la oscuridad de la noche nos confunde y nos deja inseguros para movernos y reconocer el entorno. Desde esta sencilla imagen nos queda claro que vivir en la luz es más seguro que vivir en las tinieblas.

Si bien lo más importante de la Cuaresma es la Pascua, también tenemos que decir que la cuaresma es un tiempo marcado por la cruz. “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” pero la elevación de Jesús no se queda en la cruz sino que también es elevado sobre la muerte y levantado por Dios en la Resurrección. De tal manera que la Pascua, el paso, de la muerte a la vida es el paso de la oscuridad a la luz. 

Jesús es la luz que vino al mundo, por su muerte y resurrección venció las tinieblas del mundo y nos ha abierto un camino de claridad que conduce a la vida en Dios. Él nos invita a elevar muestra mirada, más allá de lo pedestre de nuestra vida, para que acojamos la salvación y aprendamos a vivir en la luz. “Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz” Rm 13,11. Dejarse iluminar por Jesús, que es la luz, y ser reflejo de su luz en el mundo es un buen reto cuaresmal que nos ayudará a estar en sintonía con la Pascua.

Necesitamos la luz de Jesús para poder ver con una caridad lúcida y atenta a nuestro entorno. Necesitamos desarrollar en nosotros una sensibilidad capaz de percibir el dolor y el sufrimiento de los demás y ver más allá de nuestro propios intereses. Debemos ejercitarnos en la mirada solidaria, aprendiendo a ver con la mirada de Dios, que no mira para juzgar y condenar, sino que cuando nos mira, mira nuestra vida y nuestra historia para sanar y salvar.

En ocasiones estamos ciegos para ver al hermano en su profundidad, en su corazón y no sólo las apariencias. Tal como dice el principito: “lo esencial es invisible a los ojos”, “no se ve bien sino con el corazón”. Por ello, acoger la luz que nos regala el Señor, es abrirnos a la posibilidad de ver con transparencia el corazón humano y actuar con misericordia.

“El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios” Quien vive en la verdad no teme y su vida y sus actos quedan transparentando la luz, como una vidriera diáfana que deja pasar los rayos del sol. Esta es la formula para estar en paz consigo mismo, con los demás y con Dios, vivir en coherencia y conducir la vida por el camino del bien.